Son semanas intensas de lucha para la salud colectiva, el huracán del coronavirus ha abierto las puertas de los geriátricos y lo que se sospechaba pero no se quería dejar ver se ha visto. “No es viejo quien tiene muchos años, sino quien tiene sus facultades mermadas”, decía Galeno, el médico y filósofo griego. Así pues, la vejez es el efecto cruel de perder por deterioro facultades primordiales que precisamos para ser autónomos y plenos; algo que no comienza al cruzar el umbral de una edad, sino en otro momento muy distinto: cuando uno, tristemente, pasa de ser su propio soberano, capaz de servirse a sí mismo y dueño de sus facultades plenas, a verse dependiente de otro, incapaz de valerse, y privado de aptitudes que tuvo y que nunca recuperará.
La plataforma Filmin ha recuperado Casa de nadie (Boogaloo Films, 2017), la película de Ia investigadora cultural, profesora de la UdG i realitzadora, Ingrid Guardiola, que nació de un encargo del CCCB sobre el envejecimiento de la población europea y de la democracia. Guardiola se encontraba investigando cuando se hizo la siguiente pregunta: ¿Qué pasa con las comunidades cuando dejan de ser productivas? Para explorar esta cuestión, tomó dos contextos muy diferentes en los que esto se manifesta de forma evidente: por un lado, el pueblo de Ciñera de Gordón, en León, prácticamente desahuciado tras el cierre de la empresa minera y, por el otro, un entorno más urbanizado y se fijó en una residencia de ancianos del barrio de Sant Andreu de Palomar.
Aun siendo dos terrenos diferentes, tienen mucho en común: sirven para hablar de cómo se fracturan las comunidades, cómo se gestiona la falta de empleo, cómo se gestiona la muerte; ya sea la de un lugar, ya se la de uno mismo. Ambos casos le sirvieron como premisa “para entrar en historias de vida, de cómo esta gente se enfrenta a su propia desaparición”. La cineasta, más que ofrecer respuestas, observa y escucha, pone la cámara y registra las voces. Se tomaron muchos testimonios, pero la realizadora optó por “no personificar la historia” mediante imágenes y se sirvió de un mosaico de voces para dar la idea de comunidad.

“Las dos localidades viven cristalizadas, como si fueran los restos de un tiempo que, con resignación, serenidad y sentido del humor, va desapareciendo”, apunta la directora. “En el primer caso porque la empresa minera había desaparecido del pueblo y había puesto a la venta todo lo que era suyo, que era casi todo. En el caso del geriátrico, un lugar impersonal, casi funcionarial, es más un tema de degradación física individual; son las personas las que están a punto de desaparecer”. Y añade, “son dos comunidades artificiales. Una está creada con dinero y la otra se basa en la economía del cuidado”.
“Tenemos que reinventar nuestra forma de envejecer”, incide la directora, que cree en el cohabitaje como una opción alternativa –y humana– al geriátrico. “Nos han desentrenado para la lucha colectiva, y eso no sólo hace que nuestro marco laboral premie la fragmentación, que premie las no-relaciones y la emprendeduría, sino que todas esas luchas absolutamente individuales hacen que lleguemos a nuestra vejez sin fuerzas, sin saber cómo conseguir mejoras, sin saber hacerla digna”.
Al final, sin buscarlo, el documental tiene un sesgo muy femenino porque las protagonistas son mujeres, la economía de los cuidados es un entorno muy feminizado y las mujeres viven más y tienen una vejez más activa en comparación a los hombres. Además, explica Guardiola, en el caso de Ciñera, “las mujeres del carbón son muy importantes en su lucha por conservar los puestos de trabajo de sus maridos y dignificar la profesión de minero”. Por eso, subraya, “al final acaba siendo una especie de homenaje feminista a todas esas mujeres a las que muchas veces se les ha usurpado la vida”.
El documental, según Ingrid Guardiola, no quiere llegar a grandes conclusiones, sino que sean las propias voces que intervienen las que hilen el guión, desde un punto de vista poético e íntimo. “No es un documental de grandes heroínas, sino de la gente común que apela a experiencias comunes, como es la dictadura del trabajo, la penuria de la vejez y lo irreversible de la muerte”. El paso del tiempo resulta inalienable, pero con frecuencia se ve coartado por un sistema capitalista que lo acaba precipitando hacia la muerte, eso sí, con un poco de esperanza porque al día siguiente vuelve a salir el sol y la vida siempre se renueva.


