
Llega el otoño e, inevitablemente, con él vienen también las hojas que caen, los paisajes idílicos y las setas. Ir a coger setas es como la sempiterna atracción turística del urbanita catalán, que quiere librarse por unas horas del caos de la ciudad. Y está bien, pero las personas que vivimos todo el año en estos parajes de cuento, nos vemos afectados de una manera u otra por la presencia domingueros los de ciudad. Que no por corta es inocua.
Nos encontramos con los desechos -no de todos, esto es cierto- de demasiadas personas, esparcidos por la montaña. Los rebaños de caballos, vacas u ovejas y otros animales de la zona se ven alterados por la alta presencia de coches y presencia humana. Entendemos que, tras un largo confinamiento en la gran ciudad, las ganas de montaña se acentúan, pero quizás deberíamos plantearnos una mejor manera, más ordenada y sobre todo más cívica, de pisar el territorio sin dejar huella.


