Il·lustració | Eugènia Trallero

Este verano será el más raro en décadas, al igual que lo está siendo el 2020. La pandemia afecta a todo lo que nos rodea, incluidas las vacaciones. Nada (o al si más no, menos) de vacaciones lejanas, con destinos de nombres impronunciables, separados de nuestra casa por horas y horas de avión y barreras de océanos. Este año, nos tendremos que conformar con lo que tenemos más cerca. Y ya está bien.

Tenemos que empezar a aceptar que no hay que irse a la otra punta del mundo para pasarlo bien. Que en la esquina también tenemos playas paradisíacas, grandes montañas y ciudades deslumbrantes. Puede ser que no sea tan cool decir que has ido a un pueblo de la Vall Fosca como decir que has ido a las Bahamas. Pero si la diferencia es fardar en las redes sociales, da igual.

El problema, sin embargo, es el de siempre: si nos molestan los comportamientos de los turistas respecto a las personas que residen en el lugar visitado, eso nos pasará igual si el turismo es de proximidad. Y ahora, en un contexto de pandemia, debemos ser aún más cuidadosos. Vivo en un pequeño pueblo de los Pirineos catalanes y veo cada semana como llega más gente de la ciudad, sin mascarilla y como si la pandemia y la salud de la gente del pueblo no fuera cosa de todos. Tenemos que aprender a amar más lo que tenemos cerca y amarlo significa, precisamente, cuidarlo. Cuidémonos.

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