En la República de Platón hay una imagen emblemática y todavía muy comentada: la de una nave donde, por un lado, encontramos un patrón caracterizado por su fortaleza y altura, pero al mismo tiempo, corto de vista y con escasos conocimientos náuticos. Y, por otro lado, los marineros que se disputan el arte de la gobernabilidad de la nave – pensando que cada uno de ellos, a través de sus ejercicios prácticos, podrían llegar a gobernarla. A partir de esta imagen, Platón hace una observación: si los marineros llegan a tomar control del gobierno de la nave, este intento de navegar la nave terminaría siendo un fracaso, sólo a través de los meros ejercicios prácticos sin una visión más amplia del entorno: el mar, el cielo, el viento, el momento del año y las estaciones. En efecto, aquel que puede asumir sólo la gobernabilidad de la nave, que se pueda llamar piloto o navegante según Platón, debe tener el don de navegar y pilotar. Aun así, a menudo es etiquetado como charlatán e inútil para la masa de marineros que se rigen sólo por la intuición práctica.
No es pues de extrañar que el pensamiento filosófico que inaugura la postmodernidad utilice la operación de inversión del platonismo para llevar una crítica al platonismo y la idea del bien supremo, dando así primacía a la gobernabilidad de la nave a través del ejercicio práctico, acuñando así el pensamiento de la democracia.
La gobernabilidad de la nave, es decir, la política como praxis y visión, es el núcleo de la filosofía. Sea Platón, Kant, Fichte, Hegel o Derrida, todos concluyen sus trabajos filosóficos con un amplio pensamiento político exponiendo sus afinidades por los diferentes modos de gobierno: republicano, monarquía hereditaria o democracia, entre otros… En efecto, esto corrobora el hecho de que la filosofía es siempre una filosofía práctica.
Esta gobernabilidad de la nave o, en griego, la κυβερνητική, es también de donde viene, en sentido etimológico, lo que conocemos como cibernética. Pero esta adaptación del término platónico viene también con un cambio de sentido. Pero, desde la perspectiva de la cibernética, la gobernabilidad es reducida a una mera gobernanza, es decir, a una serie de operaciones concretas. Esto comienza con matemáticos y físicos del siglo XIX, que retoman el sentido político de la gobernabilidad, y culmina con una formalización que el matemático Norbert Wiener lleva a cabo a principios de los años 1940 y que se conocerá como disciplina de la cibernética. En la lógica matemática una formalización es un proceso que reduce un lenguaje natural a una serie de símbolos y operaciones que pueden ser luego leídas y computadas por una máquina.
La cibernética, como disciplina que engloba las diferentes vertientes desde la robótica hasta las tecnologías de procesamiento de la información o teorías del autómata, también le da este sentido social: la cibernética no sólo se ocupa del desarrollo de estas herramientas matemáticas y tecnologías computacionales sino que pretende también organizar la comunicación y, en definitiva, las instituciones, logrando de esta manera una vertiente social y político. No es de extrañar pues que un filósofo como Heidegger anunciaba en un texto en 1959 que la filosofía tal como la conocíamos ya había llegado a su meta y ahora ya era el tiempo de la cibernética.
Si bien hoy en día se habla menos de la cibernética, todo el paradigma cibernético sigue estando muy presente, especialmente a raíz de nuevos descubrimientos en la biología molecular o en la genética, donde se han ido cuestionando ciertas teorías dentro de la misma cibernética.
Es por ello que a partir del taller de verano de Dormouth del 1956, un grupo de científicos y matemáticos se encuentran para poner las bases del campo de la inteligencia artificial. Lo que hace la inteligencia artificial, a diferencia de la cibernética, que de alguna manera lo engloba, es asumir la complejidad que rige las relaciones sociales o la comunicación. Si la cibernética responde a una operativa de las cosas, la inteligencia artificial engloba ya un más amplio como. Dicho de otro modo, lo que metafóricamente llamamos inteligencia artificial, por una parte apunta a los límites de la computación y la cibernética y, por otra, abre y da acceso a lo que no se puede conocer, a lo incalculable. En clave política, la inteligencia artificial la podemos ver como una extensión de la gobernanza y, por tanto, de la praxis, como una inauguración de este espacio entre la governanza y la gobernabilidad.
Pero, a fin de acceder a este espacio y hacer un análisis tanto filosófica como política, no se puede reducir la inteligencia artificial sólo a una mera comprensión de un matemático o de un científico de la computación, es decir, a un refugio que integra varios métodos de optimización del cálculo, técnicas de computación y estadística. Al contrario, se tiene que ampliar el campo, pensando la inteligencia artificial como metáfora. Porque tanto la inteligencia como la artificialidad son nociones filosóficas, que no han cesado de irrumpir y ocultarse desde los tiempos de los presocráticos hasta nuestros días.
La pregunta principal que nos debe poner a reflexionar es ¿por qué lo que se inaugura hace más de medio siglo y permanece oculto durante tanto tiempo irrumpe ahora con fuerza en el discurso público? ¿A qué apunta esta irrupción? ¿Qué explicaría tanto la retirada de la metáfora «inteligencia artificial» durante tanto tiempo y su irrupción actual?
El filósofo Jacques Derrida apunta que la metáfora se retira de una escena mundial justamente en su momento de máxima expansión, intrusión, cuando sus límites se ven desbordados. La metáfora siempre se retira para devolver. La irrupción de la inteligencia artificial, de la que tanto se habla hoy en día, da sin duda lugar a muchos debates: desde las perspectivas de la inteligencia artificial débil, hasta visiones de una super inteligencia que asumiría la gobernabilidad del mundo. Y también, desde la divulgación filosófica, nos encontramos con diferentes posiciones: algunas más naifs, que intentan a toda costa rechazar o ignorar estos desarrollos de las tecnologías IA, otros que analizan desde un punto de vista dualista la oposición entre una inteligencia artificial y la inteligencia natural o humana, y otros que niegan su existencia. Todos estos debates contribuyen a su manera a dar sentido desde diferentes perspectivas a lo que nos pasa hoy, a las transformaciones o no-transformaciones que estamos viviendo.
Me gustaría concluir abiertamente esta breve crónica con una pequeña observación para inaugurar otro debate: en el discurso actual, la inteligencia artificial se nos presenta sobre todo como una solución, una tecnología que nos solucionará todo: desde la pandemia hasta la política o la educación. ¿Pero no es esto una contradicción? Si una metáfora irrumpe de golpe es porque justamente ya no opera, porque ya ha llegado a su límite. Por ello, propongo que la mirada filosófica sobre lo que se denomina inteligencia artificial se haga desde la perspectiva del problema, de la asunción del error. No es que tengamos que llegar a la inteligencia artificial sino que, por decirlo con Bergson, la inteligencia nos llega y nos llega como un accidente, como fruto del azar. Por ello, la inteligencia no debe considerarse como una solución, la inteligencia no se tiene que considerar como una solución, si no como un problema filosófico.
Si la inteligencia artificial irrumpe ahora mismo es justamente para señalarnos su quiebra y, por tanto, el desequilibrio entre la gobernanza y la gobernabilidad. Un desequilibrio que a la vez es una oportunidad de repensar este espacio de la praxis política. Por ello, concluyo que la filosofía debe sentirse ni amenazada pero tampoco superior a lo que ahora se llama inteligencia artificial. La IA pone a prueba el pensamiento filosófico, hace la filosofía pensarse a sí misma.
*Alina Mierlus es doctoranda en Filosofía en la Universitat Autònoma de Barcelona. Graduada en Filosofía y Máster en Pensamiento Contemporáneo en la Universidad de Barcelona. Con estudios previos en ingeniería informática y experiencia en proyectos de software libre programación, sus líneas de investigación son la filosofía continental contemporánea francesa con un enfoque especial en la filosofía política y la historia de la tecnología, conjuntamente con una análisis crítico de la cultura digital


