La Diada Nacional de Cataluña ha estado, desde el 2012, un fecha trascendental por el movimiento independentista. Ante la reiterada negativa del Estado español de pactar un referéndum de autodeterminación, cada once de Septiembre, centenares de miles de personas – a veces, incluso, más de un millón de personas –han ocupado sistemáticamente las calles, las avenidas, y plazas de todo Cataluña. La Diada, tal y como la conocemos, es una demostración de fuerza del movimiento independentista que presenta una imagen ejemplar y pacífica, a menudo contrapuesta a la que el Estado español ha tenido en los últimos años. Las circunstancias extraordinarias causadas por la COVID-19, y un cierto desgaste en la capacidad de movilización de la ANC, han hecho de la Diada de este año un día extraño en comparación a las diadas anteriores. Para evitar grandes aglomeraciones, la manifestación se ha diversificado en 107 puntos alrededor de todo el territorio; por esta razón, no ha sido posible mostrar la potente imagen de multitudes colapsando las arterias de la ciudad condal a la que Cataluña se había acostumbrado. Las cifras de participación, como no podía ser de otro modo, se han reducido de manera drástica.

La celebración de la Diada de este año ha estado rodeada por una doble controversia: por un lado, la estrategia de la ANC de Elisabet Paluzie de señalar las instituciones “unionistas” como forma de protesta. Por el otro otra, la negativa de la Generalitat de participar de las manifestaciones, bajo las recomendaciones del Secretario de Salud Josep Maria Argimon. En la ciudad de Barcelona – foco del principal encuentro de la Diada– se han rodeado un conjunto de instituciones: el Banco de España, la Agencia Tributaria, la Seguridad Social y, también, la Universitat de Barcelona. La decisión de señalar la Universitat de Barcelona por el hecho de disponer, en palabras de Paluzie, de un “rectorado unionista”, ha estado altamente criticada por el que se ha considerado, por diferentes sectores (soberanistas incluidos), como una estrategia sectaria que tiene como objetivo segmentar la población para hacerse con el control del rectorado de la universidad. A la vez, si en los últimos años el Gobierno de la Generalitat era parte activa en la organización y celebración de la Diada, la situación causada por la COVID-19 ha hecho que el ejecutivo catalán se desmarcara, puesto que en boca de Josep Maria Argimon, “no es el momento oportuno para concentraciones de gente”. Evidentemente, las recomendaciones de los expertos epidemiólogos, han hecho reconsiderar a una parte de la población de abstenerse de compartir, codo a codo, una Diada más.
La Diada de Cataluña, en la era del procesismo, ha sido organizada cada año por el Assamblea Nacional de Catalunya, organización que se creó precisamente en 2012 para hacer del once de septiembre un día exclusivo de los y las independentistas con un objetivo concreto: forzar a los partidos políticos a asumir la agenda independentista. Cada año la Diada ha tenido un lema de cabecera que puede ser analizado como termómetro del momento en que se encuentra el independentismo. Por ejemplo: la primera de las grandes diadas (2012), se anunciaba bajo el título de “Cataluña: nuevo Estado de Europa”, proyectando el que sería el deseo del independentismo hegemónico. En el 2014, bajo el gobierno presidido por la Convergència de Artur Mas y en pleno auge de un movimiento independentista que se divisaba imparable, 1.6 millones de catalanes y catalanas desfilaban bajo el lema de “Ahora es la hora”. Tres años más tarde, la Diada llevaba como título “La Diada del Sí”, puesto que diecinueve días más tarde había previsto celebrar el prometido referéndum de autodeterminación; referéndum que se celebró todo y la violencia policial del Estado. La historia del proceso, como es sabido, cambió radicalmente desde entonces. Ya no habría lugar para promesas sencillas. El optimismo que había empujado el independentismo hasta entonces, cambió radicalmente de tono. Este año, quizás como síntoma de un nuevo realismo que ya no puede anunciar el advenimiento inmediato de la independencia, la manifestación ha avanzado bajo el siguiente lema: “El deber de construir un futuro mejor, el derecho de ser independientes”. Hacer la independencia ya no se sitúa como un destino inevitable, sino como un deber moral deseable.
Como ya había ocurrido en las Diadas anteriores, el centro de Barcelona se encontraba completamente cortado en el tráfico, pero, a diferencia otros años donde el ruido de las multitudes resonaba a cada rincón de la ciudad, Barcelona se hallaba muda. Solo al aproximarse a alguno de los puntos señalados – sobre todo Plaza Cataluña y Plaza Universidad – se podía empezar a escuchar algún tímido megáfono que evidenciaba que algo extraordinaria estaba sucediendo. Todas las personas se encontraban separadas por la distancia prudencial de dos metros que las voluntarias de la ANC se habían encargado de dibujar previamente. Pero no parecía haber comunicación entre ellas; muchas habían venido solos, pero las que lo hacían acompañadas se encontraban igualmente separadas. La visión de la plaza replicaba la de un tablero de ajedrez. Montserrat, una mujer jubilada que bordea los setenta años, sentada a una acera, decía: “Es una Diada muy triste. Reservé mi plaza con muchas ganas e ilusión, pero al llegar aquí me he decepcionado mucho. No entiendo cómo hemos llegado a este punto después de tantos años de manifestaciones masivas, para acabar ahora sentadas sin reivindicar nada. A mí me hubiera gustado que, a pesar de mantener la distancia de seguridad, fuera una Diada más alegre”. No lo veía así un voluntario de “Escamots Catalans” , encargado de asegurar que los perímetros de seguridad establecidos se cumplían, puesto que consideraba que esta Diada no era ni menos triste ni más alegro que otras, sino que simplemente se trataba de ejercer el derecho legítimo a manifestación. “Es el último que nos queda”, afirmaba. Mientras tanto, los Sanitarios por la República, se aseguraban que los manifestantes dispusieran de hielo hidroalcohólico. También tomaban la temperatura a cada uno de ellos: si esta superaba los 37.2 grados, se evaluaba, en función de los síntomas, si podían o no permanecer dentro del perímetro. La Diada Nacional de Cataluña en tiempos de pandemia.


