Las palabras recientes de Elisenda Paluzie, presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, sobre la necesidad de “no permitir rectorados unionistas en la UAB y la UB” han levantado ampollas. Estas declaraciones llegan después de que la ANC hiciera público el recorrido de la próxima Diada del once de septiembre, que tiene como objetivo señalar algunas de las instituciones “unionistas” presentes en la capital catalana, como el Banco de España, la agencia Tributaria, la Seguridad Social. También, la Universidad de Barcelona, ​​debido a que, según la Presidenta de la ANC, ésta está compuesta por un “rectorado unionista”.

Unos comentarios que arrastran un temor creciente dentro de un gran sector de la población catalana que, unionistas o no, no se identifican con el movimiento independentista y que se pregunta: ¿qué le pasaría a toda aquella gente – personal docente, personal administrativo, etc – que por una razón u otra no comulgan con la línea oficial del independentismo de Paluzie, en el hipotético caso de que se apoderara de los rectorados? Analizamos qué está detrás de las ideas de Paluzie y de una parte de la derecha independentista, cada vez más cercana en sus plantegaments a los discursos tradicionales de la extrema derecha, enmarcada hoy en día en la etiqueta de “supremacismo” .

El independentismo, desde el inicio del Procés, se ha caracterizado por construirse bajo una lógica instrumental: “primero hacemos la independencia, después ya veremos cómo nos organizamos”

El independentismo, desde el inicio del Procés, se ha caracterizado por construirse bajo una lógica instrumental: “primero hacemos la independencia, después ya veremos cómo nos organizamos”. Junts per Catalunya ha liderado y lidera esta estrategia y ERC, bien por inacción o por incapacidad, no ha logrado construir un relato propio alejado de JxCAT sobre qué podría significar la independencia. La idea de que lo importante es el punto de llegada ha ayudado a unificar las diferentes familias que conviven dentro del independentismo. No se puede explicar de otra manera que la CUP haya sido la pieza necesaria para facilitar dos gobiernos liderados por la derecha catalana postconvergent.

En otro contexto, este escenario sería impensable. Asimismo, mientras que la izquierda independentista no ha sido capaz de definir qué significa “independencia”, -más allá de los intentos de una parte de la CUP de asociarla con el anticapitalismo- la derecha catalana, a través de personajes como Joan Canadell (Presidente de la Càmara de Comerç de Barcelona) o Elisenda Paluzie, ha ido consolidando la idea de que lo importante es ser independentista y que el debate ideológico es una cuestión secundaria.

Estos, sin embargo, lo hacen en base a una serie de premisas – a veces etnicistas, a veces clasistas – que tienen por objetivo situar al individuo independentista por encima del no-independentista, partiendo de una pretendida superioridad moral del independentismo ante el unionismo.

Canadell, durante los primeros meses de pandemia aseguraba que “España es paro y muerte; Catalunya, vida y futuro”, y, también, que “si Catalunya hubiera sido independiente lo hubiéramos hecho mucho mejor” -palabras que meses más tarde, una vez la gestión de la pandemia estaba en manos de la Generalitat, tuvo que matizar. El problema ya no radica en la existencia de un discurso basado exclusivamente en el convencimiento de superioridad de lo catalán ante lo español, sino en que este discurso se emite desde una institución, la Càmara de Comerç de Barcelona, que debe ayudar a los empresarios catalanes indistintamente de sus creencias y posicionamientos políticos.

El problema ya no radica en la existencia de un discurso basado exclusivamente en el convencimiento de superioridad de lo catalán ante lo español, sino en que este discurso se emite desde una institución

¿Es lícito que un empresario que no se identifique con la línea independentista de la Càmara de Comerç tenga que preocuparse porque su pensamiento pueda dificultar las relaciones con la Càmara? ¿Es lícito que un empresario independentista pueda considerar que, por el hecho ser definirse como independentista, se le puedan abrir más salidas profesionales? Del mismo modo, cabe preguntarse: ¿en qué consiste exactamente un “rectorado independentista”? ¿Y un rectorado unionista?

El trabajo que se ejerce en los rectorados es el de trazar las líneas educativas de la institución y desarrollar los ejes de formación del alumnado y del personal trabajador. Ciertamente, existen diferencias ideológicas entre los rectorados, razón por la que hay elecciones y equipos que se presentan con diferentes programas. Por ejemplo, se puede decidir si incrementar las becas para el personal investigador o no; se pueden trazar convenios y proyectos de colaboración con instituciones extranjeras, o intentar potenciar la asocación con universidades del territorio. Se puede decidir si fomentar el uso de software libre, o si renovar las licencias a los softwares estándares de pago.

Decisiones de la política educativa propias de las universidad: algunas de ellas servirán para hacer de la universidad un lugar más accesible para los estudiantes con dificultades económicas; otros buscarán un versión más elitista que les permita atraer estudiantes extranjeros. La política, en definitiva, está siempre presente en un rectorado. Pero lo que propone Paluzie no tiene que ver con trazar una línea concreta que facilite las salidas educativas y profesionales de los alumnos, sino en desarrollar un carné de identidad que clasifique a los individuos entre aliados y enemigos. Es decir: establecer un sistema de supremacía de las personas “independentistas” respecto a las “unionistas”. Un tipo de discurso – siempre vinculado a la derecha – que amenaza la libertad de creencia personal en el puesto de trabajo, garantía constitucional de todo régimen democrático.

Lo que propone Paluzie no tiene que ver con trazar una línea concreta que facilite las salidas educativas y profesionales de los alumnos, sino en desarrollar un carné de identidad que clasifique a los individuos entre aliados y enemigos

La dificultad de criticar este discurso desde la izquierda independentista por miedo a ser acusados ​​de “traidores” ha sembrado el terreno para que las nuevas formaciones de extrema derecha catalana, como Força Catalunya y Front Nacional Català -inexistentes hace pocos años- tengan cada día más presencia. Antes del inicio del Procés independentista no existía una extrema derecha propiamente independentista, demérito exclusivo hasta entonces de las formaciones “españolistas”. Este es un hecho consumado.

A priori, parece completamente compatible señalar el comportamiento autoritario del Estado español respecto a los presos políticos, denunciar la actuación de las cloacas del Estado con los líderes independentistas y reclamar el derecho a la autodeterminación como principio democrático, con una crítica a la estrategia identitaria de la derecha independentista. La necesidad de competir por un mismo electorado, sin embargo, se sitúa como un factor de presión latente en el proceso independentista que dificulta su crítica; veremos si, de cara a las próximas elecciones, la izquierda independentista hace de cortafuegos de estos discursos o si, por el contrario, deja que se continúe abonando el discurso de Canadell y Paluzie. Para bien o para mal, será una decisión tomada desde el cálculo electoral, como lo son la mayoría de decisiones que afectan a la vida y prosperidad de los partidos políticos.

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