Es difícil resumir la figura de Josep Maria Loperena, fallecido el 8 de enero a los 82 años de edad. Era un personaje polifacético e interesado por todo y, el hecho de que hubiera tocado tantas teclas, motiva que se publiquen obituarios varios, de los diferentes ámbitos en los que intervino.
Mi recuerdo se sitúa en los años 90, como abogado del Comité de Empresa de TV3 desde su constitución, y después de unos inicios de relaciones laborales atípicos, en época del Alfons Quintà como director.
Dejó huella en el primer Convenio colectivo de TV3, con artículos redactados por él. Su carácter impetuoso, al tiempo que irónico, se hacía notar en las reuniones con los representantes de la dirección de la empresa. Algo que fue muy positivo para la consolidación de unos acuerdos laborales que han sido referente en el sector. Para unos, los trabajadores, un buen ejemplo, y para otros, los directivos de otros medios, un mal precedente. Posteriormente, fue asesor de algunos sindicatos integrantes del Comité, como la Candidatura de Trabajadores de TV3 y la CGT de la empresa.
Antes, y después de ejercer de director teatral en los años 60 y 70, se dedicó a la abogacía. En el ámbito laboral, al lado siempre de los derechos de trabajadores y trabajadoras. Y también en el de la defensa de todo tipo de causas: acusados del caso Scala, del intento de asalto al cuartel militar de Berga, actores de la compañía Els Joglars por la obra La torna (“Libertad de expresión!”), demanda de Lluís Llach contra Felipe González por haber incumplido el compromiso electoral de no integrar España en la OTAN, o varios independentistas catalanes detenidos los años 80 y 90.
Nos reencontramos en 2003 en torno a la plataforma “Cultura contra la guerra”, impulsada por actores, directores y gente del sector, en la que participé como miembro del Sindicat de Periodistes. Una plataforma que organizó el gran festival en Montjuïc de rechazo a la invasión de Irak por parte de la coalición impulsada por Bush, Blair y Aznar, al margen y en contra de las resoluciones de las Naciones Unidas.
Él estaba con sus compañeros de la farándula, y cuando ya se había puesto toda la carne en el asador de las protestas, masivas y sorprendentemente amplias, en 2004 presentó en la sede del Colegio de Abogados la demanda contra José María Aznar al Tribunal Penal Internacional, con el apoyo de 14.500 actores, actrices y artistas de toda España. Porque entre muchos otros, en Madrid estaba Jordi Dauder, desgraciadamente desaparecido en 2011, como animador de la plataforma contra la guerra.
Después apareció el Loperena escritor, con libros que desnudaban el mundo judicial (El circo de la justicia), político, social o la Monarquía. Y novelas como La casa del farolillo rojo, ganadora del premio Amat–Piniella
Y así hasta llegar a El Espía del violín, que motivó una querella contra Pilar Rahola, autora de una obra semejante, El espía del Ritz, a la que acusaba de plagio. A raíz de ello, protestó ante el director de TV3, Vicent Sanchis, por lo que consideró un silenciamiento informativo de su demanda.
Durante muchos años fue tertuliano habitual en el programa Els Matins de TV3 (2006-2013) y colaborador en otros medios de comunicación.
Muchos lo recordaremos por su firmeza de convicciones, y su carácter impulsivo, que complementaba con la bondad y una notable capacidad para el sarcasmo. Al verlo actuar, incluso en el ámbito laboral, era imposible no relacionarlo con su impronta teatral.

