¿Cómo te despides de alguien a quien aprecias mucho sin parecer aduladora? Sin que los demás, si te leen, digan aquello de “ya se sabe, cuando alguien está muerto, resulta que era genial y nadie lo critica”. A lo largo de estas semanas que nos han dejado vecinos, conocidos, saludados y famosos, ¿cómo le dices adiós a Manuel Cuyàs, que fue vecino y compañero de aventuras periodísticas locales y comarcales en Mataró y el Maresme?

Pues con dolor. Con incredulidad. Con sorpresa. Cuando supe que tenía leucemia nos escribimos Tweets de ánimo y apoyo. Me dijo que no era necesario que hiciera nada, que estaba muy bien atendido. Diez años atrás nos habríamos llamado para hablar de ello. Veinte años atrás habría entrado en la redacción del diario El Punt en Mataró donde él ejercía de director, para comprobar si era cierto, plantear como haríamos las reuniones del Consejo Editorial del que yo formaba parte y ponerme a su disposición.

Treinta años atrás hubiéramos quedado para tomar un café y habríamos comentado el estado de la Casa Gran, la situación de la cultura en Mataró, los proyectos periodísticos, mi trabajo en la UAB y su papel como gran agitador cultural, y las viejas y nuevas hornadas de periodistas que surgían en la ciudad. Y hace cuarenta años, cuando lo conocí, le habría escuchado reverencialmente en las reuniones del semanario El Maresme, cuando un grupo de personas preocupadas por la libertad de expresión y con vocación periodística, como el propio Manuel, Teresa Carreras, en Josep Maria Fàbregas, Quico Costa, Manuel Cusachs y tanto otros, que acogían  a los jóvenes estudiantes de Periodismo que éramos en Santi Carreras, Joan Catà y yo misma.

Se ha apagado su sonrisa socarrona. Su pluma afilada. La capacidad de escribir sobre los demás desde un respeto no exento de discrepancia. Su padre, el dibujante y caricaturista del mismo nombre, que vestía con elegancia inglesa, fue siempre con sombrero. Manuel, en los últimos años, también. Y cuando nos encontrábamos por la ciudad, los dos ensombretados, él saludaba con el suyo, sonreía y charlábamos un rato. Estimado Manuel, hoy, la que se quita el sombrero en señal de sentido homenaje, soy yo. Descansa en paz. Te echaremos de menos.

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