El 11 de abril de 1993 una banda neonazi asesinaba al joven de 18 años Guillem Agulló en Montanejos, Castellón. Le rodearon, le agarraron entre dos personas y uno de ellos Pedro Cuevas, le propinó un navajazo en el corazón que acabó con su vida. El juicio y el tratamiento en los medios demostró que nuestro país, que vendía una modernidad deslumbrante y una democracia modélica, todavía era incapaz de condenar los crímenes de la ultraderecha. El asesinato se presentó como una pelea entre bandas. Guillem se movía con la gente de Maulets, organización juvenil independentista, luchaba contra las bandas de extrema derecha que todavía campaban con impunidad pegando a homosexuales, gente de izquierdas y de otras etnias.
Cuevas fue el único condenado a prisión, y a los cuatro años quedó en libertad y empezó a militar en partidos de extrema derecha junto a los mismos que le defendieron en los tribunales, la prueba de que aquello fue un crimen de odio por cuestiones políticas. Esto es lo que cuenta Carlos Marqués-Marcet en La mort de Guillem, película presentada en el Festival de Málaga, que se estrena ahora en cines. El director de 10.000 Km y Los días que vendrán se posiciona sin ambages con la familia de Agulló y deja claro que la equidistancia nunca es una opción. Esa equidistancia ha dado alas a los mensajes racistas, homófobos, machistas y antidemócratas de los grupos ultras.
La historia de Guillem Agulló es más actual que nunca. La película no puede llegar en mejor momento. Vivimos tiempos extraños en los que el fascismo y el antifascismo están igualados en una opinión pública que parece haber olvidado el pasado reciente
Lo mismo que ocurría en el juicio que muestra la película. La ultraderecha consiguió los mejores abogados, los gobiernos, del PSOE primero y luego del PP, no quisieron involucrarse en nada, a pesar de que la sociedad valenciana estaba fragmentada. Por eso, es significativo que desde la Generalitat Valenciana apoyen ahora esta película, ese apoyo cinematográfico es, de alguna manera, un apoyo a la familia de Guillem. Un símbolo de la lucha antifascista en Valencia y en toda España, y que acuñó ese lema tan coreado, incluso hoy, de “Guillem Agulló, ni olvido, ni perdón”. Pero hubo olvido y hubo perdón, como cuenta la película.
Contar ahora la historia de Guillem Agulló suena más actual que nunca. La película no puede llegar en mejor momento. En tiempos donde el nazismo y el antinazismo están igualados en una opinión pública que parece haber olvidado el pasado reciente. La película permite revisitar dónde estábamos en 1993, sobre todo en el País Valencià, y ayuda a entender de dónde venimos. Sí, revisitar de qué manera la impunidad de ciertas estructuras tanto políticas como sociales, herederas de una transición mal hecha, pueden afectar de forma trágica a una familia.
Condenar es una palabra vacía
Guillem estaba en primera línea y fueron por él. Pensaban que matando a Guillem paralizaban el movimiento, pero se equivocaron con el entorno, que está dispuesto a luchar reivindicando su memoria y todo lo que representaba. Carlos Marqués-Marcet toma en la película una posición clara, se sitúa con este entorno del joven. Así pues, había que aprender mucho del proceso de después de su muerte. La posición ética del director era colocarse con la familia y ver cómo les había transformado. Había un drama más allá de lo político, hablar de qué sentido le das a la muerte de un hijo, y ellos al cogerlo como una causa política eso les impide reestructurarse como familia. Aquí radica el interés de la película.
Y es que hablar de Guillem Agulló aún hoy tiene consecuencias. El equipo de La mort de Guillem denunció presiones y pintadas fascistas durante el rodaje, como las que llevan sufriendo durante 27 años la familia Agulló Salvador. Pintadas en su casa, llamadas a todas horas, amenazas a sus hermanas… y aquella pancarta en Mestalla que decía “Guillem, jódete”. Todo con la impunidad de siempre. Arrastramos mucha herencia de un régimen que nunca se ha juzgado. Sólo se ha juzgado a nivel público, y se ha hecho a través del cine, de la literatura, del arte… a la política le queda mucho por hacer a la hora de condenar lo que fue aquello. Nadie ha exigido a los herederos del franquismo las muertes que provocaron… condenar es una palabra vacía.
La mort de Guillem es una película abiertamente política, pero, ante todo, es profundamente ética. Porque escoge el punto de vista de una familia que busca explicaciones a la muerte de su hijo, que para intentar hacer valer su derecho a la justicia se enfrenta a amenazas y sufrimiento. “No es la película que nos hubiera gustado, pero es la mejor película que se ha podido hacer”, recuerdan Guillem Agulló padre y Carme Salvador, después de recibir la Creu de Sant Jordi. “Es la película que se debe hacer para quien no conozca Guillem ni su lucha”, añaden. A Guillem Agulló le mataron de una puñalada en el corazón. Todo el argumento de la defensa fue decir que era una pelea entre bandas y no era política. No fue una pelea entre bandas, fue un crimen político.


