Ni tengo la capacidad, ni ahora mismo me veo capaz de escribir nada de forma estructurada. Pero, por si puede ser útil a otros, me huelga reflejar sobre el papel algunas de las reflexiones y dudas que estos días me dan vueltas por la cabeza. Son embargo, simples reflexiones apresuradas, en un entorno social de sufrimiento y emergencia; como tales, no tienen más valor y son muy limitadas y cambiantes (probablemente en unas semanas las escribiría diferente).

No soy capaz, honestamente, de opinar en este momento sobre si la estrategia como se ha afrontado la epidemia ha sido o no la mejor. Ni me siento suficiente capacidad para hacerlo, ni creo que sea el momento. Sí me preocupa que muchos otros (profesionales sanitarios y no profesionales) opinen con seguridad, marcando cátedra, sobre el tema. Y me parece poco honesto que algún epidemiólogo llegue a decir que la estrategia es bien errónea y pida incluso dimisiones de cargos técnicos. Sinceramente, “ahora no toca”.

El desconocimiento que tenemos del virus, de la enfermedad y de su comportamiento epidemiológico es tan grande que hay que ser prudentes y esperar a poder analizar con perspectiva para decir cosas con cierta base científica. En este terreno nos movemos en la incertidumbre; quizá porque los médicos de familia estamos acostumbrados a hacerlo en la clínica, ahora también aceptamos mejor que otros esta incertidumbre epidemiológica.

Y es esta incertidumbre la que me hace ser respetuoso, sin embargo, con las decisiones que van tomando los que tienen la responsabilidad. Creo que ahora, en general, nos conviene seguir indicaciones (sin dejar de criticarlas o discutirlas, si es necesario). De ello sabrían mucho más compañeras de ONG (como Médicos sin Fronteras) acostumbradas a moverse en entornos epidémicos similares. En este sentido, me preocupan iniciativas “individuales” que pueden ser contraproducentes: “inventores” de tratamientos, “inventores” de circuitos, peticiones de centros sanitarios buscándose la vida para obtener materiales… Son actuaciones poco solidarias y probablemente contraproducentes, aunque puedan ser bien intencionadas.

Procuro, eso sí, seguir haciendo, como una hormiguita, mi trabajo, la que sé hacer, la que creo puede ser útil para los pacientes, a pesar del desbarajuste de continuos cambios de protocolo. Atiendo a diario numerosas personas (estos días se ha hecho habitual sobrepasar las 60), flexibilizando mi horario (a menudo termino más tarde o vuelvo fuera de horario). Muchas atenciones son telefónicas, sin dejar de hacer la atención presencial (con más domicilios) cuando es necesario. No todas, ni mucho menos, son por el “virus”: la vida sigue… y la gente cae y se fractura la rodilla o hace una bacteriemia de origen urinario, o necesita control de su INR, o está angustiada, o hace un debut extraño de una neoplasia, o está a la espera de resultados de pruebas por un problema neurológico grave, o necesita aclarar dudas, o… atender a los múltiples cuadros sospechosos de infección por coronavirus y poner cordura, discerniendo los potencialmente graves de los que no lo son, los que necesitan pruebas complementarias y los que no, dando instrucciones (y prescribiendo bajas laborales, algunas que no corresponderían ) para evitar extender el contagio. Listo aquellos pacientes probablemente infectados con más riesgo y los apoyo y seguimiento telefónico incluso durante el fin de semana; lástima que algunos servicios absurdamente colapsados ​​(como el 061) dupliquen innecesariamente mi trabajo.

Atender todo ello (como siempre) con responsabilidad y calidez, con proximidad, es la mejor aportación que puedo hacer para procurar que estas personas se sientan bien atendidas y no vayan innecesariamente en el hospital. Es un trabajo oscuro (no será motivo de recompensa social como altas actuaciones profesionales más “heroicas”) pero imprescindible.

He procurado estos días mantener la serenidad. No es fácil. Y ayudar a que la mantengan mis compañeras de equipo y los responsables sanitarios y políticos más cercanos.

Preocupa, en este entorno, la actitud mayoritaria simplemente biologicista: todo centrado en el virus, su tratamiento ¿cual?) Su vacuna (cuando la tengamos todo habrá pasado), la atención a urgencias y cuidados intensivos (imprescindibles pero no son la única respuesta). Una orientación que olvida otros padecimientos y que desprecia (ya estamos acostumbrados) la función de la atención primaria de salud: ¿Alguien sabe el trabajo que estamos haciendo?, ¿Alguien contará el número de atenciones en el hospital que evitamos?, ¿Alguien hablará del número de pacientes mantenidos en casa?, ¿Alguien tendrá en cuenta el acompañamiento de las personas ?, ¿Alguien valorará la atención a otras patologías que siguen existiendo ?, ¿Alguien…?

El delirio es ya sentir como alguien propone que los profesionales de la atención primaria nos dedicamos a apoyar en el hospital. Sería un grave error, uno más de los que, probablemente, estos días estamos cometiendo, cerrar los centros de atención primaria. Eso sí que sería “confinar” en el olvido a toda la población, que está sufriendo!

Dedicado, con estimación, a un montón de enfermeras, administrativas, trabajadoras sociales y médicas de los equipos de atención primaria que estos días están dando lo mejor de ellas mismas…

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