Anna Aguilar, Patrícia Díaz y Andrea Arango son estudiantes de medicina en la Universidad de Barcelona y en dos semanas terminan la carrera. La finalización de estos seis años intensos de estudio las ha cogido trabajando de manera extraordinaria ante una pandemia, haciendo las últimas clases y asignaturas a distancia y sin saber cuándo realizarán el examen MIR.
El Ministerio de Sanidad aún no ha dicho las fechas para la celebración de este pero se especula que podría ser entre febrero y mayo. Una suposición que toma fuerza dado que los médicos que realizaron el examen en enero pasado aún no han elegido especialidad. Lo harán durante el mes de julio para entrar en su plaza de residente durante septiembre de 2020.
Anna Aguilar explica que estudiar de junio a enero ya es una idea que a nadie le apetece pero que, además, ante esta situación de incertidumbre, la sensación es aún más extraña. Es por ello que estudiantes de todas las facultades de medicina del estado se han juntado en una campaña en redes para exigir al menos la publicación de una fecha, sea cual sea. «No es que queramos pedir que el MIR sea en enero o mayo, queremos saber la fecha». Y especifica que, si fuera por ella, «preferiría que fuera lo antes posible».
Y es que cambia mucho saber si encaras el estudio a 7 o a 9 meses vista. Aguilar también cree que tendría mucho sentido que el examen siempre fuera en mayo, empezaras la residencia en septiembre y el cambio de año fuera de curso escolar en curso escolar. Por conversaciones con médicos que ya lo han pasado, apunta que comenzando en mayo a veces no hay mucha continuidad de formación: «lo lógico sería terminar la carrera en junio, disfrutar el verano, estudiar para el MIR en la academia de septiembre a abril y entonces hacer el examen».
Como también sostienen sus compañeras de clase, el MIR es uno de los exámenes más competitivos que existe. Andrea Arango apunta que la base de aplazarlo todo un mes no existe: «si tú no te pones a estudiar, los demás sí lo harán y las academias esto lo saben… No nos dirán ‘de acuerdo, haz un mes de vacaciones’». «Si empiezas más tarde», completa Patrícia Díaz, «te quedas atrás».
Ellas tres han tenido la suerte de encontrarse en un trimestre donde sólo les quedaba una asignatura por hacer, pediatría. El examen de ginecología lo hicieron a finales de marzo, justo antes de entrar a trabajar pero ya desde el confinamiento. La otra clase no ha tenido tanta suerte pues aún estaba haciendo rotaciones de prácticas hospitalarias y faltaban algunos Trabajos de Fin de Grado por entregar.
«La coordinadora de la asignatura nos ha puesto muchas facilidades y ha sido muy comprensiva con los que estábamos trabajando. Si teníamos una semana para hacer un trabajo, nos daba un mes y en vez de marcar como obligatorias el 100% de las tareas, sólo lo eran un 70%», explica Aguilar. Todo esto sin embargo, poco acostumbradas a estas dinámicas, no ha sido demasiado positivo por ejemplo para Andrea Arango: «no hemos podido hacer ni prácticas ni seminarios y estamos haciendo mucho trabajo por ordenador: clases online, trabajos… a mí son cosas que no me gustan. Cuando iba al hospital, por la mañana trabajaba y por la tarde estudiaba pero ahora sin horarios… yo soy de las que necesita ir a la biblioteca».
Y es que se han encontrado con el último examen de la carrera programado para el 11 de junio y el inicio de las academias para estudiar el examen MIR entre el 22 y el 25 de junio. «Acabar, no tener ni un mes de vacaciones, no hacer el viaje de fin de curso, no haberte graduado, no poder ni encontrarte con todos tus amigos y ponerte directamente a estudiar el MIR… es un poco duro », describe Arango. En este sentido, la UB ya les comunicó hace cerca de dos meses que la graduación se posponía para el 23 de octubre. Esperan que pueda ser así pero no las tienen todas.

La primera experiencia profesional en tiempos de coronavirus
Al principio del estado de alarma y ante la necesidad imperante de sumar profesionales, el Departament de Salut anunció que recurriría a personal jubilado y a estudiantes para cubrir algunas tareas. A los estudiantes de la UB del Clínic de Barcelona primero les llegó una petición para apoyar el servicio de preventiva del Clínic. La demanda iba dirigida a estudiantes de entre tercero y sexto para hacer de voluntarios. Fueron los alumnos de quinto, dado que este es el año que hacen la asignatura de medicina preventiva, los que coordinaron toda la red de estudiantes. Fueron tantos los que se apuntaron que sólo había que asistir una mañana o una tarde por semana. La tarea consistía en hacer seguimiento de los contactos de aquellas personas que habían dado positivo en COVID y se encontraban ingresadas en el hospital.
Una semana después de que comenzara esta iniciativa, los alumnos de sexto que previamente se habían apuntado para trabajar recibieron una notificación donde se les decía que empezaban a trabajar.
«Desde el principio del confinamiento, al ver que la capacidad de los hospitales empezaba a estar muy saturada pensamos que cualquier cosa que pudiéramos hacer para ayudar sería interesante», relata Anna Aguilar. Además a ella, comenta, se le planteaba la duda sobre si esto se debía hacer desde el voluntariado: «creo que todo trabajo del sector público debe estar remunerado. No podía ser que con el discurso del voluntariado nos expusiéramos al virus y hiciéramos horas que los gobiernos tenían que pagar a otros profesionales».
Así, el 30 de marzo comenzaron a trabajar 50 o 60 estudiantes del Clínic y luego a mediados de abril se incorporaron otros 20 o 30. No a todos los han llegado a llamar, ya que al rellenar el formulario les preguntaban las zonas donde vivían para estar lo más cerca posible del centro asignado. Más o menos el 90% de los estudiantes del Clínic terminaron en el mismo Hospital Clínic o al Hospital de plaza España vinculado al Clínic. Han estado trabajando con el contrato de auxiliar sanitario desde el 30 de marzo hasta que se han ido rescindiendo los contratos a medida que se han ido cerrando las salas o las plantas donde se encontraban.
Aguilar, por ejemplo, tuvo contrato del 30 de marzo al 1 de mayo en el Hotel Salut del Clínic. Una de sus tareas era recoger datos para estudios que se harán en el Clínic. También redactaban cursos clínicos, daban altas, hacían el contacto con las familias y sacaban el máximo de carga a los médicos. «Nosotros pensábamos que nuestro trabajo sería un poco diferente de lo que ha sido. Al principio en las noticias sólo veíamos saturación, turnos muy largos y gente trabajando a cualquier hora pero para nosotros no ha sido así», explica Aguilar. Y es que opina que los profesionales partían de la premisa de que los estudiantes no tuvieran contacto con enfermos porque no están ni colegiados ni asegurados.
Por su parte, Patrícia Díaz trabajó en el hotel asociado al Hospital Can Ruti del 28 de marzo al 17 de mayo. En su caso podría haber seguido trabajando hasta finales de mes pero viendo que la presión asistencial se había reducido dejó el hotel para afrontar el último examen de la carrera.
Como el resto de hoteles del territorio, allí se encontraban los pacientes más leves que sólo tenían que terminar de hacer el aislamiento para poder volver a casa. La problemática añadida del hotel donde trabajó Díaz eran los determinantes socioeconómicos que acompañaban a los pacientes. «Algunos vivían con otras seis personas, no tenían una habitación donde poder estar solos ni un baño que no tuvieran que compartir», relata. Así, explica que en un principio iban al hotel a hacer el aislamiento de los 15 días pero luego los protocolos cambiaron y no los dejaban irse hasta que pasaran 30 días del inicio de la clínica y la PCR saliese negativa.
A diferencia de Aguilar, Díaz si tuvo contacto con algún paciente pero muy circunstancialmente: «pasar a verlos lo hacíamos poco. Los llamábamos cada día en la habitación, les preguntábamos como estaban, como habían pasado la noche, si tenían sensación de fiebre… mirábamos las constantes que nos daba enfermería y hacíamos los cursos». Sólo si alguien se encontraba mal, sí se vestían y iban a la habitación pero en estos casos lo solía hacer un médico o residente.
En algunos casos, si el paciente empeoraba, sí que los tenían que enviar de nuevo con ambulancia hacia Can Ruti pero en general no se encontraron con nada grave y, añade que, de hecho, todos los dolores centro torácicos que se vieron eran por ansiedad.
Por último, a Andrea Arango le tocó trabajar del 30 de marzo al 30 de abril en la Unidad de Cuidados Intensivos e Intermedia Respiratoria (UVIR) del Clínic. Nos comenta que justamente durante el tiempo que estuvo ella allí fue el de más intensidad y menos personal, ya que algunos cogían la COVID y tenían que pasar justamente los 15 días de aislamiento.
Arango nos cuenta que «al principio fue un poco extraño porque nadie sabía qué hacíamos nosotros allí, ni que podíamos hacer. La primera semana fue rara». Finalmente, ayudaban con todo el tema informático: «para evitar hacer entradas innecesarias pasábamos visita por ordenador y íbamos mirando las constantes, las pruebas … Mirábamos qué les había pasado por la noche a los pacientes y depende como los médicos sí entraban». Quien siempre entraba enfermería para cambiar vías o cambiar medicación. Aparte también realizaba como sus compañeras los cursos clínicos. En la UCI se tarda casi dos horas a hacerlo por la cantidad de datos que se tenían que introducir. Esto y pedir pruebas como radiografías y analíticas era básicamente lo que hizo durante su paso por el Clínico. En su caso, el contacto con las familias lo realizaban los médicos adjuntos porque «como se tratava de pacienes que estaban tocados, era mejor que informara quien más sabía para poder dar más información».

Hoteles y hospitales, ¿condicionantes de la elección de especialidad?
Esta experiencia les ha aportado nuevos conocimientos y también nuevas ideas. Más allá del trabajo y la labor realizada, han tenido oportunidad de hablar con profesionales y residentes de diferentes especialidades.
Anna siempre había querido elegir una médica y no una quirúrgica y el trabajo que ha estado haciendo ha caminado hacia esta dirección, lo que lo ha reafirmado. «Al trabajar con residentes de todas las especialidades posibles, desde hematología, urología o neurología, he tenido la oportunidad para hablar sobre los pros y los contras de cada una».
Patrícia tenía bastante claro que quería hacer ginecología. Durante su paso por el hotel ha estado con adjuntos de dermatología y alergología, médicos que se han tenido que renovar formativamente durante esta pandemia. Lo que ha sacado de ellos es que hay especialidades que viven mejor que otras. «Los dermatólogos viven bien y los ginecólogos hacen muchas guardias. Esto me hizo pensar en poner en una balanza cuál es la especialidad que quiero hacer y que me hará feliz y cuál es la vida que quiero tener y si me quiero dedicar el 100% a la medicina o no… Quiero tener un poco de vida y depende del hospital y de la especialidad esto cambia muchísimo. Preferiría no ganar tanto dinero y tener más vida personal y de ocio», concluye.
Andrea siempre había pensado en hacer cirugía, luego cambió a alguna médica y durante este último año ha pasado a querer hacer anestesia. La neumología nunca le ha gustado y es con quien ha estado en la UVIR pero sí que esto le ha servido para conocer más de cerca cómo funcionan los intensivos y plantearse si caminar hacia aquí o pensar en el ámbito de urgencias.


