Londres crema, Londres crema,

corramos! corramos!

fuego!, fuego!, fuego!, fuego!,

se nos ha acabado el agua.

En Badalona ha pasado: con agua habrían podido apagar las llamas antes de que se quemara toda la nave. ¿Dónde está la responsabilidad de lo que ocurrió? ¿De las leyes de extranjería que imposibilitan tener los papeles en regla? ¿De los ayuntamientos que no quieren empadronarse aunque sea una obligación legal hacerlo? ¿De la pobreza a nivel mundial que obliga a tantas personas a cambiar de país? ¿Del racismo que domina nuestras sociedades y nos hace rechazar los recién llegados pobres? ¿Del racismo institucional que impregna la ley de extranjería? ¿De los medios que desinforman con mentiras? Leí los días del incendio: Unos 200 okupas subsaharianos que malviven y delinquen en una nave industrial del Gorg tienen atemorizados desde hace 13 años a los vecinos.

Sin trabajo fijo, sin vivienda, sin papeles, sin padrón, sin tarjeta sanitaria: así viven o malviven unos cuantos miles de personas en Catalunya, en España, en Europa. Una situación que agravan los intereses comerciales de las empresas de servicios: hay barrios enteros sin luz eléctrica como represalia por pincharla o retrasarse en el pago. Y como comentamos en un escrito anterior muchos migrantes no llegan a puerto porque mueren en el mar con la connivencia de todos los gobiernos de la democrática Europa.

En la escuela hay niños y adolescentes que están viviendo estas situaciones que sólo aparecen en los medios de desinformación cuando hay una desgracia. He tenido en clase chicos que han llegado al país aferrados a las viguetas de bajo un camión; he estado maestro de una criatura que no sólo no podía pagar las salidas o colonias, sino que había que compensarle el poco dinero que dejaba de ganar recogiendo desechos para cuidar a su abuela… Y podría contar otras historias conocidas a lo largo de los años. Pero tengo la impresión de que hoy hay más situaciones de exclusión que antes.

Desde los centros escolares intentamos ayudar la educación, intentamos enseñar; ¿cómo hacerlo ante estas vivencias? ¿Cuántas familias sobreviven gracias a la economía sumergida, trabajando en negro? ¿Y cuántas lo pueden seguir haciendo con los confinamientos y cierres decretados para frenar el virus? Costa dar clase cuando conoces que durante la pandemia continúan cerrados cientos de camas de planta y de UCI inutilizados desde los graves recortes; cuando ves que la vacuna deseada, la vacuna que puede protegernos de la Covid actual (vendrán más mientras no transformamos el sistema de producción), será primero para los países ricos y unos años después para los países pobres donde vive y muere la mayoría de la población mundial.

Vivimos en un sistema socioeconómico que premia a los ricos y castiga a los pobres, que defiende los autóctonos y expulsa los recién llegados, donde el racismo se justifica. Donde el interés superior del menor no se respeta a ninguno de los desahucios que se llevan a cabo.

El presente que vivimos y el futuro que se prevé no es para tirar cohetes. Pero todo el trabajo que se ha hecho, todas las luchas que se han planteado no han sido inútiles. No es hora de tirar la toalla, de plegar, de sentirse quemado. Es hora de ayudar a que las generaciones jóvenes tengan futuro, que aunque se encuentren en condiciones peores que las de la generación adulta, puedan vivir; que no les terminen de quemar el presente ni el futuro. Porque las situaciones de pobreza extrema que soportan el 20% de personas de nuestro país, autóctonas o inmigrantes, irá en aumento. La pandemia sanitaria está tapando, de momento, la pandemia social, la crisis de proporciones bíblicas que ha comenzado, el enorme aumento de personas que sufren y sufrirán hambre en todos los países del mundo.

La escuela sola no puede cambiar el mundo, lo hemos dicho un montón de veces, puede ayudar y animar al alumnado para que lo haga. En las fiestas del solsticio de invierno nos hemos deseado suerte y felicidad, nos hemos deseado una vida mejor. ¿Cómo hacerlo realidad? ¿Cuál debe ser el papel de la escuela en la sociedad? ¿Ser transmisora del sistema social que la controla? ¿Dónde han quedado las ganas de transformar la realidad que nos rodea? Nos entretenemos con las innovaciones y las competencias y hemos dejado atrás el objetivo principal: dar herramientas para cambiar y mejorar el sistema que nos abruma: un sistema capitalista, clasista y racista que vulnera derechos económicos, sociales y culturales de las personas migradas, que no hace nada para llegar a la igualdad de hombres y mujeres, que explota a una parte significativa de la población con trabajos precarios y mal pagados.

Está ganando terreno el conformismo, la aceptación, la sumisión al poder económico y político que actúa sin oposición. En el ámbito escolar la pandemia y sus consecuencias está dejando en segundo término las segregaciones escolares, las diferencias entre públicas y concertadas; está normalizando las graves situaciones de exclusión social, la pérdida de los vínculos con sus escuelas de una parte de la población infantil.

La tarea de la enseñanza y por extensión de toda la educación debe ser contrarrestar la tendencia: ayudar toda la generación joven a ser consciente de lo que está en juego. Y animarla a trabajar para darle la vuelta. Promover el inconformismo y la desobediencia. Hacer frente a los poderes económicos y políticos. Aunque nos dé miedo la libertad porque implica más responsabilidad es el camino para llegar a la igualdad: la utopía que nos hace avanzar y no desfallecer. Porque nuestro alumnado no es del todo feliz: ven que alcanzar sus ilusiones y sus expectativas se está poniendo difícil. En la situación actual se les hace complicado mantener la esperanza.

La escuela, como decimos, les dará las herramientas para transformar el sistema imperante, un sistema que los limita económicamente y socialmente. La enseñanza y la educación deberían ser una puerta abierta al futuro que merecen y merecemos.

De esta manera daremos respuesta al reto que tenemos las generaciones adultas. Así pondremos nuestro pequeño o gran grano de arena a la transformación de la enseñanza, de la educación, de todo el sistema social. A veces puede llegar un momento en que parezca que no se puede seguir; pero seguimos. A veces es fácil quemarse, pero no nos asustemos y no miremos atrás. Vivamos el presente, preparemos el futuro.

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