Una discusión muy recurrente entre los nacionalistas españoles y catalanes es una absurda competición a ver quién tiene la nación más antigua. Creer que la legitimidad de las decisiones políticas del presente debe medirse basándose tan sólo en la antigüedad, a mí me parece un error. Esto, que puede parecer una anécdota, ha distorsionado a menudo los discursos historiográficos en la academia y también ha dado lugar a la aparición de discursos pseudohistóricos y conspiranoicos, como el Institut Nova Història.

En la base de esta controversia hay una profunda confusión en torno a los conceptos de “nación” y “estado”, que a continuación pasaré a definir y desglosar.

¿Qué es un estado? Pues bien, a pesar de que desde tiempos de Platón este es un tema recurrente dentro de la filosofía política, los científicos sociales que estudian el nacimiento de las primeras civilizaciones en la prehistoria reciente plantean que todas las instituciones caracterizadas como estados deben compartir, al menos, estas dos características 1:

1) La concentración y gestión centralizada de los excedentes producidos socialmente. Es decir, la capacidad de cobrar impuestos o tributos a una escala superior a los linajes de parentesco.

2) La división social del trabajo que contempla una especialización a tiempo completo entre los que producen y los que gestionan el excedente social acumulado. Es decir, la existencia de funcionarios, ya sean guerreros, sacerdotes, artesanos, reyes, nobles o cobradores de impuestos, que en ningún caso participan en el trabajo directo de producir alimentos y se mantienen gracias a los tributos recaudados.

Dentro de la filosofía no existe un consenso sobre el motivo por el cual las sociedades más o menos igualitarias convierten estados con clases sociales muy marcadas

Dentro de la filosofía no existe un consenso sobre el motivo por el cual las sociedades más o menos igualitarias convierten estados con clases sociales muy marcadas. Algunos teóricos como Locke y Rosseau plantean que este paso se haría consensuadamente, mediante un contrato social que cedería voluntariamente el poder a un gobierno central. Por el contrario, Thomas Hobbes, cree que las sociedades preestatales eran muy violentas, ya que el hombre es un lobo para el hombre y, por tanto, es necesario que haya un estado con poderes absolutos para poner paz y orden, un Leviatán.

Por otra parte, el materialismo histórico de Marx y Engels, plantea que los estados surgen cuando una élite se apropia de ciertos medios de producción imprescindibles para el trabajo, como los ríos, la tierra o directamente de los trabajadores, centralizando las plusvalías agrícolas y perpetuando el su poder con la creación de ejércitos y religiones que protegerían y legitimarían sus privilegios.

En la Península Ibérica el primer momento en que ya encontraríamos características de estado es el Argar2, una cultura de la Edad del Bronce antigua (desde 2300 hasta 1500 aC) situada entre las provincias de Murcia, Almería y parte de Granada. Es aquí cuando se documentan por primera vez palacios, espacios centralizados de producción y almacenamiento, así como unas evidentes desigualdades sociales en los ajuares de las tumbas.

En Catalunya no encontraremos indicios de las primeras estructuras proto-estatales hasta bastante más tarde: con la cultura de los íberos en la Segunda Edad del Hierro (s.VI-III aC), donde se ha podido documentar el surgimiento de una clase aristocrática de guerreros con un amplio control del territorio. Sin embargo, no podemos hablar de un verdadero estado centralizado, tanto en Catalunya como en el resto de España, hasta la llegada de los romanos en torno a la Segunda Guerra Púnica entre el 216 y el 212 aC.

A lo largo de los últimos dos milenios, y hasta el siglo XIX, en la Península hemos tenido una sucesión de diferentes modelos de estado: república romana, imperio romano, monarquía visigoda, califato Omeya, reinos de taifas, feudalismo, monarquía compuesta y monarquía absoluta. Ninguno de estos tipos de gobierno se puede considerar un “estado-nación” en absoluto, ya que la soberanía no surgía de la voluntad popular, ni se basaba en ningún tipo de identidad nacional, étnica o lingüística.

La idea de nación política, tal como la entendemos hoy, es una abstracción, una “comunidad imaginada”, una idea inventada para legitimar los estados liberales y democráticos

¿Qué es pues una nación? Existen dos corrientes teóricas enfrentadas sobre qué son las naciones y cuándo se originan. Por un lado, encontramos la corriente “modernista”, la que yo apoyo, con autores como Eric Hobsbawm3, Ernest Gellner4 y Benedict Anderson5. Estos historiadores consideran que la idea de nación política, tal como la entendemos hoy, es una abstracción, una “comunidad imaginada”, una idea inventada para legitimar los estados liberales y democráticos, que aparecen en paralelo al desarrollo del capitalismo industrial hace unos 240 años, en torno a las revoluciones americana y francesa de 1787 y 1789.

Es entonces cuando se establece por primera vez en la historia que la soberanía no surge de Dios ni del Rey, sino del pueblo, es decir de la nación. Hasta ese momento los ciudadanos eran súbditos y formaban parte de un estado porque eran propiedad de un monarca al que debían obediencia y vasallaje. Con la llegada de las democracias liberales, los estados se fundamentarán en la voluntad popular, es decir serán “estados-nación”. A lo largo del siglo XIX los nacionalismos inventan las diferentes naciones para crear estados nuevos o legitimar los existentes, de acuerdo con motivos identitarios, étnicos, religiosos, lingüísticos o históricos que les darían singularidad.

Un prueba que demostraría el cambio de significado de la palabra nación a lo largo del siglo XIX la podemos ver en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Antes de 1884 una nación era definida como “Colección de los habitantes en alguna provincia, país o reino”, mientras que en 1925 su significado ya había cambiado por completo, redefiniendo nación como un “Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. Se le da así un componente ideológico vinculado a la etnia, la lengua y la tradición, lo que antes del siglo XIX no aparece por ninguna parte.

Por otro lado, encontramos las diferentes corrientes historiográficas nacionalistas (primordialistas, perenialistas y etnosimbólicas). Todas ellas creen están redescubriendo naciones que ya existían desde hace miles de años, ligando este concepto con el de cultura, etnia o raza. Las bases teóricas de esta visión del nacionalismo se basan en el romanticismo alemán, con autores como Herder, que plantea la existencia de un “espíritu de las naciones” (Volkgeist), una personalidad compartida por todos los miembros de un pueblo , inmutable a lo largo del tiempo; así como también el idealismo de Hegel, el filósofo que plantea que las naciones tienen un destino teleológico fijado en la historia por encima de la voluntad de los individuos.

Las corrientes nacionalistas se basan en ideas metafísicas sin ninguna base empírica material, son esencialistas ya que creen en personalidades únicas e inmutables de las culturas, negando la posibilidad de evolucionar

Desde mi punto de vista, estas corrientes nacionalistas se basan en ideas metafísicas sin ninguna base empírica material (con conceptos como el destino), son esencialistas ya que creen en personalidades únicas e inmutables de las culturas, negando la posibilidad de evolucionar, así como también son anacrónicas, ya que en ningún caso los estados del Antiguo Régimen se fundamentaban en voluntades o identidades nacionales.

Un ejemplo de esta metafísica nacionalista es la celebración del “Mil·lenari de Catalunya”, una efeméride inventada por Jordi Pujol, por la que el 22 de octubre 1988 se celebró que el conde de Barcelona Borrell II se negó a renovar su vasallaje al rey franco Hugo Capeto, situando así el nacimiento de la nación catalana. En 1988 era un año electoral y Pujol pretendía presentarse como el heredero de una dinastía de héroes nacionales que comenzaba con Wifredo el Velloso y acababa con él.

Lo cierto es que el 988 ni siquiera existía ninguna unidad política en los diferentes contados francos, ni se utilizaba todavía el término Catalunya (no aparece hasta finales del siglo XI), ni el feudalismo se basa en la soberanía nacional, ni Borrell II tenía ningún tipo de concepto de identidad nacional, étnica o lingüística. Pensar que la nación catalana puede nacer en un momento de la historia en el que nadie es consciente, no tiene ningún tipo de fundamento empírico. Sí podemos hablar de los contados como pequeños estados independientes, al igual que en la época de los íberos, pero en ningún caso de identidades nacionales o de estados-nación.

Algo similar ocurre con el nacionalismo español, respecto a los Reyes Visigodos y al cabo de Hispania en la Antigüedad Tardía. Los vasos venían de Germania y, cuando llegaron, tenían una religión arriana diferenciada del cristianismo local, tampoco había ningún tipo de idea de identidad o soberanía nacional.

Los nacionalistas españoles plantean una falsa continuidad a través de las diferentes monarquías feudales, siendo Al-Andalus y toda la cultura islámica un paréntesis en el destino de la nación

Sin embargo, los nacionalistas españoles plantean una falsa continuidad a través de las diferentes monarquías feudales, compuestas y absolutistas como la evolución de la nación española, siendo Al-Andalus y toda la cultura islámica un paréntesis en el destino de la nación, un cuerpo extraño que en ningún caso forma parte de la evolución del “espíritu nacional” ni de la identidad española. De nuevo una metafísica teleológica que no se corresponde con la realidad material del pasado, sino con un discurso político actual.

¿Cuándo podemos pues hablar de naciones políticas desde un punto de vista materialista y modernista? El concepto de “nación española” durante el Antiguo Régimen hace referencia a los habitantes de la Monarquía Hispánica, sin referencia a una unidad política o identidad étnica ni lingüística. El primer lugar en el que se reconoce la soberanía nacional española es la Constitución de 1812, surgida de las Cortes de Cádiz. No hay ninguna ley anterior que plantee que España es un estado-nación.

En Catalunya, la idea de la existencia de una “nación catalana” se empieza a formular entorno a Renaixença, un movimiento cultural para la recuperación de la lengua catalana que se inicia a partir de 1833 con la publicación de la poesía “Oda a la Pàtria “de Bonaventura Carles Aribau. Años más tarde, en 1880 el catalanismo se articula por primera vez en reivindicaciones de tipo político con el Primer Congreso Catalanista y a partir de ahí irán surgiendo las diferentes corrientes que pedirán que Catalunya se convierta región, comunidad autónoma, federación o estado.

Hoy día, Catalunya es reconocida en forma de nacionalidad histórica en la Constitución Española, con una autonomía representada por la Generalitat, una institución que lleva el mismo nombre que otra medieval, dando una falsa idea de continuidad con el feudalismo, aunque nada tienen que ver. Hasta 1714 la Generalitat era un órgano estamental presidido por un obispo, por lo tanto no era democrática ni su soberanía surgía de la nación, sino de los tres estamentos feudales y no existía entonces ninguna idea de conciencia o identidad nacional.

Para concluir, es imposible centrar el debate territorial e identitario sin aclarar conceptualmente y de forma rigurosa que entendemos como estado y como nación, por lo que los diferentes nacionalismos deben dejar de idealizar y manipular el pasado para legitimar los sus postulados en el presente. La historia es una ciencia social que investiga elementos empíricos y objetivos en contexto histórico donde sucedieron, no según la perspectiva del debate político actual.


Notas

1 LLULL V., MICÓ R. (2017a), Arqueología del origen del estado, Bellaterra.
2 CASTRO P. et al. (1999). Proyecto Gatas 2: la dinámica arqueoecológica de la Ocupación prehistórica.,
Junta de Andalucía, Monografías, 4. Sevilla.
3 HOBSBAWM, E. (1990). Nations and Nationalism since 1780: Programme, Myth, Reality. Cambridge: Cambridge University Press.
4 Gellner, E. (1983). Nations and Nationalism. Ithaca: Cornell University Press.
5 ANDERSON, B. (2006) (1983). Imagined Communities: Reflections about the Origin and Spread of Nationalism. Londres: Verso.
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