Cuando a los 13 años Juan Marsé (Barcelona, 1933) dejó la escuela para entrar de aprendiz en un taller de joyería, eran los primeros años de posguerra, aquel niño no podía siquiera imaginar que el destino le había elegido para ser un orfebre de la memoria, en especial de quienes fueron derrotados en la contienda española. Más que un novelista, Marsé siempre se consideró un narrador, alguien destinado a recuperar los recuerdos de la Barcelona de su infancia y de su juventud, en especial la de los habitantes del barrio obrero del Guinardó donde se crió, tras ser adoptado por una familia de clase trabajadora. La obra del escritor está especialmente vinculada a esa Barcelona casi olvidada, inframundos poblados de canallas y perdedores, un entorno y una época cuya memoria individual y colectiva “estaba secuestrada”, según consideraba Marsé.

La escritura de Juan Marsé es un largo oficio de memoria y nostalgia que encuentra sus defensores y detractores. Últimas tardes con Teresa marcó un tiempo. Compañero de generación literaria de Gil de Biedma, Eduardo Mendoza o Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé escribió su primera novela a los 25 años: Encerrados con un solo juguete, con la que consiguió quedar finalista del premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Tras una etapa en París, vuelve a España y publica Esta cara de la luna y Últimas tardes con Teresa (1966), con la que gana el Premio Biblioteca Breve. Le siguen La oscura historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que caí (1973), censurada por el franquismo. El gran salto se produce con La chica de las bragas de oro (1978), que obtuvo el Premio Planeta. Consigue finalmente la consagración literaria con El embrujo de Shanghai (1994), Premio Nacional de la Crítica, Rabos de lagartija (2000), y Caligrafía de los sueños (2011).

En su discurso al recibir el Premio Cervantes volvió a referirse a la memoria “sojuzgada, esquilmada y manipulada” durante la posguerra, y llegó a sentenciar que “el olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del poder”. Marsé conoció también las trampas de la memoria, y cómo nuestra percepción se construye de hechos reales y recuerdos inventados. Esta mezcla entre veracidad y ficción de la memoria es uno de los materiales que el autor engarza con precisión en sus obras. Un estilo directo, elaborado pero sintético, acerca eficazmente al lector a envolventes ambientes como el de las primeras palabras de Últimas tardes con teresa: “Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de setiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado.”

En definitiva, junto a unas cuantas narraciones memorables, Marsé nos ha dejado otros tantos personajes inolvidables, como esa entrañable Teresa que va y viene sin cesar; o el iluso arribista Manolo Reyes, el Pijoaparte; o tal vez ese “luchador que ha dejado de luchar” que es Jan Julivert Mon; o Java, el niño Sarnita y Aurora/Ramona; o incluso la prima Montse, Susana, la pelirroja Rosa y la señora Mir, Vicky, o aquel otro personaje bajito, moreno, de pelo rizado, que siempre andaba enredando entre las chicas… Todo ese mundo de memoria e imaginación desatada es obra de un individuo que se retrataba a sí mismo como “bajo, poco hablador, taciturno y burlón”, un escritor que ha sido capaz de mantener su voz propia, discordante, ajena a los intereses del poder.

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