Durante la pandemia originada por la Covid-19 ha habido badaloneses que no han esperado a que las administraciones públicas actuaran, aunque desearan que lideraran el apoyo a los afectados por la crisis sanitaria. De manera solidaria y autoorganizada han trabajado para ayudar a los vecinos y vecinas que más lo necesitaban haciendo bueno el lema: «sólo el pueblo salva al pueblo».

El 14 de marzo el gobierno español comunicó el estado de alarma ante la pandemia del coronavirus, que obligaba a encerrarse en casa. Varias entidades y personas de la ciudad pensaron que la medida podía afectar muy negativamente a los vecinos y vecinas que usualmente tienen más necesidades. Y se pusieron a trabajar. Así, tanto organizaciones como asociaciones de vecinos y vecinas, Fampas, asociaciones de defensa del derecho a la vivienda, centros sociales como el ateneo Sant Roc y la entidad Sant Jaume, se pusieron manos a la obra. Así nació la red solidaria de Badalona, ​​según explica su portavoz, Carles Sagués.

Ahora, cuatro meses después, sus protagonistas recopilan datos sobre lo que ha significado la creación de esta estructura que nació para dar una respuesta rápida y ágil a unas necesidades que no podían esperar a resoluciones administrativas.

Días después de decretarse el confinamiento, diversas entidades recibían informaciones de badaloneses y badalonesas que, por unos motivos u otros, no podían cubrir sus necesidades básicas. Así, explica un voluntario, una de las primeras acciones fue atender una señora mayor que quería que alguien llevara un móvil en Can Ruti, donde estaba ingresado su marido. Aquellas pequeñas cosas que terminan siendo poderosas. «Inicialmente se pensó en ayudar a hacer las gestiones necesarias para obtener ayuda» dice Sagués, pero enseguida notaron que había una necesidad perentoria: comida. Como el confinamiento implica encerrar a las personas en casa, todo lo que eran ingresos procedentes de los pequeños mercados y de la economía informal que vive a su alrededor se truncaron y el hambre apareció en muchas casas.

«Primero buscamos en lugares que ya hacían habitualmente tareas de ayuda con comida, parroquias y centros sociales. Con ello hicimos las primeras bolsas que se fueron repartiendo entre aquellos que nos habían conectado», dice Sagués. Otra acción fue acompañar a supermercados a familias con necesidades alimentarias y con fondos que se habían recogido en una colecta se pagaban las compras de comida que hacían. Así se evitaban distorsiones como repetir siempre las comidas o dar de comer sólo para adultos a quien tiene varios niños en una casa, explica el representante de la red. Más tarde se obtuvieron tarjetas compradas en los supermercados con las que se podía sacar comida o productos de limpieza por el valor facial de estos documentos.

El reparto inicial de comida hizo que en los barrios con más necesidad corriera la voz y muchos de los que hasta ese momento pasaban penurias se dirigieran a la red, y también a las entidades que son miembros, pidiendo ayuda.

Cocinas solidarias

El incremento de necesidades hizo que entrara en juego un nuevo elemento. El Centro Sant Jaume, vinculado a la fundación Carles Blanc, el servicio de preparación de alimentos, Francesc Roca, se puso en contacto con la red. Este centro, que habitualmente proporciona servicio de cocina a centros, escuelas y centros cívicos, debido al confinamiento se había quedado sin trabajo. Pero sus responsables querían hacer algo en favor de la ciudadanía. Habían hecho un llamamiento en las redes anunciando la iniciativa «una comida por 50 céntimos». Esta oferta implicaba la posibilidad de servir comidas preparadas con una capacidad que llegó a 520 raciones diarias.

«Nos contactaron y la red ofreció el mecanismo de distribución para hacer llegar hasta las familias estas comidas», dice Sagués. La operación requería de una cierta logística: furgonetas, voluntarios y voluntarias para hacer llegar las comidas hasta las casas. También hacían falta listados con las direcciones y un trabajo previo de comprobación. Todo ello implicó una tarea diaria de más de 20 personas durante dos meses. Como las necesidades no dejaron de crecer, el reparto, que se hacía inicialmente cada día, terminó siendo cada dos días debido a los problemas logísticos que implicaba la operación. El centro neurálgico de esta operación fue el Instituto Eugeni d’Ors.

Reparto de bienes básicos en el CAP de Sant Roc, en Badalona | Plataforma San Roque Somos Badalona

Liderazgo frustrado

Desde el inicio de la situación excepcional, la red quiso colaborar con el ayuntamiento de Badalona en la tarea de ayuda social. Incluso, según puntualizan, en un comunicado pidieron que fuera el consistorio, entonces presidido por Àlex Pastor, del PSC, quien liderase las operaciones de apoyo a la ciudadanía. «No tuvimos una acogida positiva», dice Sagués. En síntesis la respuesta al ofrecimiento fue, afirma, que el consistorio no podía hacer nada si la ayuda no pasaba antes por los servicios sociales.

En concreto, una representación de la red se reunió con la concejala que en ese momento asumía servicios sociales, Aïda Llauradó y, según explican, el resultado fue infructuoso. Globalmente la respuesta fue que «no era verdad que no hubiera gente cubierta por los servicios sociales», dice Sagués. Pero, cuando se intentó conseguir una ayuda mucho más puntual y concreta, como la cesión de una furgoneta municipal con su conductor, para apoyar al reparto, tampoco se consiguió, afirman.

Lo cierto es que la red continuó su labor, que han cuantificado en el reparto en Badalona de más de 40.000 comidas durante el período excepcional. Y, curiosamente, el fin del servicio ha tenido que ver con el levantamiento del confinamiento. Cuando esto ocurrió, los responsables de las cocinas, que habían estado proporcionando la comida y la materia prima, comenzaron a recibir pedidos para reanudar el servicio en los centros sociales y escolares a los que antes de la crisis suministraban y no pudieron seguir con el reparto solidario en Badalona.

La agrupación de entidades solidarias comunicó a todas las personas que recibían ayuda y de las que tenían datos, que a partir de ese momento cualquier acción debía hacerse a través de los servicios sociales. Uno de los mecanismos posibles era acudir a los servicios de los dos bancos de alimentos que se pusieron en marcha durante la pandemia. «En unos folletos comunicamos a la gente donde debían dirigirse si tenían necesidades como comida. No sabemos cómo ha funcionado. Sí sabemos que algunos de los que han ido al Ayuntamiento han sido citados para septiembre», asegura Sagués.

La necesidad se extiende por barrios

Si inicialmente la parte más importante de los demandantes de ayuda eran vecinos del barrio de Sant Roc, la persistencia de la situación hizo que territorialmente se ampliara el alcance de la atención y también el origen social. Por primera vez, explican los voluntarios, pedían ayuda personas y núcleos familiares que nunca habían pedido nada a servicios sociales. Personas que, de una manera u otra, antes de la pandemia económicamente iban haciendo. Así, quizás uno de los miembros de la familia trabajaba de manera precaria pero también enlazando unos contratos con otros, mientras que el otro progenitor vendía en los mercados, limpiaba escaleras o cuidaba ancianos y así cubrían las necesidades. Con la epidemia todo cambió y los ahorros se fundieron muy pronto.

Los meses durante los que ha durado la acción de la red, las acciones que han asumido han sido muy variadas y los contactos con personas trabajadoras han ayudado a extender la solidaridad. Así, los voluntarios explican que llegaban avisos de personas que habían sido hospitalizadas en Can Ruti y que habían comentado a los servicios sociales que en casa no tenían comida. Al obtener el alta se pasaba información para que los repartidores de la red les llevaran las comidas. Se hacía así porque había rapidez. Otros avisos procedían de las escuelas, donde el equipo docente tenía certeza de que había grandes necesidades, afirman. También se han repartido otros productos imprescindibles para la vida, como material escolar, a petición de los centros escolares, y también papel, lápices y material para realizar tareas de educación.

A pesar del apaciguamiento de la situación, los voluntarios de la red siguen coordinados y decididos a mantener la guardia alta porque detrás de la epidemia sanitaria hay otra amenaza igual de grave, la producida por una debilidad económica que puede causar un gran daño a la cohesión social de la ciudad, afirman.

Este reportaje fue publicado primero en L’Independent de Badalona

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