v.oHe hablado de cómo fui recibida por la población local, la sensación de alteridad y de ser apartada que me produjo, retroalimentando la forma en la cual me veo a mí misma. He mencionado como el exterior me veía y, como esto me supuso una fuerte vivencia personal, llevándome unos cuántos meses a percibir realmente como era de complejo también para el otro bando. Cuando miro atrás y recuerdo mi lenguaje confuso y torpe que entonces usaba en entornos sociales y profesionales, me digo que es la encantadora inocencia de estar poco preparada cuando en realidad era solo una imperdonable ignorancia viniendo de alguien que dice estar interesada en política y otras culturas. No estaba versada en el ‘caso catalán’, ni anticipaba el estado de calentamiento de la Catalunya que encontré en aquellos años iniciales, 2016-2018, y sin duda no estaba sola. Aun así, a lo largo de los meses y a medida que la gente reaccionaba y corregía mis faltas, empecé a escuchar diferencias y códigos, invisibles para mí en un primer momento, pero que lentamente se hacían perceptibles. Amigos y enemigos, una nación y región consumida.

Así pues, situémonos en el ahora, principios del 2021, con una pandemia que ha ido en crescendo hasta ahogar el resto, incluyendo el clímax del Brexit. Estoy un poco desensibilizada con el Brexit. Tengo un pasaporte griego que me aísla de cualquier inconveniencia personal y ya derramé algunas lágrimas y mostré mi indignación en el 2016, y aquellos sentimientos que sentí disminuyeron de forma natural a medida que la realidad se asentaba. Incluso si de entrada parezco emocional e idealista, soy pragmática y, a pesar de que es doloroso, para mí estaba claro que el proceso de salida sería largo, pero sin duda concluiría con un Brexit completo, con huevos fritos de guarnición. Empecé a observar el curso de los acontecimientos con cierto miedo hasta finalmente enterrar mi afecto al tema bajo una conveniente careta de ‘frío análisis’ que ofrecía a través de mi canal de Youtube. Como cualquier mecanismo emocional que valga su precio, acabé creyendo que era inmune a las trampas emocionales del Brexit, el vínculo personal, y que solo estaba interesada desde un punto de vista estratégico de la actualidad.

Aun así, la potente mezcla de la noche de Navidad en pandemia, junto con el hecho de no haber vuelto a casa en un año y estar leyendo las palabras más mundanas en Twitter, los mensajes repetitivos y el eslogan de en Boris Johnson “Get Brexit Doy” se convirtieron en pretérito: tenemos Brexit, se ha acabado. Un ‘pacto’ había sido hecho, calvario terminado. Y así de simple, sabía que tenía que llegar, lo había aceptado, el Brexit me aburría, la misma proclama día sí día también. Había estado en un segundo plano, pero aun así cuando finalmente ha llegado, el impacto fue brutal. En aquel momento sentí como se me rompía el corazón de nuevo y lloré. La fachada de los últimos cuatro años hecha añicos y expuesta, el acontecimiento y todo lo que suponía siempre había sido demasiado para procesarlo.

En el curso del Brexit se han roto finalmente muchas suposiciones que tenía sobre mi país de origen.  Las cuerdas que mantenían una imposible rotura de la historia y la repetitiva idea de Boris de una ‘Gran Bretaña global’ son ahora un hecho. Enmarcado dentro de un triunfo de la soberanía y orgullo nacional sobre el internacionalismo globalizador, no muy diferente del ‘America First’ de Trump; Bannon et al. son amiguitos del ‘Voto Leave’ de Boris Johnson. Esto se da de bruces con el supuesto humanitarismo imperial sobre el cual se había construido la Commonwealth británica.

Tanto si tu “bando” puede contar el Brexit como una victoria o no, la división que ha tomado Reino Unido ha dejado un palpable regusto a porquería al que no imagino que mucha gente sea inmune. Yo voté quedarme en la UE, pero no apoyé  muchas iniciativas de los que querían quedarse después del referéndum. El motivo por el cual abandoné cualquier intento de hacer campaña por una repetición del referéndum fue, en gran medida, porque la mayor parte del ruido generado por esta narrativa esencialmente reducía el otro bando a la estupidez. No estoy diciendo que no hubiera campañas de desprestigio e injustas intromisiones de bots rusos durante aquel referéndum ni que la narrativa del Brexit siempre haya estado de una retórica del sueño imposible prometido.

Dicho esto, había mucho menos ruido y atención a como este impredecible choque sísmico había pasado ante las narices del primer ministro David Cameron, quién había votado en sentido contrario. Durante los siguientes años se convirtió en una lucha de noticias falsas y división entre ambas partes, más que en un intento de construir una cohesión social y un terreno común por un progreso político. Una dicotomía entre Remainers (los que se querían quedar), ahora apodados ‘Remoaners’ (Re-gruñones) y Leavers/*Brexiters (los que querían marchar).

Habiendo llegado aquí el enero del 2016 y ante el referéndum de junio del 2016, me refugié, sintiéndome agradecida de no tener que ver titulares llamativos demonizando “Europa” diariamente, u otras tonterías escenificadas durante aquellos días. A pesar de que en principio solo tendrían que hablar sobre las instituciones, sé que la gente ha recibido más abusos intolerantes y racistas que antes del referéndum. El difunto diputado Yo Cox fue asesinado por un hombre blanco gritando ‘Gran Bretaña primero’. Esto son simplemente los incontrolables y sucios tentáculos de cualquier movimiento nacionalista en la historia.

De todos modos, con el paso del tiempo, creció mi percepción del clima aquí. Vivía a Gracia y tenía bastante contacto con gente de la comunidad local, comercios y un entorno laboral que llevaba a cabo acciones y pronunciamientos que encontraba intolerables y ligeramente agresivos. Desde el inofensivo rechazo hacia otras ciudades de España, como Valencia, a las que quería hacer una visita de fin de semana, hasta la policía del lenguaje y hostiles declamaciones hacia otros grupos como argentinos, gente del sur de España, Madrid, Tarragona, Hospitalet…

Esta vivencia culminó con una conversación con un conocido mío, un profesor irlandés que trabajaba en una escuela del Besós. Le gustaba mucho su trabajo y sus alumnos, pero también mencionó algunas de las dificultades que muchos de ellos sufrían en su vida familiar y comunitaria fuera la escuela. Me explicó una ocasión en la cual se había sentido incómodo con sus compañeros en la sala de profesores de la escuela. Habían estado hablando de política y actualidad y, como suele pasar en entornos laborales, los que llevaban la voz cantante tenían puntos de vista similares. Hablaban de la urgencia para lograr la independencia y la república y como los padres de algunos alumnos, de otros lugares, eran demasiado estúpidos para entender qué estaba pasando. Volví a preguntar si efectivamente ‘estúpido’ había sido el adjetivo que habían usado. Sí, dijo que repetidamente decían que los padres eran estúpidos por no entender la independencia, y le molestaba.

No estoy diciendo que uno o el otro sean lo mismo, pero tienes que admitir que la pesadilla de un país de origen en el cual los Remainers dicen estúpidos a los nacionalistas de clase obrera que apoyan al Brexit para marchar de la UE se asemeja a la experiencia inversa a mi país de acogida con independentistas catalanes diciendo estúpidos a los padres del Besós por no querer marchar de España. Caí en la madriguera del conejo de Alícia donde la empatía falta allá donde vayas. Felices fiestas!

(v.o)

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