En primer lugar, esta crisis ha comportado situaciones, informaciones e imágenes que impactaban duramente y exhibían nuestra vulnerabilidad como seres humanos, la fragilidad de nuestra vida biológica. Y esta vulnerabilidad intrínseca como seres humanos se ha hecho más patente por el grado de incertidumbre que existe sobre una futura resolución de la enfermedad. Los discursos bélicos desde instituciones gubernamentales tampoco es que hayan ayudado mucho.

Esta crisis ha traído también una reorganización brutal de la red sanitaria pública. Reorganizaciones internas de los hospitales, creación de hospitales de campaña, reorganización de la atención primaria y comunitaria, tanto familiar como de la salud mental, implementación de nuevos protocolos continuadamente cambiantes y a veces contradictorios.

Las implicaciones para los trabajadores: cambios de turnos, aumento de jornadas, sobrecargas de trabajo, aumento de disponibilidad y desconocimiento del lugar de trabajo los días siguientes, implementación de nuevas herramientas asistenciales. A esto hay que añadir la sobrecarga emocional, el miedo y la desconfianza por la falta de medidas adecuadas de protección y la modificación coyuntural de los protocolos de atención, prevención y actuación ante posibles contagios o la angustia de tener que tomar decisiones éticas complejas.

Por otra parte, también hemos podido ver una voluntad firme de solidaridad desde muchos ámbitos que ha ayudado a ver luz dentro de la excepcionalidad de la situación y a mantener la confianza en el otro en una situación en la que hemos conocido informaciones y visto imágenes de graves vulneraciones de derechos, tanto en el ámbito público abierto como en el cerrado, por parte de las propias autoridades amparadas por una legislación de excepción.

Sobre las consecuencias en la salud mental de esta crisis se pueden señalar algunas cuestiones. Antes hay que decir que se trata de una situación compartida que nos incluye a todos y todas y que de una u otra forma nos hermana en el sufrimiento y en la comprensión del otro. Dicho esto, la afectación es desigual dependiendo de los factores de siempre, los socioeconómicos. Y este hecho determina también en buena medida quién es más probable que necesite recursos de atención o más continuidad de recursos.

Para bien de entender mejor qué podemos encontrar en la atención en salud mental, convendría distinguir entre la afectación en las personas que han sufrido la enfermedad en persona o de cerca o incluso han perdido a algún ser querido, las personas que ya se visitan en centros de atención a la salud mental y pueden sufrir un trastorno mental grave y los profesionales que han estado directamente en contacto con las situaciones más duras de la crisis sanitaria.

Con respecto al primer grupo se entiende que podremos encontrar aquellas personas que han sufrido la enfermedad y que por diversas razones pueden sufrir más afectación emocional (situaciones traumáticas, retraso en el diagnóstico por causas externas, confinamientos prolongados en malas condiciones) y personas que han sufrido la muerte de un ser querido con consecuencias emocionales comprensibles en pérdidas traumáticas por la dificultad de integrarla por falta del ritual colectivo de despedida y el calor de los seres queridos.

La capacidad de los seres humanos para superar las adversidades y reconstruirse después de las crisis es muy grande y mejora si forjamos narrativas compartidas que den sentido colectivo a lo sucedido

Dicho esto, hay que señalar que la capacidad de los seres humanos para superar las adversidades y reconstruirse después de las crisis es muy grande. Mejor si forjamos narrativas compartidas que den sentido colectivo a lo que ha sucedido. Y esto se debe hacer como comunidad y desde la comunidad. En estas últimas semanas vemos continuamente en los medios de comunicación la aparición de especialistas en psiquiatría de grandes hospitales insistiendo en la pandemia de trastornos mentales que vendrá y el aumento que se espera de la demanda asistencial en los servicios de salud mental.

Esto contribuye a construir un discurso preconcebido del que hemos de experimentar emocionalmente sin dar margen a las personas para desarrollar sus capacidades adaptativas y establecer los vínculos relacionales que reducen nuestra vulnerabilidad. Se trata de un discurso que infravalora la capacidad de resiliencia del ser humano, y que seguramente busca mejorar la dotación económica de los servicios de salud mental, que por otra parte sería muy necesario teniendo claro que el peso se debería poner en aspectos comunitarios de la atención.

En segundo término, las personas que ya se visitaban en los servicios de salud mental, y que en este sentido estaban en situaciones de mayor vulnerabilidad, es fácil que puedan sentir los efectos del confinamiento, el distanciamiento social, la ansiedad y el miedo a la enfermedad o el abandono de los hábitos y costumbres.

Algunos trastornos mentales se caracterizan por la dificultad para establecer vínculos relacionales con los demás y por sufrir un aislamiento social importante, aunque a veces deseado. Y en estos casos se puede ver intensificado con el riesgo del abandono del vínculo con los profesionales (a menudo, único lazo con el mundo compartido). No son estas las personas que buscan ayuda, pero sí que son precisamente las que requieren un esfuerzo más activo de los servicios y un destino de recursos más grande.

Otros trastornos que se expresan más en la intensidad de las relaciones interpersonales o en las ansiedades, en esta situación de confinamiento forzado y de incertidumbre, es probable que hayan sufrido más angustias durante las primeras semanas y tal vez algunas hayan podido sufrir un agravamiento. Igualmente con las adicciones a drogas o comportamentales. Se deberá valorar al terminar la excepcionalidad del confinamiento y en la posibilidad de retornar a los seguimientos presenciales cuál es su estado.

Lo que parece obvio es que, como siempre, las personas con unas condiciones de vida más precarias serán las que requerirán un mayor esfuerzo por parte de los servicios

Lo que parece obvio es que, como siempre, las personas con unas condiciones de vida más precarias serán las que requerirán un mayor esfuerzo por parte de los servicios. Personas con dificultades de acceso a la vivienda o en situación de peligro de desahucio, con cargas familiares importantes, con dificultades económicas crónicas o derivadas también de las repercusiones de la pandemia, con situaciones de violencia familiar o machista, con problemas de drogas, etc.

Pero también hay que decir que hay personas que han mejorado su malestar durante el confinamiento. Personas que sufren en relación con el estrés o conflictos laborales o personas que sufren dificultades para llevar una vida normalizada por el dolor y que han visto reducida la exigencia social de tener que cumplir diariamente, por poner dos ejemplos.

Hay que decir que durante este tiempo los servicios comunitarios de atención en salud mental se han reorganizado para tratar de mantener un seguimiento con los pacientes minimizando lo más posible la posibilidad de contagios. Por este motivo se han implementado nuevos sistemas de comunicación que han requerido el esfuerzo y adaptación de todos, tanto profesionales de los servicios como de pacientes y familiares.

El seguimiento en la gran mayoría de casos se ha hecho telefónicamente, a veces se han hecho tratamientos grupales para videoconferencia, la comunicación por correo electrónico se ha agilizado y se han mantenido servicios de urgencias tanto en hospitales como puntualmente en centros de salud mental. En todo caso, se ha intentado paliar la reducción al máximo posible de la atención presencial con dispositivos tecnológicos al alcance.

Dicho esto, se señalarán aquellas limitaciones y problemas que este funcionamiento ha mostrado y no hacer una negación tecnofílica de la realidad como hacen muchos con intereses particulares hoy en día: dificultades para llegar a contactar con el paciente, dificultades con pacientes sin una relación terapéutica previa, dificultad de una evaluación técnica cuidadosa, problemas de confidencialidad de datos, sobrecarga técnica de los trabajadores, cambios laborales que incluyen difusión de horarios de trabajo o la invisibilización de determinados trabajos, redistribución de las responsabilidades y competencias entre terapeuta y paciente, etc. Hay que estar muy atentos a un cambio del modelo de la atención en salud que empeore la calidad y reduzca aún más los equipos asistenciales.

Por último, encontramos las consecuencias para la salud mental de los profesionales sanitarios derivadas de las situaciones que han vivido. Ha sido habitual durante las fases más intensas de la crisis sanitaria vivir experiencias de sobrecarga emocional y laboral muy intensa (situaciones de exposición importante al contagio, miedo al contagio de familiares, desconocimiento de las repercusiones del virus, aumento de horas y cargas de trabajo, cambios constantes de protocolos durante las semanas de mayor intensidad de la crisis, decisiones éticas complicadas …).

Podemos estar ante una respuesta individualizadora a problemas compartidos y que puede mermar la capacidad colectiva de dar respuestas de más recorrido y que aborden la raíz de algunos problemas de fondo previos

Si bien, se han organizado rápidamente servicios de apoyo emocional a cargo de los servicios de psiquiatría dentro de cada entidad proveedora, y esto puede tranquilizar en parte y ayudar a identificar personas más vulnerables por los motivos que sean a una situación que nos desborda a todos y evitar el desarrollo de problemas clínicos más graves, me parece que se puede tratar de una respuesta individualizadora a problemas compartidos y que puede mermar la capacidad colectiva de dar respuestas de más recorrido y que aborden la raíz de algunos problemas de fondo previos. Pienso por ejemplo que se debería apuntar a una mejora sostenida de las condiciones laborales de los trabajadores.

El desbordamiento de los servicios sanitarios también es causado de una situación previa de recortes y reorganizaciones de los servicios asistenciales de carácter neoliberal que ha hecho que durante los últimos años se trabajara al límite. Bajas que no se cubren, aumento de las cargas de trabajo, precarización de contrataciones, externalizaciones de servicios, nulo reconocimiento y frecuente culpabilización de los sanitarios desde las direcciones, implementación de protocolos y directrices de arriba hacia abajo, obstaculización de medidas de mejora de condiciones laborales, son algunos ejemplos de lo que vivimos de un tiempo a esta.

En el campo de la salud mental por ejemplo, podemos ver la aplicación forzada de categorías económicas como la productividad que llevan a una ocultación y devaluación de la actividad que realmente se hace en las consultas. Medir cuantitativamente el número de visitas que se hacen no dice nada bueno de la calidad con la que se hacen. Esta siempre irá a costa del esfuerzo y la sobrecarga del profesional (porque se reducen tiempos de visitas, se buscan mejoras inmediatas y que se puedan objetivar con instrumentos poco adecuados al que tratamos, no se deja tiempo para reflexionar y supervisar los casos … ) sin tener una representación económica objetivable por el gestor de turno. Demasiadas veces se buscan números e imagen pública por encima de la calidad.

A modo de conclusiones

Si bien es muy probable que aumente la presión asistencial en los servicios de salud mental, pienso que este peso recaerá especialmente en los centros de salud mental, tanto de adultos como infanto-juveniles, y si éstos no pueden dar cobertura suficiente se trasladará a otros niveles asistenciales, como la hospitalización como ya es habitual en períodos de sobrecarga y los que ya estamos acostumbrados en los últimos años. Otros servicios que hacen ingresos programados, como unidades de rehabilitación en salud mental, hospitales de día o hospitalizaciones de desintoxicaciones de alcohol y drogas, también pueden ver incrementada la presión porque durante este tiempo no han podido hacer ingresos y esto quiere decir que habrá más listas de espera.

Previsiblemente pasará igual en los centros de salud mental, donde las derivaciones desde la atención primaria se han reducido en este tiempo y ahora se prevé una avalancha de casos en espera. Más si tenemos en cuenta las consecuencias de una eventual crisis económica y social, su repercusión en la salud mental y las políticas públicas que se suelen poner en marcha en estos casos. Como durante la crisis del 2008 en adelante. Desahucios, reagrupaciones familiares forzadas por falta de recursos, paro, impagos, etc., se tradujeron obviamente en depresiones, ansiedades, suicidios, consumos de drogas. Y la respuesta institucional fue una remisión a los servicios de atención sanitaria y social que a la vez veían cómo se les aplicaban unos recortes y unas reorganizaciones criminales con consecuencias funestas. No queremos que vuelva a pasar y por eso hay que estar atentos.

Y en cuanto a la respuesta inmediata a la crisis sanitaria desde la salud mental, dijo que si bien en un primer momento se han puesto en marcha programas de apoyo emocional de fácil acceso, no queda claro el beneficio de este tipo de intervenciones en el momento. Algunas entidades del campo de la salud mental, como la ADN con un manifiesto publicado recientemente, o editoriales de revistas del ámbito como The Lancet Psychiatry, se han mostrado escépticos y contrarios a estas de acuerdo con estudios previos de intervención inmediata en situaciones de crisis y sustentadas en la capacidad humana de resiliencia y en el apoyo de las comunidades propias.

En mi opinión, en lugar de focalizarse en tratar médicamente y psicológicamente a individuos «enfermos», se puede enfocar la acción en salud desde una perspectiva de salud pública fortaleciendo lo que se dice «resiliencia comunitaria», dando más voz y peso a entidades sociales y sindicales en el seno de las administraciones públicas y privadas, estableciendo mecanismos que mejoren la cohesión social (la solidaridad, el compromiso social, etc.) o estableciendo políticas públicas que contribuyan a mejorar la injusticia y la desigualdad social. Estas son acciones que sin duda pueden mejorar nuestra condición de vulnerabilidad a sufrir psíquicamente ante cualquier tipo de crisis.

José M. López Santín
Psiquiatra del CSMA Martí i Julià (IMAS)
Delegado sindical CGT-CATAC
Vicepresidente ACPSM-AEN

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