Hacía quince años que ya había dejado la política activa y que había desaparecido de los medios de comunicación. Sin embargo, continuaba siendo el líder carismático de los comunistas y del pueblo de izquierdas, más allá del PSOE. Su poder de convocatoria continuaba intacto y el Aula Magna de la Universidad de Barcelona fue insuficiente para dar cabida a los cientos de personas que querían volver a oír su verbo cálido y preciso, razonable y emotivo. Finalmente, se abrieron las puertas del Paraninfo para acoger a una abigarrada multitud de personas en la presentación de las memorias políticas de Julio Anguita: Atraco a la memoria, publicada por la editorial Akal en 2015, y moldeadas por la mano experta del joven historiador Juan Andrade.
Anguita volvía a su “Alma Mater” donde estuvo matriculado como alumno libre de 1969 a 1973, en la Facultad de Filosofía y Letras. Por aquella Facultad entraba Europa y menciona a sus profesores, alumnos de Jaume Vicens Vives, la Escuela dels Annales, i les lectures de Marc Bloch, Lucien Febvre, Pierre Vilar… El 16 de julio de 1973 defendía la tesina, Desamortización eclesiástica en la ciudad de Córdoba (1836-1845), lo tendría muy presente durante su gestión municipal. En la primera mitad del siglo XIX, la Iglesia católica era la propietaria del 39% de las fincas urbanas de la ciudad, con 14 iglesias y 38 conventos.
De una estirpe de militares, de derechas y franquistas (su padre se enfrentó al maquis en la posguerra), formado en el nacionalcatolicismo y socializado en un ambiente provinciano, la forja de su rebeldía vendrá de su labor de maestro en una Andalucía rural pobre y represaliada por el franquismo con una fuerte presencia de la organización clandestina del PCE. En las primeras elecciones de 1977, Córdoba tendrá unos resultados electorales más parecidos al PSUC que al PCE. Las responsabilidades políticas e institucionales que ostentará Julio Anguita a lo largo de su dedicación profesional a la política (1977-2000) deberán mucho a la fortaleza política y organizativa de los comunistas cordobeses.
Tras la rotura interna y el batacazo electoral del PCE y del PSUC, Anguita será el gran renovador del espacio electoral y político de la izquierda del PSOE con el proyecto de ‘Convocatoria por Andalucía’, que dará pie a Izquierda Unida y, asimismo, a Iniciativa per Catalunya. El consenso electoral conseguido en Andalucía será, sin embargo, muy superior al del resto de España (Catalunya, incluida). Anguita era un triunfador y todo el mundo acogió su liderazgo nacional del PCE e IU. A pesar de la subida electoral, quedó muy lejos de disputar al PSOE la hegemonía de la izquierda. Lejos del mal llamado sorpasso, ya que en Italia hacía referencia al adelanto electoral de la derecha por parte del PCI, que ya era el primer partido de izquierdas. En resumen: la famosa teoría de las dos orillas, por un lado, el PP y el PSOE, y por otro IU, no sirvió para adelantar al PSOE, sino tan sólo para facilitar el triunfo del PP en 1996.
Antoni Gutiérrez (‘el Guti’, dirigente del PSUC y de ICV) aleccionaba que la política se debía hacer con los principios, no desde los principios. En este sentido, Julio Anguita era más devoto de la ética de las convicciones que de la ética de las responsabilidades. La discusión sobre el Tratado de Maastricht sería un buen ejemplo. Las críticas de Anguita eran justas, pero la propuesta de bajarse del proceso de construcción europea, un error. La falta de cintura política le llevó a purgar IU, romper relaciones con ICV y enfrentarse con CC.OO. Después de todo, pesaba la pérdida de la mitad de los votos en las elecciones municipales y autonómicas de 1999 y en las generales de 2000, en las que ya se le había pasado la patata caliente a Paco Frutos.
Un último apunte sobre Catalunya. Las relaciones entre Julio Anguita y Rafael Ribó fueron intensas y de admiración mutua. De hecho, el discurso más “anguitista” que ha pronunciado en el Congreso lo hizo Rafael Ribó en la investidura de Felipe González en 1993. Anguita había sufrido un infarto en plena campaña electoral, precisamente en Barcelona, que el dejó fuera de juego durante unos meses. El apoyo de ICV al proyecto de construcción europea y, sobre todo, del ector crítico (Nicolás Sartorius) de IU fue considerado por Anguita como un golpe bajo. En este sentido, decidió romper peras, desestabilizar internamente la organización catalana y enfrentarse electoralmente a ICV con el convencimiento de arrastrar la mayoría del electorado. En el año 2000, Joan Saura fue elegido diputado y el referente de Anguita no sacó ningún escaño.
La presentación de sus memorias coincidió con el 67 aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, desde hacía unos años, se había convertido en la estrella polar de su actividad política en favor de la Tercera República y de una democracia plena y efectiva. Julio Anguita ganaba mucho en las distancias cortas, cuando se deshacía de la aureola de tribuno de la clase obrera. En la cena posterior al acto, reducido a cinco personas, se soltó de vez en cuando. Sobre todo, ante la admiración que provocaba en las señoras. Eso sí, continuaba escrutando con una mirada profunda y masticando mucho las palabras.
Recuerdo que, ante las preguntas respecto a su participación en torno al movimiento 15-M, al que apoyó sin ambages y subrayaba su capacidad estimulante sobre todo entre los más jóvenes, Anguita evidenció su incomodidad de participar en unas manifestaciones junto a “danzarines y batucadas”. Todo ello, poco serio. Para Anguita las manifestaciones no eran actos festivos sino reivindicativos o, cuando menos, de reafirmación de una identidad y de unos ideales. Actos de confrontación, de fuerza, de lucha y de combate. De levantar el puño y de enseñar las uñas porque, desgraciadamente, la alegría dura poco en la casa de los pobres.


