Poco antes de la publicación de este artículo la autora ha recibido una oferta de colaboración en tareas de seguimiento telefónico, pero son muchos los profesionales jubilados que están en espera de que se acepte su apoyo.
Cerrada en casa hago de espectadora de lo que está pasando y me siento extraña.
Extraña por no estar en el centro de salud atendiendo pacientes cuando sé que muchos se encuentran mal, tienen dudas o simplemente miedo. Por no poder vivir en primera línea la epidemia, no poder escuchar, auscultar o palpar, diagnosticar y tratar lo que hace sufrir a las personas. Ser médico persiste a pesar de la jubilación de casi cinco años. Ayudar, contribuir con el conocimiento y la experiencia acumulados, los hábitos y las actitudes que se han incorporado a la manera de pensar, de hacer y de sentir a lo largo de casi cuatro décadas de profesión. Me vienen a la memoria algunos de los «mis» pacientes: Antonia que estaba sola en casa, el José que tenía una enfermedad respiratoria restrictiva, Joana con su hipocondría, o el Miquel, con el delirio paranoico. ¿Cómo deben estar, como lo deben llevar, estarán ingresados, quizás el José o Antonia ya han muerto?
A menudo me imagino el centro abriendo la puerta de la consulta y preguntando qué le pasa, como está, cómo se arregla en casa, como está la familia… Estoy esperando que me digan como puedo ayudar, pero el sistema sanitario, tan burocratizado, tarde en llamarme. He leído que incorporarán médicos y enfermeras recién licenciados y los jubilados que lo deseamos, que podemos ser tanto o más útiles que los jóvenes. Es cierto que tenemos más riesgo por la edad y por sufrir ya algunas enfermedades, pero con las medidas adecuadas, podemos hacer muchas tareas de apoyo, de atención telefónica, de formación (transmitiendo el contenido de los cambiantes protocolos, por ejemplo, que las nuestras compañeras no tienen tiempo de leer), tareas burocráticas absurdas que roban tiempo a los enfermos, y muchas cosas más… Dicen las compañeras que trabajan que están muy cansadas, algunos centros han cerrado por falta de personal y se están posponiendo muchos problemas de salud para dar prioridad a las personas con síntomas respiratorios. Permanezco a la espera de que me llamen para poder dar una mano.
Estos días me ha venido a la cabeza La peste, la obra de Albert Camus que describe la vida de una ciudad durante una epidemia mortal y el posicionamiento de los diversos personajes ante las dificultades, el confinamiento, las restricciones, la presencia constante de la muerte en las casas y en las calles. La peste puso a cada uno en su sitio. Su protagonista, el doctor Rieux, nos deja unos diálogos antológicos, convirtiéndose él mismo un referente moral para la profesión. Hablando con el periodista Rambert, que duda de su implicación en las tareas de apoyo, el médico dice:
– … es preciso que te haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Sólo se trata de honestidad.
– ¿Qué es la honestidad?
– No sé qué es en general. Pero en mi caso, sé que no es nada más que hacer mi oficio.
Miles de enfermeras, médicas, administrativas y auxiliares están haciendo su oficio estos días, lo están dando todo, con riesgos para su salud y la de sus familiares, y llegando a la extenuación física y mental. Oficio que no consiste en hacer la guerra contra el virus o en librar una batalla contra la muerte. Más bien consiste en poner en práctica valores como la empatía, la solidaridad, la comprensión, la proximidad, la valoración clínica, el consejo… para poder tranquilizar, aliviar, diagnosticar y tratar cuando sea posible, y decidir el traslado a centros hospitalarios cuando sea necesario.
Están haciendo frente a la vulnerabilidad individual y colectiva propia de los seres humanos, que tan a menudo se olvida, y que ahora nos golpea de una manera excepcional. Con o sin coronavirus, nuestro oficio es ayudar a las personas a vivir de la mejor manera posible, siendo acompañantes y testigos del sufrimiento y de la muerte. Oficio que nunca podrán hacer unas máquinas por más que nos lo quieran hacer creer. Es un oficio que conlleva la implicación humana, tal como están demostrando tantas profesionales. Por ellas y por las personas que en estos momentos están sufriendo, permanezco a la espera porque yo me siento parte activa de este oficio.


