Estamos en el sexto mes de conocimiento oficial de la existencia del SARS-CoV-2, y la extensión de la Covid-19 parece no tener fin. El número de contagios y la irreparable pérdida de vidas humanas continúa día a día. El coronavirus se extiende invisiblemente y mortalmente en el mundo. Diariamente hay nuevos casos y nuevas defunciones. Hay poquísimos rincones del planeta que permanecen libres de la enfermedad. Y los responsables científicos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) calculan que necesitaremos unos cinco años para tener controlada la Covid-19.

Ciertamente, la comunidad científica ha aprendido en este tiempo muchas cosas del virus y continúa descubriendo nuevas afectaciones en el cuerpo humano, pero todavía se desconocen muchas más para poderle hacer frente con garantías suficientes. Se multiplican los ensayos e investigaciones para encontrar medicamentos y tratamientos para combatir la enfermedad y paralelamente se trabaja para encontrar una vacuna efectiva. Mientras tanto, el número de contagios y el de muertos continúa. Y nadie sabe cuánto tardaremos en encontrar un fármaco efectivo y en tener lista la vacuna. Los cálculos más optimistas la sitúan dentro 12-18 meses.

Esperanza y fracaso

No se puede perder la esperanza de que más temprano que tarde, los investigadores serán capaces de encontrar una vacuna, y antes un tratamiento. Pero por delante, los ciudadanos, la sociedad tiene todavía un largo camino por recorrer, hasta llegar a la llamada nueva normalidad; porque la mayoría de expertos coinciden en que nada será igual después de la pandemia. Sin duda, el tramo más importante es el que queda. Bajar la guardia, relajarse, puede llevar a rebrotes o nuevas oleadas de contagios que podrían ser peores, lo advierten los responsables sanitarios.

El dilema de los gobiernos es cómo encontrar el equilibrio entre garantizar la salud de los ciudadanos y el retorno progresivo a la actividad económica, para que la crisis social y política, no sea aún peor que la emergencia sanitaria que vivimos. El desconfinamiento es mucho más difícil y complejo que el confinamiento.

Por mucho que tengamos el corazón endurecido, que los contagios y las muertes formen parte de una estadística diaria y que los medios de comunicación lleguen a decir que es muy buena noticia que los contagios y las muertes sean inferiores a las del día anterior, no podemos calificar esta reducción como buenas noticias sino como menos malas. Lo cierto es que cada día cientos de familias quedan huérfanas de un ser querido y otros se enteran de que en su entorno familiar, de amistades, vecinal, laboral, o de conocimientos, hay nuevos contagios, nuevas personas con la enfermedad.

Estamos ante una catástrofe sin paliativos, una destrucción de la vida humana, que hacía muchos años que no había vivido de una manera generalizada y tan cruel como ahora. La comunidad científica lo había advertido: la pandemia ha llegado y no estábamos preparados; es por tanto, un fracaso social, un fracaso de la humanidad, de la globalización y del crecimiento sin límites. Como afirman muchos científicos de diversas disciplinas, vendrán nuevas pandemias, y la solución no debe ser reactiva, buscar tratamientos y vacunas; por muy loable que esto sea y por el avance científico que represente. La solución está en el ecosistema, en la diversidad biológica, en la naturaleza. Y, no pueden continuar alterándola y maltratándola como hasta ahora. Por lo tanto, hay que evitar que las nuevas posibles pandemias no cojan dimensiones como la actual de la Covid-19.

No hay tiempo para lamentaciones, hay que aprender de los errores, sacar lecciones y mentalizarse de que tendremos que cambiar muchos hábitos, que nuestra responsabilidad será determinante para frenar la extensión de la pandemia y los posibles y previsibles rebrotes. Debemos tomar conciencia individual y colectiva que estamos frente a la peor emergencia sanitaria de los últimos tiempos, que la situación es realmente grave.

¿Qué se ha hecho hasta ahora?

La principal medida ha sido el confinamiento de la población. La extensión del virus es tan rápida, que la mal llamada distancia social, es totalmente insuficiente para evitar la propagación del virus. Por ejemplo, en las grandes áreas metropolitanas como la de Barcelona, ​​la de Madrid, o las de otras grandes ciudades, es imposible mantener la distancia física entre personas de más de 1,5 o 2 metros, sobre todo en los transportes públicos, fundamentalmente en el metro, pero también en muchos comercios, empresas, centros sanitarios; e incluso, en la calle cuando ha comenzado la fase 0 de la también mal llamada desescalada.

Cuando se ha autorizado la práctica de deportes individuales y salir a pasear en dos franjas horarias, una por la mañana y otra por la tarde, se ha puesto de manifiesto, que sin ocupar carriles de circulación, las aceras son insuficientes para los peatones. Todo ello, mucho más agravado por las contradicciones sobre el uso de las mascarillas, que finalmente son obligatorias en el espacio público cuando no se puedan mantener las distancias. En otros países se ha demostrado la efectividad de llevar obligatoriamente mascarillas en la calle y en todos los espacios públicos para frenar la extensión de la Covid-19.

La desinfección constante de los lugares donde pasan muchas personas ha sido también en otros países un elemento clave para frenar la propagación, aquí también nos hemos quedado cortos, en este ámbito. Hace un mes ya escribí, que el peor error que habían cometido respecto al SARS-CoV-2, había sido subestimarlo aparte de actuar tarde, o no suficientemente temprano, o con un exceso de prudencia, que ahora tanto reclaman los gobiernos a los ciudadanos; muchas decisiones no fueron del todo acertadas. Dada la inédita situación, todo el mundo ha ido aprendiendo sobre la marcha y en función del ensayo / error.

El número de PCR y de tests también ha sido insuficiente para evitar nuevos contagios y tener una trazabilidad completa sobre los contactos de las personas que cogían la enfermedad.

La movilidad en los aeropuertos se restringió demasiado tarde, y sin controles de temperatura a las personas que entraban o salían. No se hicieron periodos de cuarentena a los que llegaban. Todas estas medidas suponen medios y dinero, y como no estábamos preparados, a pesar de todas las medidas que los gobiernos han tomado, con la mejor intención y el esfuerzo económico que han supuesto, muchas de ellas han llegado tarde y no han sido suficientes para frenar la pandemia, que en España supone por ahora, el terrible balance de 27.960 defunciones y de 233.318 contagios. Cerca de 100.000 personas hospitalizadas aún, y de ellas unas 10.000 ingresadas en la UCI. Y, aunque ha habido una fuerte disminución respecto a los momentos más álgidos del mes de marzo y de abril, la realidad es que apenas la cifra de contagios empieza a ser inferior a 500, y la de defunciones inferior a las 100. Pero sólo unos días atrás los nuevos casos superaban los 500 y los fallecimientos los 200. Afortunadamente también cuentan, los que han podido salvar la vida y se han recuperado. Una cifra importante: más de 150.000 personas.

La falta de previsión y de medios ha llevado a la lamentable situación de ser el país donde más sanitarios se han contagiado de la enfermedad (más de 50.700) por culpa de la falta de equipos de protección individual, los EPI. También la trágica situación en las residencias de ancianos, cuando eran los mayores, las personas de mayor riesgo, y, las actuaciones tardías e insuficientes, también han llevado a la trágica cifra que más del 65% de los muertos con Covid-19 vivía en una residencia.

El valor de las palabras

El estado de alarma ha supuesto entre otras medidas el confinamiento de la población, menos de los llamados servicios esenciales que han tenido que salir diariamente a trabajar. El confinamiento ha sido pues, un quedarse en casa, y salir sólo por razones de apoyo a familiares dependientes o para adquirir productos de primera necesidad (alimentos y medicamentos). No ha sido una escalada en ninguna parte, ni el gobierno ni los ciudadanos hemos escalado nada, por lo tanto, no hemos entrado ahora en una fase de desescalada, sino de desconfinamiento, ya que, progresivamente en función de las variables sanitarias fijadas, los territorios que cumplan los parámetros irán progresando de fase, de las cuatro previstas. Sería más apropiado haber hablado de desconfinamiento que de desescalada. La única escalada o sube alarmante, ha sido la de casos de contagios y defunciones por la Covid-19.

Aparte de una comunicación clara, transparente y precisa, las palabras son importantes, y desde el primer momento se acuñó la desafortunada expresión distancia social, para referirse a la distancia física o interpersonal que debían mantener los ciudadanos para evitar contagios . Difundida a bombo y platillo por los medios de comunicación, y por lo tanto, tan amplificada que si el gobierno se dio cuenta más tarde, ya era muy difícil dar marcha atrás. Social es el hecho relativo o perteneciente a la sociedad humana, a las relaciones entre los individuos. Por eso es un contrasentido la expresión distancia social. No nos podemos separar de lo que formamos parte. Y, no podemos ir en contra de este sentido de pertenencia, de este espíritu colectivo, de comunidad que se relaciona entre sus miembros. No se trataba de distanciarse o separarse de la relación, sino de relacionarse de otras maneras, manteniendo unas distancias físicas obligadas por la emergencia sanitaria. Pero manteniendo el espíritu social, el de la pertenencia.

Tiempo de resiliencia

A partir de ahora, sí será muy oportuno insistir en la prudencia. Todo el mundo quiere volver lo más rápido posible a su vida cotidiana, una cotidianidad, que se ha acuñado como nueva normalidad, un nuevo eufemismo, porque muchos ciudadanos piensan que muy normal no es el estado de cosas de la sociedad que teníamos hasta ahora: la muerte de refugiados y emigrantes, la pobreza, las desigualdades, la falta de trabajo y de hogar …

No podemos perder de vista la capacidad de adaptación del ser humano a las nuevas situaciones. Y, mucho o poco nueva, o simplemente la misma normalidad, lo que parece claro que no debería ser igual. En este sentido, tendremos a todos aplicar mucha resiliencia en su acepción psicológica: capacidad del individuo para afrontar con éxito una situación desfavorable o de riesgo, y para recuperarse, adaptarse y desarrollarse positivamente ante las circunstancias (diccionario Enciclopedia Catalana) y también en la acepción ecológica del mismo diccionario: capacidad de un ecosistema de retornar a la misma composición específica y al estado normal al ser afectado por perturbaciones o interferencias.

Tendremos pues como sociedad, de recuperar el equilibrio de convivencia con las otras especies de nuestro ecosistema, respetar el medio ambiente, y decrecer en todos aquellos ámbitos industriales y sociales que dañan el planeta, si no queremos que la próxima extinción sea nuestra , la de los humanos.

La falta de civismo que debe evitarse

En general y mayoritariamente la población ha seguido disciplinadamente las diversas obligaciones que supone el estado de alarma, salvo minorías, como siempre hay, que se creen más listos que nadie. El primer episodio, incívico, insolidario, imprudente, y muchos otros calificativos que empiezan por “y”, fue el de la fuga a las segundas residencias. Después muy poco ejemplar ha sido la actitud de algunos propietarios de perros, que aprovechando que eran de los pocos que salían a la calle, pasaban de recoger los excrementos de los animales. También entre los que salían a comprar, algunos tiraban en plena calle los guantes que habían utilizado, los propios o los que les habían dado los comercios abiertos.

Por último, con la recomendación y después obligación de llevar las mascarillas en el transporte público, las mascarillas han acompañado los guantes en algunas aceras de las calles. Ya en la fase 0, muchas calles se llenan diariamente en las franjas horarias permitidas, y se hace imposible en muchos casos mantener la distancia física, entre los que practican deporte, la mayoría sin mascarillas, y los que pasean, mayoritariamente con mascarillas. En ambos casos, los más incívicos e irresponsables, se han visto por las calles con grupos y sin la / las distancias requeridas. También se han visto ciclistas o personas que se desplazan en bicicleta y patinete demasiado cerca del de delante y algunos circulando por las aceras. Además hay que sumar a estos comportamientos, los que no respetan las franjas horarias y están por la calle en horas que no les corresponde.

La apertura de las playas también ha provocado aglomeraciones, con los riesgos pertinentes. Y, las manifestaciones contra el gobierno español, aplaudidas por VOX y PP, saltándose todas las normas, aumentan el riesgo de contagio y ponen en peligro el freno a la pandemia.

Preocupante es la actuación de algunos adolescentes que salen entre las 20 y las 23 horas, en grupos de seis o más, sin mantener la distancia física y sin mascarillas. Algunos incluso, tocándose y abrazándose como si el riesgo no fuera con ellos, tentando la suerte y desafiando la enfermedad. Y, más grave aún los encuentros y fiestas “clandestinas” de jóvenes, sin ninguna medida de distanciamiento y seguridad. Algo ha fallado comunicativamente si los hoy jóvenes, futuros adultos, no son capaces de interiorizar el peligro y riesgo que supone no seguir las normas.
Habrá que revisar los errores iniciales, cuando, al principio de todo, los responsables políticos y sanitarios sacaban importancia al virus, y afirmaban que tendría menos incidencia que la gripe, que tendríamos pocos casos en el caso de que llegara aquí, que no afectaba a los jóvenes, que no eran necesarias mascarillas, que era suficiente con lavarse las manos y mantener la distancia física, y tantas otras afirmaciones que con la terrible extensión de la pandemia han tenido que corregir.

En los territorios que ya han pasado a la fase 1, se han visto espectáculos poco edificantes como grupos de personas en las terrazas de los bares, sin mantener las distancias y sin mascarillas. Tampoco ha ayudado nada, la escasez primero, y luego la subida de precios, de hasta cuatro veces más, los productos básicos de protección, como mascarillas, guantes, y gel hidroalcohólico. Hecho que perjudica gravemente a las personas con menos recursos.

Si no se respetan las normas, tardaremos mucho más poder frenar la extensión del virus. Es la hora de la responsabilidad individual y colectiva, nos jugamos la salud, la nuestra y la de todos los que nos rodean. Por ello, no se puede bajar la guardia, toda medida de prevención es indispensable. Sólo hay que ver los rebrotes habidos en Alemania y Corea del Sur en zonas de ocio para darse cuenta que no podemos jugar con fuego, que nos jugamos tirar por tierra todo el esfuerzo y sacrificios hechos hasta ahora.

¿Cuántas víctimas podemos soportar?

En 2018 murieron en España, un total de 427.721 personas, según el INE (Instituto Nacional de Estadística), son los datos más recientes publicadas en diciembre de 2019. En marzo de 2020, sólo están disponibles las provisionales del primer semestre de 2019. Teniendo en cuenta que la población española a 1 de enero de 2019, era de: 47.026.208 habitantes, significa que aproximadamente murieron durante el año 2018, el 1% de la población.

El 96,3% de las defunciones fueron por lo que se denominan, causas naturales (enfermedades). El 3,7% restante, se llaman causas externas (suicidios, caídas accidentales, ahogamientos, sumersiones y sofocos, y accidentes de tráfico) en este orden.
De las muertes por causas naturales, en primer lugar, con un 28,3% están las provocadas por enfermedades del sistema circulatorio. En segundo lugar, con un 26,4% las causadas por tumores. Y, en tercer lugar, con un 12,6% las que tuvieron su origen en enfermedades del sistema respiratorio. El 32,7% de de defunciones restantes, fueron causadas por un amplio conjunto de enfermedades más minoritarias.

Las muertes en 2018 representaron una tasa de 915,3 defunciones por cada 100.000 habitantes. Hasta ahora la Covid-19 en España representa por cada 100.000 habitantes una tasa de 59,1 defunciones. Pueden parecer cifras pequeñas las muertes hasta ahora con Covid-19, pero hay que tener en cuenta que son sólo los datos oficiales de tres meses y de una sola enfermedad, en comparación con todas las muertes habidas en 2018 por cualquier causa.

Si la comparación la hacemos con el total de muertes por enfermedades del sistema respiratorio del 2018, la Covid-19 ya representa la mitad aproximadamente de estas. Y, no hay que olvidar que la OMS ha reconocido últimamente que la mortalidad de la Covid-19 es 10 veces superior a la de la gripe.

Las cifras globales

Más dramáticas son todavía las cifras a escala mundial. A fecha de 21 de mayo, estamos a punto de superar los 330.000 muertos. Actualmente el crecimiento de defunciones, se sitúa en torno a las cinco mil diarias. Se han superado los 5 millones de contagios, y el crecimiento de nuevos casos diarios se sitúa en torno a los 50.000.
El país más castigado son los Estados Unidos, ya han superado el millón y medio de casos, y las 93.600 defunciones, con una tasa aún de unos mil muertos diarios.

Rusia ha pasado a ser el segundo país con más contagiados, ha superado los 317.000, pero tiene una tasa de mortalidad muy baja, han muerto 3.099 personas.

Brasil es el tercer país en contagios, más de 291.000, pero con una tasa de mortalidad por encima de Rusia, pero muy inferior en el Reino Unido, Italia, Francia y España. Más de 18.800 muertos. Es ya el sexto país con más defunciones.

El Reino Unido es el cuarto país en contagios y el segundo en fallecimientos, más de 252.000 y más de 36.100.

España se sitúa en quinta posición en contagios, y quinta en fallecimientos. Ahora hay más de 232.000 contagios, y más de 27.900 muertes.

Italia es el sexto país en contagios, y el tercero en fallecimientos. Más de 227.000 contagios y más de 32.300 muertes.

Francia es el séptimo país en contagios, más de 181.000, y se lleva muy poca diferencia con España respecto a las defunciones. Según los datos de la Universidad Johns Hopkins , se sitúa en cuarta posición, con más de 28.100 muertos.

Alemania se sitúa en octava posición con más de 178.000 contagios, y también con octava posición con defunciones, pero con la tasa de mortalidad más baja entre los principales países europeos. No llega a los 8.200 muertos. Bélgica es la séptima en número de muertes, con más de 9.100 difuntos.

Turquía es el noveno país en contagios, más de 152.000, y por debajo de los 4.300 muertos.

Entre los diez primeros países cierra el ranking Irán con más de 129.000 casos, y por encima de los 7.200 muertos, en novena posición.

En Europa los países más castigados, no son todos los que tienen la tasa de mortalidad más alta por habitante. Bélgica, España, Italia, Reino Unido, Francia, Suecia, Países Bajos, Irlanda, Suiza, y Portugal, en este orden, tienen los porcentajes más altos de letalidad de Europa por Covid-19.

Esta es la radiografía actual. No sabemos aún en qué países puede evolucionar a peor. En algunos países no se ha llegado a la cima de casos (el llamado pico), en otras libres hasta ahora de la pandemia se confirman contagios y llegan las primeras muertes como Madagascar. Por lo tanto, hasta que no esté totalmente controlada no conoceremos el alcance real que habrá significado la Covid-19 en el ámbito sanitario. A escala económica, política y social tendremos consecuencias durante los próximos años.

La pandemia nos deja muchos interrogantes, por ejemplo: ¿por qué la mortalidad es mucho más feroz en unos países que en otros? ¿Qué parámetros socioeconómicos y culturales han podido contribuir más a la propagación del virus?

¿Qué variables, como la densidad de población, poblaciones con más gente mayor, ciudades y barrios con mayor índice de pobreza … Han sido determinantes para el volumen de casos y de defunciones?

Respuestas que tardarán mucho tiempo. Serán necesarios muchos estudios e investigaciones para conocer las terribles fortalezas de la Covid-19 que han puesto la sociedad del siglo XXI en jaque.

No dañemos pues, el camino recorrido hasta ahora. Extrememos todas las medidas de precaución. Respetemos las normas y la distancia física. Si no la vuelta atrás puede ser infinitamente más rápida.

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