Pensar que tu familia no pueda venir a despedirte, ni a tu entierro, eso es horrible.
–Somos hijas de la guerra, estamos en el final de nuestras vidas, y justo cuando deberíamos tener alegría, llega esto. Tenemos un final muy triste.
Entrar en residencias de ancianos estos días es sumergirse en un juego de espejos en el que da más pavor la claridad con la que reflejan la sociedad que dejamos afuera que la constatación del rastro de muerte que ha dejado en sus pasillos el virus pandémico.
Estamos en el epicentro de la mayor crisis sociosanitaria que ha vivido España desde la Guerra Civil: 18.300 de las 27.800 personas que han muerto oficialmente por COVID-19 en España lo han hecho en geriátricos. El 66%. “Casi como una limpieza étnica, pero de nuestros mayores”, espeta casi con incredulidad Òscar Camps, director de la ONG Proactiva Open Arms, cuyos voluntarios han realizado en estos dos meses de estado de alarma unos 15.000 tests y 2.500 pruebas para un ensayo clínico en casi 300 residencias catalanas.
Desde su dimensión microscópica, el virus gerontocida nos ha obligado a mirar de frente a uno de nuestras mayores tabúes como sociedad: qué estamos haciendo con nuestros mayores.
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