La comunidad científica está de acuerdo en que el origen más plausible del Coronavirus es natural y, más concretamente, transmitido por un animal a las personas tras una mutación del virus. A pesar de las teorías de todo tipo y para todos los gustos, (incluidas las conspiratorias), se sitúa su génesis en el mercado de animales salvajes y comida de Huanan, en Wuhan (China).
El 31 de diciembre de 2019, China informó a la OMS de la aparición de problemas respiratorios en un grupo de personas de la ciudad de Wuhan, de unos once millones de habitantes. Días después se confirma la aparición de un nuevo coronavirus y se trabaja con la hipótesis de que los primeros enfermos se infectaron alrededor del 10 de diciembre o incluso antes.
A pesar de la opacidad del régimen chino, la información llegó al resto del mundo. China primero ocultó la epidemia y la extensión de la enfermedad, pero luego tomó medidas férreas, hasta el confinamiento total de la población y construyó, en tiempo récord, un hospital con capacidad para mil enfermos. El 11 de enero se conoce la primera muerte por la Covid-19, un hombre de 61 años con patologías previas que había comprado en el mercado de Huanan.
El virus se empieza a expandir, pero el resto del mundo lo mira con tranquilidad. Quizás con aquella máxima tan humana de ver el problema tan lejos como para creer que aquí no llegaría. China es el primer país en minimizar las consecuencias del virus, pero todo parece indicar que rectificó a tiempo, a pesar de llegar también tarde. Después se ha conocido que las cifras de personas que desgraciadamente han perdido la vida son necesariamente mucho más altas que las cifras oficiales de muertos, publicadas por el régimen chino.
Los tiempos de espera en los crematorios, con retrasos superiores a los ocho días, indica que los muertos en China por la Covid-19 han tenido que superar con creces los 40.000. Así lo calculan diversas fuentes y los modelos matemáticos de expansión de la enfermedad. Ciudadanos chinos residentes en España tuvieron claro que las autoridades chinas no decían la verdad respecto a la magnitud de la tragedia, con respecto al total de enfermos y muertos. Conocedores del funcionamiento del régimen, muchos chinos residentes en Europa no viajaron a ver a sus familiares con motivo del Nuevo Año Chino, porque captaban en las conversaciones con sus familiares que la situación era mucho peor que la información oficial que llegaba.
Los organismos internacionales también lo miraron con excesiva calma, a pesar de la evidencia. Carecieron de reflejos y agilidad. La misma OMS habló de un problema focalizado en China, luego en Asia. Sus responsables se negaban a hablar de emergencia y mucho menos de pandemia. Era tan sólo una epidemia concentrada en algunas zonas. Se obvió que en menos de dos días se puede ir en avión de una punta a otra del planeta.
La declaración de pandemia
El 21 de enero se registraba el primer caso en Estados Unidos. El 24 de enero, el virus ya estaba en el corazón de Europa, con tres positivos en Francia. El 25 también había llegado a Canadá. No fue hasta el 30 de enero que, entonces sí, la OMS declara la emergencia internacional. Ya había oficialmente más de diez mil enfermos y los muertos superaban los 200. Y, en España, se detectaba el primer caso positivo por coronavirus el 31 de enero en la isla de la Gomera, un paciente ingresado que se había infectado en Alemania. También el 31 de enero en Italia se confirmaron los dos primeros casos, dos turistas chinos.
El 2 de febrero se registra la primera muerte fuera de China, en Filipinas, y el 14 de febrero la primera muerte en Europa, un turista chino que se encontraba de viaje por Francia. También el 14 de febrero la Covid-19 llega a África. El 21 y 22 se confirman en el norte de Italia casi un centenar de contagios. El 25 se detecta oficialmente el primer caso en España en la península, pero el 26 ya teníamos nueve casos en toda España y 322 en Italia.
El 26 de febrero, Brasil confirma un caso de coronavirus, el primero de América Latina. El 28 de febrero llega a Australia. El patógeno SARS-CoV-2 ya se había extendido silenciosamente y mortalmente por los cinco continentes. Pero no fue hasta el 11 de marzo que la OMS declaró oficialmente, ahora sí, la pandemia. Entonces ya había en el mundo un total de 124.578 casos de coronavirus e irremediablemente 4.584 personas, con sus biografías y sus familias, habían muerto.
El 11 de marzo, en Italia, había 12.462 enfermos de coronavirus y 827 muertos. En Francia, 1.784 positivos y 33 muertos. En Alemania 1.908 contagiados y tres muertos. En España, 2.100 casos y 49 muertes. El Gobierno decretó el estado de alarma tres días después, el 14 de marzo, prorrogado con la aprobación del Congreso hasta el 11 de abril y el jueves el Parlamento español debe volver a votar su ampliación hasta el 26 de abril.
Falta de previsión
El desprecio a la amenaza que representaba la Covid-19 no se ha visto solamente en la falta de previsión sobre su extensión, también sobre su grado de mortalidad. Primero se dijo que era más leve que la gripe habitual de cada invierno; después, vistas las proporciones, se dijo que el problema era la rapidez en el contagio. Tampoco hay un consenso científico sobre las formas de contagio y sobre los síntomas. Y, por si fuera poco, se dijo, primero, que sólo tenía afectaciones graves para las personas con patologías previas y que incidía principalmente en las personas mayores. Ahora, cerca de superar el millón y medio de casos de coronavirus en el mundo y a punto de superar los 75.000 muertos, tenemos personas de todas las edades, incluso bebés, que han muerto por la Covid-19.
La mañana del 7 de abril, la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos, con su gráfica en tiempo real sobre el avance del coronavirus, establece que el país con más enfermos son los Estados Unidos, con 368.376 contagios y 10.792 muertes. España está en segunda posición respecto al número de contagios, 136.675, pero con más muertos (13.341). Italia es el tercer país en número de enfermos (132.547), pero con más muertos que España (16.523). Y el caso paradójico es China, con 82.697 casos y 3.333 muertes, según las cifras declaradas por el régimen chino. El dato esperanzador son los 284.802 recuperados y dados de alta en todo el mundo.
Con estos datos, la siguiente pregunta clave es: ¿por qué hay más muertes en Europa? Los Estados Unidos y otros países del resto de mundo confían en no llegar a la proporción de España e Italia. Las autoridades de cada país, lógicamente, intentan aprender de los que lo han sufrido antes y toman las mejores medidas posibles para frenar la pandemia. Con la hipótesis de que en China la cifra real de contagios y de muertos puede ser muy superior, también se debe tener en cuenta que las medidas tomadas por el régimen de Xi Jinping han sido mucho más contundentes y simultáneas al confinamiento.
China, además de confinar a los ciudadanos en sus hogares, hizo tests masivos para seguir la trazabilidad del virus y determinar quién se iba contagiando, para así tratarlo. Toda la población llevó mascarillas desde el primer momento; se tomaba la temperatura en los aeropuertos antes de cerrarlos a todos los pasajeros, para aislar a los que tenían fiebre y de forma periódica se desinfectaban todas las superficies. Tres meses después, China, y especialmente en Wuhan, continúan aplicando estas medidas.
Todo lo que se ha hecho en China, por falta de medios no se ha hecho en España e Italia con la misma rapidez, ni con las mismas proporciones. Y, en última instancia, por falta de dinero, y por no querer subordinar la economía a la salud y todo lo que representaba en una sociedad capitalista. Sólo cuando la terrible tragedia se nos venía encima, se actuó. Tarde y con falta de previsión.
Las administraciones no querían saturar el sistema sanitario público, pero han tardado en contar con la sanidad privada y habilitar nuevos espacios cercanos a los hospitales. Las condiciones de trabajo del personal sanitario han sido infrahumanas. En muchos casos con la falta de equipos de protección, lo que ha provocado que haya muchos médicos, enfermeras, auxiliares y demás personal sanitario contagiado. Y no se puede olvidar que las dos comunidades más afectadas, Madrid y Catalunya, venían de un largo periodo de recortes y precarización de los sistemas sanitarios públicos.
Las lecciones que debemos aprender
Existen muchas más preguntas clave para responder. Una de ellas es la de las residencias de ancianos, la de nuestros progenitores. ¿Si el factor de riesgo más grande eran las personas mayores, por qué se ha tardado tanto en tomar medidas? Se les aisló de los familiares, limitando las visitas, para que no hubiera contagios. Pero se obviaron las mismas condiciones de aislamiento y las características de la mayoría de residencias, con espacios comunes con muchas personas; no sólo los abuelos, sino también los trabajadores. Cuidadoras, mayoritariamente, que debían seguir trabajando sin la mínima protección, lo que los exponía a contagiarse y contagiar los residentes.
La sociedad se pregunta ahora si estamos a tiempo de aprender que la respuesta es muy perfectible, que las autoridades, todas, pueden y deben hacerlo mejor, que hay muchas vidas por salvar. Y que estas vidas, la de todos los ciudadanos, no pueden continuar con la configuración actual. Esta emergencia, esta crisis, no la pueden volver a pagar los de siempre, los y las más vulnerables de la sociedad. Debemos repensarlo todo.
La Economía se puede reflotar, la Salud, si se abandona, no. Cuando todo haya pasado, cada uno podrá mirarse en el espejo y reflexionar sobre los aciertos y los errores. Irremediablemente, miles de personas habrán muerto. Será el triste y lamentable precio de una sociedad, de unos organismos y de unos gobiernos que no se dieron cuenta a tiempo de que éramos insignificantes, que no dominábamos la naturaleza, que no habíamos puesto las condiciones de vida en el centro de la existencia y que había que no dejar de investigar. Muchas cosas nos tendremos que replantear, desde las formas de producir, hasta las de gobernarnos y relacionarnos, pero si queremos salvar a la humanidad, tendremos que salvar el planeta. Es nuestro hábitat de vida y la hemos despreciado.


