Marc Antoni Broggi es doctor en Medicina y Cirugía y, actualmente, presidente del Comité de Bioética de Catalunya, una institución de la Generalitat de Catalunya, al servicio de los profesionales y de los ciudadanos que se encarga de asesorar en problemas éticos que surgen en torno a la vida y la salud. Broggi destaca la importancia del acompañamiento al paciente y a los familiares en el tramo final de la vida. Argumenta que, para hacerlo adecuadamente, hay formación. “Los sanitarios deberíamos estar más familiarizados con conocimientos y habilidades sobre el proceso de morir, el sufrimiento, el duelo y la pérdida. Es lo que los ciudadanos esperan de nosotros”, dice.

Uno de sus campos de investigación principal es la bioética. ¿Qué implicaciones tiene la bioética en la crisis de la Covid-19?

Creo que son muchas. En la bioética, precisamente, se hace necesario abordar situaciones como estas, donde nos encontramos todos sorprendidos y perplejos ante hechos relacionados con la medicina y las ciencias de la vida que necesitan un análisis difícil pero necesario. Aristóteles ya decía que lo que lleva a los seres humanos a pensar es la perplejidad ante cambios que aparecen. La bioética quiere ser, justamente, una ayuda para decisiones que se deben tomar en situaciones complicadas y en condiciones de incertidumbre y con un conocimiento limitado.

Lo que hace la bioética es ayudar a ponderar los valores que están en juego, evaluando, por ejemplo, los principios que se tienen en cuenta o las consecuencias probables de las actuaciones; es decir, tiene un hábito de dar razones, de reconocer los límites y de saber responder, de aceptar la responsabilidad. Y en esta crisis de la Covid-19 hay muchos factores que son tributarios de la bioética: puede ser la asignación de unos recursos que son limitados, la decisión de transformar un hospital para que sea apto para la Covid-19 y dejar de tratar personas que tienen otras enfermedades, o los límites del confinamiento. Cada decisión de estas se tomará dando las razones que la justifican, haciéndolo con transparencia. La bioética ayuda, no a elegir “la buena solución”, sino la mejor, o menos mala, en ese momento.

Los pacientes más vulnerables deben tener las mismas oportunidades de tratamiento. Pero ¿cómo se puede garantizar esto?

Yo creo que los profesionales sanitarios están preparados para tomar este tipo de decisiones, y éstas deben tomarse como están habituados a hacerlo: ponderando toda una serie de valores. En este caso concreto, el Comité de Bioética quiso ayudar a los profesionales que se pudieran apoyar en unos protocolos mediante los cuales se pudiera priorizar según una serie de parámetros, y que las decisiones no se limitaran a elegir por uno solo de ellos, como puede ser el de la edad. La edad es un parámetro más, pero no es, ni mucho menos, el parámetro fundamental para una decisión individualizada. Sí lo son, en cambio, las posibilidades de recuperación del paciente.

Los profesionales sanitarios están sometidos a una gran presión asistencial en esta crisis. ¿Tienen el apoyo adecuado?

Creo que necesitan mucho apoyo de la ciudadanía en general, y de los poderes públicos en particular. Sí, necesitan el apoyo máximo estos días. Me parece que la tensión es muy fuerte y que están muy exhaustos, ya que la crisis no sólo es intensa sino muy larga, y estar en primera línea, día a día, cansa mucho. Además, hay muchas bajas entre ellos, lo que hace disminuir mucho el número de personal disponible. La presión es, pues, muy fuerte y han de notar el reconocimiento. Todos los servicios psicológicos, que antes eran un poco marginales, forman ahora parte de los servicios fundamentales, no sólo para los enfermos y familiares, sino también para los profesionales. Esta crisis nos ha enseñado realidades que no habían aflorado y que, en cambio, ahora se han visto claramente necesarias.

Por otra parte, hay muchas expresiones de solidaridad, de fraternidad, que se han puesto en marcha y que al verlas, nos pueden emocionar. Se ha visto que dependemos de una serie de servicios, no sólo de los sanitarios, sino de todos los que nos permiten estar confinados: lo podemos hacer porque nos llega comida, porque hay una serie de servicios mínimos que funcionan. La educación, por ejemplo, también se ha tenido que adaptar a la situación. Yo creo que esta crisis nos enseña muchas cosas y, entre ellas, nuestra capacidad, como seres humanos, de resiliencia, de adaptarse a nuevas situaciones en poco tiempo. Hemos sido capaces, a pesar del conocimiento limitado del virus y de cómo actúa, de modificar la curva natural de su expansión y de la mortalidad que provocaría, o de transformar, por ejemplo, un gran hospital en poco tiempo para afrontar la ola tremenda de la Covid-19 que se le venía encima.

En la situación actual, muchos enfermos están muriendo en soledad, sin poder coger de las manos a sus familiares. ¿Qué se podría hacer para que los pacientes tuvieran una muerte digna?

Realmente la cantidad de enfermos que mueren es muy elevada y la gran posibilidad de contagios ha hecho restringir la presencia de familiares y ha hecho que mucha gente no muriera en las mejores condiciones ni con suficiente dignidad. Creo que lo importante es que se mantenga una sensibilidad para aumentar la ayuda al máximo en el proceso de la muerte. Sé de iniciativas imaginativas para que la gente se pueda despedir. Creo que los profesionales del sector sanitario se han hecho también conscientes de esta necesidad y hacen lo posible para ayudar al máximo. Es una cuestión de actitud, de verlo como no superfluo, de mirar siempre que el enfermo no se sienta abandonado.

Los profesionales de la salud no sólo deben luchar contra la enfermedad, sino ayudar a que los pacientes la vivan lo mejor posible y acompañarlos en el tramo final de la vida

Usted escribió un libro que se titula “Por una muerte apropiada”, una especie de manual de buenas prácticas para quien debe tratar a un enfermo terminal. ¿C´lomo se debe hacer esta atención?

Lo más importante es evitar el sufrimiento. Después, se deben evitar las medidas inútiles en ese caso concreto, que son un daño para el enfermo y que a la sociedad tampoco le convienen. Finalmente, se debe mantener en lo posible una comunicación personalizada para descubrir y respetar las voluntades de cada uno, para adaptarnos a su manera de ser. Por eso insisto en el adjetivo de ayuda “apropiada”, en el sentido de que no sólo sea razonable, sino que cada persona pueda apropiarse al máximo de su proceso. Diría, además, que se ha demostrado una necesidad clave en este momento, que es la que todos los profesionales sanitarios, sean de la especialidad que sean, adquieran conocimientos y habilidades para luchar contra el dolor, para saber calibrar la no instauración de medidas ya inútiles para aquella persona y acompañarla.

¿Hay suficiente formación entre el personal sanitario para comunicar y acompañar en el final de la vida?

Creo que la hay, pero que debería haber más. No hay demasiado sobre eso en los estudios, y luego los profesionales lo adquieren con la experiencia. Es muy superior la de ahora a la que había hace unos años. Los profesionales de ahora saben mejor cómo tratar estos aspectos. Ahora se ha extendido más ampliamente una cultura en el sentido de que los profesionales de la salud no sólo deben luchar contra la enfermedad, sino ayudar a que los pacientes la vivan lo mejor posible y acompañarlos en el tramo final de la vida. Se ha demostrado que no se puede sólo reservar este último cuidado, en la mayoría de casos habituales, únicamente a los especialistas en cuidados paliativos.

¿Cree que ahora hay una mayor sensibilidad social para mejorar las condiciones y la asistencia en el tramo final de la vida?

Sí, hay una conciencia mucho mayor de la sociedad y también del personal sanitario. En este sentido, creo que esta epidemia ha sido una sacudida que nos ha hecho más conscientes. Saldremos con una evidencia más grande de esta necesidad de asistencia en el tramo final de la vida. De alguna manera, con esta crisis saldremos con una conciencia más lúcida de nuestros límites. Antes vivíamos en una situación más inconsciente, por ejemplo, muy engreída de nuestro dominio sobre la naturaleza, de la enfermedad por ejemplo. Pero se ha demostrado que nuestra ignorancia en muchos terrenos es mayor que nuestro conocimiento. Creo que esta es una de las grandes lecciones de esta crisis. Los griegos habrían dicho que esta epidemia era un castigo por nuestra soberbia, como ocurre en la Ilíada o Edipo; y en este caso nuestro podría ser por el maltrato que hacemos de la naturaleza en muchos aspectos. Quizás no es un castigo, pero sí una dura lección de humildad.

Los sanitarios deberíamos estar más familiarizados con conocimientos y habilidades sobre el proceso de morir, el sufrimiento, el duelo y la pérdida. Es lo que los ciudadanos esperan de nosotros

¿Cómo se hace entender a los familiares y al mismo paciente que éste no tiene posibilidades de sobrevivir?

Encarar el pronóstico forma parte de la actividad de las profesiones sanitarias. Siempre han tenido que apoyar a un paciente cuando se acerca el momento en que llega su final. Hay que saber transmitir que se puede hacer siempre algo por él: para que no sufra, para que esté más cómodo o se sienta acompañado… no hay que decir que no hay nada que hacer. Está claro que hay que transmitir que ya conviene parar de luchar contra la enfermedad y que, en cambio, se deben dedicar los esfuerzos a que la persona esté confortable. Hipócrates, en el siglo V antes de Cristo, ya decía que cuando la enfermedad “es más fuerte que nosotros”, debemos saber aceptarlo y no actuar inútilmente contra ella. En general, creo que los sanitarios deberíamos estar más familiarizados con conocimientos y habilidades sobre el proceso de morir, el sufrimiento, el miedo y la esperanza, el duelo y la pérdida, y así ayudar al máximo en estos momentos. Es lo que los ciudadanos esperan de nosotros.

En Catalunya hay un sistema de cuidados paliativos extraordinario. La semana pasada, precisamente, murió mi madre. Llamé a una amiga de cuidados paliativos cuando vi que era el final, vino rápidamente, hizo el pronóstico, le puso un tratamiento contra la disnea, y murió en casa, acompañada por nosotros y sin sufrir.

¿Cómo pueden los familiares hacer un buen duelo en estas situaciones?

Es muy difícil. Tendremos que buscar nuevas formas, improvisar imaginativamente para hacer el duelo en una situación de confinamiento. La situación actual nos ha hecho dar un paso atrás, y el duelo resulta socialmente complicado. Entiendo que es muy difícil, pero no sé por qué no puede haber más de tres personas en un cementerio amplio al aire libre y, en cambio coincidir en un metro: es un problema de sensibilidad, también. Durante siglos, los humanos hemos ido afilando unas formas sociales de acompañamiento al duelo, y ahora, repentinamente, todo esto se ha roto de forma provisional. Las familias ven que se quedan sin un ser querido y no han podido despedirse de él y ni siquiera compartir después el duelo entre sí.

Usted distingue entre la eutanasia y la muerte digna.

Mucha gente habla de una forma imprecisa de la eutanasia. No es eutanasia hacer que la gente muera bien, hacer que muera sin dolor, sin ahogo, sin actuaciones desproporcionadas. Una cosa es provocar la muerte cuando no vendría, y otra distinta es dejar que llegue sin sufrimiento, sin actuaciones que ya no son útiles para el enfermo o que éste no quiere. Esto segundo es buena práctica, una necesidad. Es mala práctica dejar que el enfermo sufra.

La muerte es todavía un tema muy tabú en nuestra sociedad. ¿Cómo se puede abordar?

La muerte siempre ha sido un tema tabú. Ahora también lo es, pero, más o menos, lo ha sido siempre. Hay una frase de una de las primeras obras de la humanidad, el Mahabharata, que dice que lo más extraño de los humanos es que, siendo mortales, vivan como si no lo fueran. Es decir, la gente vive de espaldas a la muerte, y en parte, es sano que lo hagan. No se puede vivir bien pensando demasiado en la muerte. Pero es sano poder pensar cuando hay que pensar, es decir, cuando se muere alguien de nuestro alrededor y la hemos de ayudar, o cuando a ti mismo te queda poco tiempo de vida. En mi opinión, debe haber una preparación, tanto intelectual como afectiva o sentimental. Saber que, un día cercano, esto se debe dejar tal como esté. En este sentido, no es bueno no ir a ver un moribundo o que los niños no vean al abuelo muerto o que no sepan que se está muriendo. Es malo esconder la muerte.

Y entonces, ¿cómo explicar la muerte a los niños?

Yo no soy especialista en el tema, pero hay expertos que dicen que a los niños hay que hablarles de la muerte con naturalidad, no se les debe decir mentiras sobre ella y se les debe hablar de manera espontánea y sin dramatizar esto. En el duelo, que lo puedan expresar, utilizar el dibujo, actuaciones simbólicas… Creo que sí: que los niños, a su manera, y de forma delicada, se les debe hacer intervenir, como en un problema más de la vida tal como es.

Su padre ejerció durante la guerra civil en una situación muy difícil. Ahora no estamos en una guerra pero muchos usan terminología bélica, ¿qué le parece este uso de expresiones bélicas?

Yo creo que no es muy acertado hablar de la situación actual de la epidemia del coronavirus como si estuviéramos en una guerra. Creo que es bueno reconducirlo y hablar más bien de una situación en la que se hace muy necesaria la solidaridad y la fraternidad entre nosotros. Estamos en un momento en que hay gente que sufre y que necesita toda nuestra ayuda y nuestros recursos, no sólo materiales sino también organizativos. Porque la demostración de solidaridad que se está viviendo es impresionante: los mayores tenemos que agradecer a los jóvenes el hecho de protegernos con su esfuerzo y riesgo de su futuro, personal y económico. Conseguir el confinamiento y que durante semanas la gente pueda vivir con comodidad, sabiendo que hay unos servicios que siguen estando en marcha, es extraordinario.

Ha sido un ejercicio de fraternidad que nos ha demostrado la debilidad que tenemos y que nos necesitamos unos a otros

¿Cree que después de esta crisis esta conciencia social y de cooperación mutua seguirá existiendo?

Yo creo que es bueno que quede este sentimiento de necesidad de cooperación y solidaridad entre todos nosotros. Ha sido un ejercicio de fraternidad que nos ha demostrado la debilidad que tenemos y que nos necesitamos unos a otros. Esto no se logró en 1918, durante la llamada gripe española. Ahora se ha conseguido una solidaridad muy intensa y eficiente, y no debería perderse ni olvidarse. Mi padre recordaba el tiempo de la guerra como un tiempo que te hacía pensar que las cosas no eran nada fáciles, y que no tenías que olvidar que había graves peligros en el horizonte. Ahora parece que también pasará un poco eso. Que cuando esta crisis pase, quedará en las generaciones futuras como un recuerdo de la posibilidad de los peligros. Las generaciones futuras dirán: “yo estuve en aquella época”. Quedará como una lección a la humanidad de lo que nos puede pasar.

Creo también que una de las cosas que ha demostrado esta crisis sanitaria es la importancia de lo que llamábamos “el estado de bienestar”, que requerimos una sanidad y una educación potentes, y hemos visto que deben ser potenciadas, aumentadas. Debemos hacer un esfuerzo para hacer más sólida la sanidad y la educación públicas.

¿Cómo cree que podremos ir saliendo de esta crisis sanitaria y volver a una cierta normalidad?

Yo creo que para la salida, para el desconfinamiento, necesitamos más conocimiento. Debemos ser capaces de saber qué límites estamos dispuestos a pasar, qué tipo de rebrote, por ejemplo, estamos dispuestos a admitir. La sanidad pública y los expertos tienen mucho que decir en esto. Debemos conocer hasta qué punto la sanidad pública es capaz de recibir otra ola de coronavirus, aunque sea más pequeña. En mi opinión, el desconfinamiento, que deberá ser progresivo, con conocimiento de nuestros límites y decidiendo, como quiere la bioética, en condiciones de incertidumbre, dando razones de las prioridades que elegimos.

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