Cuando Jordi Pujol presentó el tercer volumen de sus memorias, a principios del 2012, mantuvo una conversación con los responsables de los diarios de Barcelona. Recuerdo que le pregunté cuál era la obra de Govern de la que se sentía más orgulloso. Se puso la mano en el bolsillo y sacó la tarjeta sanitaria: «De la sanidad para todos». Y ¿en segundo lugar? «De lo que ha hecho TV3 por la cohesión del país».
Ocho años después, por sus sucesores que gobiernan en TV3 (en la Corporación y en la cadena televisiva), ¿qué perdura de aquel espíritu inicial? La respuesta más lúcida la acaba de dar quien fue el primer presentador del Telediari, Salvador Alsius.
En una entrevista, el periodista recuerda que «hicimos muchos esfuerzos para, a través del lenguaje, del tono y los temas, llegar a todos los rincones del país… y ahora la sensación que tengo, y es irremediable, es ver cómo se ha levantado una muralla, ya infranqueable, en la que hay una parte del país que ni de coña miraría TV3 por nada».
El diagnóstico es demoledor. No viene de los sectores que siempre han tenido TV3 en el punto de mira, sino de una de las voces con mayor autoridad profesional para hablar. Y, además, lo explica a un diario (Nació Digital) y a un periodista (Ferran Casas) fuera de toda sospecha de españolismo. No vale pues el espantajo del «ataque exterior». Incluso, Alsius adelanta al viejo argumento de la «legítima defensa», cuando recuerda «el debate sobre si es necesario o no compensar lo que hacen las televisiones españolas, que es un escándalo. Tiendo a pensar que no es lo que tenemos que hacer».
¿Cómo hemos pasado de aquella televisión que «cohesionaba el país», a la «muralla infranqueable»? ¿Cómo los sucesores de la vieja Convergència dañan el espíritu inicial? ¿Cómo el partido que comparte gobierno con ellos, ERC, lo permite? ¿Cómo es que bloquean sistemáticamente la renovación de las instituciones de los medios públicos? ¿Cómo es que el máximo responsable de TV3 no hace caso de las reprobaciones del Parlament?
Una primera respuesta sería que es una muestra más de la degradación política que sufre el país. O que es fruto del factor humano, de la categoría ética de quienes gobiernan hoy los medios públicos. O que es una estrategia para fidelizar a la audiencia, para ganar cada mes, aunque la sociedad pague un precio muy alto. Porque, como recuerda Salvador Alsius, «el 20% de audiencia no vale para nada si detrás de esto hay una barrera». ¿O, quizá sí que a los responsables les vale porque buscan, precisamente, esta barrera?
La «muralla infranqueable» existe. Lo demuestran los datos de consumo de televisión del Centro de Estudios de Opinión (CEO), las encuestas internas de la Corporación o cualquier análisis mínimamente independiente. Y si es así, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
En los últimos años, los responsables de TV3 han creado un universo simbólico excluyente, en el que millones de catalanes no se sienten reflejados, o claramente rechazados. Desde el lenguaje hasta los referentes configuran una identidad muy reduccionista. Y lo que es más grave, una parte de la realidad queda híper representada, mientras otra es silenciada, bajo criterios que no tienen nada que ver con el periodismo.
La propaganda (la difusión de información, ideas u opiniones con la intención de que alguien actúe y piense de una determinada manera) ha desplazado el periodismo o el entretenimiento. Pienso que una mirada mínimamente objetiva a espacios como Preguntes Freqüents o Està Passant (ambos, de productoras externas) nos sitúan más en el ámbito de la propaganda que en el terreno de la información o el humor. Para cualquier persona que no comparta una fe ciega con los planteamientos que se exponen, ver estos programas puede resultar un insulto a la inteligencia.
La expresión máxima de esta deriva son los monólogos de Pilar Rahola. En palabras de José Rodríguez, diputado de ERC, Rahola «hace opinión de forma cotidiana sin que haya los criterios de contraste y contrapesos con visiones alternativas» y recuerda que «un analista de información requiere un cierto rigor en la veracidad». A esto se llama propaganda.
TV3 tiene casi dos mil trabajadores. La inmensa mayoría excelentes profesionales. Lo demuestran constantemente en los informativos, en los reportajes en profundidad. La plantilla hace programas de verdadero servicio público. Sus comités de Redacción y de Empresa se pronuncian periódicamente de forma crítica sobre la deriva de la cadena. Pero todo sigue igual.
Son precisamente estos buenos profesionales los que, con la ayuda de la sociedad que añora aquella TV3 perdida, deberían derribar la «muralla infranqueable». En defensa de la sociedad catalana. En defensa de TV3.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Diari de Tarragona


