Anna S. Vanesyan, cirujana, ha tenido que asistir impotente desde su casa al desbordamiento del sistema sanitario. Ni durante los momentos más graves de la epidemia, ni tampoco durante el colapso de hospitales y centros, esta doctora armenia especializada en senología ha podido regular su situación, incluso después de que Sanidad tratara de flexibilizar la homologación de títulos de profesionales sanitarios inmigrantes.

España, como mucho otros países europeos, necesita personal sanitario. La crisis no solo ha evidenciado esta urgencia, sino que además, abre una reflexión acerca del proceso burocrático que muchos de estos profesionales deben realizar. Por ejemplo, el ministro de universidades, Manuel Castells, anunció que ya se habían convalidado 550 títulos de médicos y enfermeras, casi la mitad de las 1.083 homologaciones registradas durante 2020. ¿Hay que vivir situaciones graves como las actuales para advertir el capital humano y profesional que tenemos? Si ya se advierte la necesidad de personal sanitario, ¿no debería agilizarse la tramitación, flexibilizar estos trámites antes posibles pandemias futuras?

En el examen MIR 2020, según el Ministerio de Sanidad, fueron admitidos 16.176, de los cuales, 3.996 eran médicos extranjeros de más de 61 países distintos. La mayoría de estos profesionales proviene de América Latina. Sin embargo, existen otros colectivos de personal sanitario invisibilizado. Es el caso de los profesionales sanitarios ruso hablantes. Muchos de ellos poseen títulos universitarios, incluso especialidades que exigen años de intensa formación.

Algunos de ellos, incluso se han visto obligados a dejar sus altos puestos de trabajo por motivos políticos. “Mi marido, ruso, pero de origen tártaro, estaba siendo perseguido por motivos políticos. Fue amenazado. Yo soy de Armenia. Aunque estaba casada con un ciudadano ruso y tuviera un hijo de nacionalidad rusa, me echaron del país. Empezaron a denegarme los papeles de residencia y así, perdí mi trabajo. Y muchos pacientes se quedaron sin mi seguimiento”, explica Anna S. Vanesyan. “En Rusia trabajaba como cirujana senóloga. Mi especialidad está en el campo de reconstrucción mamaria en pacientes con cáncer de mama. Al mismo tiempo, era directora médica de una clínica privada oncológica”. Y añade: “Con muchas dificultades llegamos aquí y pedimos asilo. En julio hará 5 años”.

Una experiencia similar es la de Zarina Petrosian, farmacéutica de profesión. Llegó a España en mayo de 2017. “Mi marido es óptico y trabajaba en Rusia. Yo era gerente de farmacia. Teníamos una buena situación económica. Pero, ante el horizonte político, frente a las expectativas del país, y también por el futuro de nuestros hijos, decidimos venir a España y dejar Rusia”.

Cuando llegan aquí, muchos de estos profesionales ruso hablantes se ven abocados a un proceso burocrático lento y pesado, largo de por sí. Además, se les añade la dificultad del idioma. “Mientras empezaba a tramitar todo el papeleo, me preparaba para el DELE B2, el diploma de español”, recuerda Anna S. Vanesyan. “Una vez superado, en 2016 presenté la documentación para la homologación del título. Y justo un año después lo recibí”. Pero ahora, explica, empezaba lo más difícil: tramitar el permiso de residencia.

Para ello, Anna S. Vanesyan tenía que cumplir tres requisitos: una estancia en España de mínimo tres años, ausencia de antecedentes criminales y posesión de un contrato de trabajo o plan de negocio. En este último punto, surge un problema que muestra bien la contradicción de la gestión administrativa, un círculo kafkiano. “Para tener un trabajo, necesitas el permiso de residencia. Pero, para tener permiso de residencia, necesitas un contrato de trabajo” explica Zarina, quien ha enviado CV a muchas farmacias esperando ser llamada. Y ante la pregunta sobre cómo se siente, Zarina Petrosian confiesa: “tengo muchas ganas de trabajar y también de pagar impuestos. Quiero hacer algo por este país y sus ciudadanos”.

Ante la contradicción del proceso, Anna S. Vanesyan optó por concebir un plan de negocio, una vía distinta para obtener el permiso de residencia. “Me formé en Barcelona Activa durante cuatro meses, escribí un plan de negocio que fue aprobado sobre una consulta propia especializada en senología. Más de 50 páginas. Mientras, trataba que el COMB (Colegio Oficial de médicos de Barcelona) me diera de alta como colegiala”.

Consiguió ser colegiada en agosto de 2019, tras aportar información adicional relacionada con su huida de Rusia. Sin embargo, debía presentar su proyecto para obtener el permiso de residencia. Se lo denegaron. ¿Motivo? “Me pidieron un certificado adicional del banco para evaluar mis ingresos. Como son bajos, ya que no puedo trabajar, alegan que podría ser un coste para la sociedad”. Y añade: “claro que tenemos dificultades, por eso queremos trabajar”. Anna S. Vanesyan está recurriendo.

Mientras espera obtener el permiso, durante la epidemia, esta doctora y cirujana armenia contactó con hospitales para ofrecer su experiencia de más de 10 años, aunque fuera “como voluntaria, sin querer contrato ni sueldo. Solo una oportunidad de sentirme útil”. Sin embargo, en una sucesión de correos y mensajes, su propuesta voluntaria de ayuda se perdió en un círculo kafkiano de peticiones repetidas de documentación que Anna S. Vanesyan, ya habían justificado.

Sin tanta complejidad, pero con el mismo resultado, otra doctora y cirujana ucraniana, Daria, recibió del Ministerio de Educación un aviso para agilizar su documentación ante al colapso del sistema sanitario. Pero “al final me escribieron alegando que debía aportar más documentación”. Daria, con permiso de residencia para estudiante, trabaja por ahora en una farmacia. Pendiente de homologar su título y sin alta de colegiala, persiste en la tramitación de su documentación.

Frente a una necesidad cada vez más urgente de profesionales de la salud, cuando se prevén posibles pandemias en un mundo ya global, ¿no habría que flexibilizar los trámites para personal sanitario con experiencia y formación? Anna S. Vanesyan persiste: “Barcelona fue un amor a primera vista. Mi vida está aquí, con mi familia. Y por supuesto, siendo doctora. Desde niña quise ser doctora, nunca pude imaginar otra cosa”. Un reto más para superar la crisis.

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