
Cada día, cada hora, hay alguien que cruza el Mediterráneo, en condiciones precarias y arriesgadas, para huir de su casa, de la guerra, del hambre o de la persecución. Una tragedia que no cesa. Sin embargo, a menudo sólo hablamos de ello durante los veranos, cuando la actualidad informativa baja y, de repente, hay “espacio” en los informativos y diarios para hablar de la mal llamada “crisis migratoria”. Durante el resto del año, quedamos ‘inmunizados’ a esta realidad.
Este año, sin embargo, la invisibilización ha llegado al verano. A este verano extraño en que las otras crisis, las del mundo occidental y el norte global, roban el protagonismo y las horas de tertulia a la tragedia en el Mediterráneo. Open Arms sigue haciendo su trabajo y salvando vidas, mientras que nosotros sólo hablamos de si nuestros niños y niñas podrán volver a la escuela, mientras que hay muchos que pugnan por sobrevivir en el cementerio de agua. Sólo nos preocupamos de si cobraremos las prestaciones o si nos harán un ERTE, mientras que hay muchos que han dejado su casa por pura supervivencia.
No hay que pecar de ingenuos ni de buenistas: todas las crisis son dramáticas para las personas más vulnerables. Pero preocuparse de una no quita dejar de hablar de la otra. Al contrario: si queremos solucionar las desigualdades, las tenemos que solucionar todas.


