Desgraciadamente, en política, las dinámicas históricas caducan demasiado rápido y perdemos la memoria con demasiada facilidad. Nos movemos a unas velocidades tan intensas y en tiempo tan líquidos -como diría Zygmunt Bauman- que perdemos, sin ser conscientes de ello, la memoria de hechos bien cercanos que explican parte de las situaciones que vivimos aquí y ahora.
Amigos míos de diferentes países me han preguntado en varias ocasiones por qué España no tiene una derecha asimilable a las derechas de la Europa Occidental. Me han preguntado cómo es que el PP es un partido casi inexistente en el País Vasco y en Catalunya, y por qué sus discursos están tan orientados hacia la derecha más extrema. Además, me han preguntado si les podría explicar su extremado nacionalismo identitario. Y yo les he dicho que, como suele ocurrir siempre, no hay respuestas ni fáciles ni breves, pero que a partir del análisis histórico podemos encontrar alguna.
España experimentó una confrontación ideológica dramática durante los siglos XIX y XX, con conflictos armados, con golpes de estado, con intervenciones extranjeras (recordemos la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis que terminó con el Trienio Liberal), con enfrentamientos de todo tipo, lo que explica en buena medida rasgos de la psicología social española. Existe un hilo conductor que va del viejo absolutismo arcaico, pasando por el carlismo y los nacionales del General Franco, hasta Vox y el actual PP.
A principios del siglo XX y especialmente en el período comprendido entre la Primera y Segunda Guerra Mundial, los nacionalismos emergieron en Europa con mucha fuerza. Los partidos nacionalistas aparecieron en todos los países y, en Italia y Alemania, tomaron el poder. El Action Française, de Charles Maurras, influyó mucho en determinados ambientes intelectuales de Catalunya y España y prestó apoyo a la Francia del régimen de Vichy. Mayoritariamente en Europa occidental, el crecimiento de los nacionalismos se identificaba con las posiciones más tradicionalistas, conservadoras, religiosas, antiliberales y, no digamos, anticomunistas.
En España, el general Franco y su golpe de estado contra la legitimidad republicana, con la subsiguiente y sangrienta guerra civil, representó la victoria -gracias a la ayuda de la Italia de Mussolini y de la Alemania de Hitler- de la derecha española. Una derecha conservadora, tradicionalista, religiosa y extremadamente nacionalista. Conviene recordar que durante la confrontación civil los franquistas se autodenominaban los nacionales, ante los republicanos (o rojos, en la jerga de los franquistas).
Los nacionales, más allá de la representación y defensa de los sectores burgueses, religiosos y terratenientes, representaban también una idea de la nación española, unas ideas nacidas desde los altiplanos de Castilla, desde los años del dominio de Castilla en las Américas, con la añoranza del viejo imperio derrumbado y periclitado y, sin embargo, con el sentimiento casi de matriz religiosa sobre la unidad homogénea y uniforme de España en torno a los viejos valores absolutistas y casi místicos.
Aquellos nacionales han pervivido en la derecha española del PP, Ciudadanos y de Vox. Los primeros y los terceros son herederos directos de aquellos que ganaron la Guerra Civil y controlaron el aparato del Estado durante los casi cuarenta años de franquismo. Aquellos cuarenta años de régimen autoritario marcaron profundamente determinados aspectos de la cultura española que aún perviven en sectores de la sociedad española y de los aparatos del Estado.
Como es sabido, si bien a veces es poco recordado, el franquismo, en la transición, se dividió en tres grupos. Por un lado, la UCD (Unión de Centro Democrático), con Adolfo Suárez al frente, que agrupó a los sectores más aperturistas que estaban de acuerdo en ir hacia una monarquía constitucional. En segundo lugar, el franquismo más estricto encabezado por Manuel Fraga Iribarne y Carlos Arias Navarro con AP (Alianza Popular), que estaban en desacuerdo con la apertura y la negociación con los sectores democráticos. Y, finalmente, los intransigentes de Blas Piñar a través de FN (Fuerza Nueva) -el Bunker- con el lema «Dios, Patria y Justicia».
Tras la aprobación de la Constitución, vendrían cuatro años muy difíciles para la UCD, que sería incapaz de gestionar las luchas internas entre las diferentes sensibilidades de las familias franquistas, hasta que en las elecciones de 1982 este partido y Fuerza Nueva prácticamente desaparecerían. Con Alianza Popular, el franquismo más estricto pasaría a convertirse en el segundo partido de España y en la oposición de derechas al PSOE.
Alianza Popular, que en las elecciones de 1977 y 1979 sólo obtuvo 14 y 10 escaños, respectivamente, sacaría 107, recogiendo una parte significativa del electorado de la antigua UCD. AP se convertiría, más tarde, en el Partido Popular que ahora conocemos. Han pasado más de cuarenta años y creo que puedo afirmar que el actual PP es heredero, en buena medida, de los valores del franquismo y, éste, es el factor central que hace que nuestra derecha tenga algunos comportamientos autoritarios y extremadamente nacionalistas.
El PP del tiempo de gobierno del presidente José María Aznar (1996-2004) se puede dividir en dos etapas: la primera condicionada por Jordi Pujol, que moderó el nacionalismo, y una segunda (la bandera de Colón es un ejemplo) que, ya con mayoría absoluta, recupera no sólo el nacionalismo más español, sino que, además, intenta una relectura y una revisión de la etapa franquista, y de la transición y de los subsiguientes pactos. Con Rajoy, con el debate del nuevo estatuto catalán como trasfondo, no se detendrán las campañas de catalanofobia que el partido fomentó, así como determinados medios de comunicación (recordemos la campaña de firmas contra el nuevo Estatuto y el recurso de inconstitucionalidad). Para ganar a Rodríguez Zapatero, Rajoy se abraza a la catalanofobia y al nacionalismo españolista más recalcitrante. En este sentido, él es uno de los principales responsables del drama que estamos viviendo ahora y aquí en Catalunya.
Con Pablo Casado, el guion ha sido el mismo de Aznar y Rajoy. Con todo, en el reciente debate de la moción de censura presentada por Vox, felizmente el PP ha decidido -por sorpresa de algunos- cortar en seco el ‘seguidismo’ que había empezado a hacer de Vox después de las elecciones andaluzas, que los obligaba a obtener el apoyo de esta formación, como luego pasó a Madrid. Tal vez por la estrambótica y patética intervención de Abascal, que recordaba a Blas Piñar en sus mejores días, el PP ha decidido no caer en la trampa que representaba un posible apoyo a la moción. Y, obligado por el extremismo irracional y autoritario de Vox, ha rebajado su tono reciente catastrofista y extremadamente nacionalista
El nacionalismo español existe también en otros partidos. Ciudadanos ha sido uno de sus promotores más recientes; Vox, el más exacerbado con el Cid Campeador como icono. Dentro del PSOE existen determinados sectores que podríamos calificar también de nacionalistas, si bien, probablemente, más moderados.
¿Cuáles son los rasgos característicos de este nacionalismo español?
- La comprensión de una España uniforme, homogénea, formada por regiones dependientes del poder central
Un ejemplo de esta visión la encontramos en una parte muy emblemática del testamento del general Franco leído por Carlos Arias Navarro en el histórico comunicado de la muerte del dictador. Se dice: “Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sobre regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria”. No existe, en su visión, una España de nacionalidades (naciones) y regiones, no existe tampoco en serio -a pesar del Pacto del Majestic entre Aznar y Pujol-, en el PP, esta comprensión constitucional. Además, la realidad indiscutible de estas nacionalidades históricas es vista permanentemente como una amenaza al genuino nacionalismo español. En este sentido podríamos decir que, en parte, este nacionalismo español es una respuesta agresiva a la realidad plurinacional del Estado. En el PP y en otros partidos no hay manera de que se acepte el significado del artículo segundo de la Constitución, en el que la unidad de España es compatible con el reconocimiento de las nacionalidades y con el derecho al autogobierno de las mismas.
- El recuerdo de una historia hegemónica en torno al poder de Castilla
Castilla fue uno de los grandes poderes europeos de los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, especialmente a raíz de la colonización de América. El imperio español, y su patética caída, dejó una profunda huella en la psicología colectiva de su pueblo, desde su aristocracia cavilosa y pensionada hasta un pueblo pobre que no disfrutó de los inmensos recursos tomados de los países colonizados. Un Imperio que desperdició y extravió grandes riquezas, que se cerró a los grandes debates europeos de los que surgiría la modernidad, que vivió más del pasado sin saber construir el futuro. Esta añoranza forma parte del nacionalismo español.
- Una dimensión de ‘bien moral’ de la nación española
En 2006, la Conferencia Episcopal Española, con el Cardenal Rouco al frente, proclamó la «unidad de España como bien moral». Más allá de la sorpresa por parte de muchos católicos de este hecho más que discutible desde muchos puntos de vista, sí que expresa el sentimiento de una parte de la población española que cree que la unidad de la nación española tiene una dimensión moral y espiritual. Durante sus siglos de Oro, el imperio de Castilla fue el baluarte de la Cristiandad, la fuerza evangelizadora de las Américas, el muro contra la Reforma y apoyo indiscutible de la Iglesia Católica Romana. La fe cristiana fraguaba los valores del Imperio y de sus élites. De aquella fusión de las dos espadas nacería un sentido de misión de cara a la unificación de la península y de las tierras colonizadas. Para muchos, el nacionalismo español tenía una dimensión moral y casi religiosa, lo cual, durante el franquismo, se concretó con el nacional-catolicismo. Sus restos aún nutren el nacionalismo español.
- Una unidad nacional en torno a la lengua castellana
El castellano, o el español, como algunos prefieren identificarlo, es el núcleo expresivo e histórico respecto del nacionalismo español, un proyecto que supera sus fronteras y convierte la cultura y lengua en una de las más importantes del mundo. Es un factor identificador y cohesionador. Como el nacionalismo catalán, que sería incomprensible sin la lengua catalana, el nacionalismo castellano sería impensable sin la fuerza y la proyección de la lengua. Con 580 millones de castellano hablantes en todo el mundo, la tierra donde se forjó emerge como el corazón de una identidad que pretende mantenerse como punto de referencia esencial.
- El neonacioanlisme apátrida del PP
Y, más recientemente, probablemente desde la etapa de los gobiernos de Aznar, emerge un aspecto relativamente nuevo de este nacionalismo español, el cual nos permite hablar propiamente de un neonacionalimo, en concreto el neonacioanlismo apátrida del PP. Al hilo de la progresiva creación de una megalópolis en el entorno de la Comunidad de Madrid y su capital, aparece un neonacionalisme ultraliberal madrileño que progresivamente va cogiendo mucho poder.
Los subsiguientes gobiernos del PP en Madrid, con la excepción de la alcaldesa Manuela Carmena durante cuatro años, han ido vistiendo esta nueva faceta de un neonacionalismo español prepotente, descarado, mentiroso, egoísta y, repito, extremadamente neoliberal. Este neonacionalismo es -paradójicamente- apátrida, porque no es nada solidario con los otros territorios españoles a los que está chupando el talento y sus riquezas.
Este neonacionalismo apátrida del PP controla, por ahora, los diferentes Partidos Populares que sobreviven en España. Ya han puesto fin al PP en el País Vasco, en Catalunya, Cantabria, Navarra y, progresivamente, veremos un enfrentamiento de los ‘populares’ de otras regiones con el PP nacional, cautivo de Madrid, como ya ocurre con Galicia. Por ello, si Casado no es capaz de distanciarse de este neonacionalisme apátrida, nunca será un candidato con posibilidades de vencer el PSOE.


