“Y a ti, ¿tampoco te respondieron?”. Esta fue una de las preguntas más repetidas mientras las personas que habíamos sido seleccionadas para ser miembros de mesa esperábamos para entrar al recinto electoral. La mayoría de afortunados que ayer hacían cola en el Polideportivo Municipal de la Estación del Norte de Barcelona para constituir las mesas interpuso alegaciones para no tener que prestar este servicio. Algunos con más razón, otros con menos -y algunos sin ningún tipo de motivo más allá del egoísmo-, pero aquello común en casi todos los casos era que la administración no emitió respuesta.
La avalancha de alegaciones que llegó a las Juntas Electorales provocó que se tuviera que enviar una segunda oleada de cartas reclamando presencia en las mesas, para poder asegurar su constitución. Estas nuevas notificaciones llegaron, apenas, 10 días antes de los comicios. Y también, cómo no, hubo miles de alegaciones. Muchas de ellas no estuvieron a tiempo de ser resueltas. Este fue el tema de conversación principal en la cola, antes de las 8 de la mañana; como criaturas en el Mercado de Sant Antoni, los futuros miembros de mesa intercambiaban como si fueran cromos sus situaciones -o excusas- por las cuales creían que no merecían aquél castigo de Carnaval.
“A mí es que no me apetece”. Quién habla es Aïda, una joven de 22 años que no convive con ninguna persona de riesgo ni lo es ella misma. No le apetecía estar 12 horas en una mesa electoral, independientemente del virus. Contagiarse o no, no figuraba en la lista de sus preocupaciones: “el virus me da igual. Acabaremos todos contagiados. Yo he presentado alegación diciendo que mi madre es de riesgo y si cuela, cuela”, nos explicó, sin casi levantar la vista del móvil. Las alegaciones de personas como Aïda, que aprovecharon la ocasión, saturaron la administración -tampoco había que ser Nostradamus para imaginarse que esto podría pasar y se podría haber reforzado personal, por qué no decirlo.
Los miles de alegaciones que se interpusieron sin cimiento saturaron la administración, dejando sin respuesta casos que sí eran de riesgo
Otra de las personas que no recibió respuesta fue Cinta, que fue presidenta en la mesa donde yo acabé ejerciendo de vocal. Cinta tiene 37 años y vive con su abuelo, que hace poco cumplió 90 años y, desde que empezó la pandemia, no sale de casa. Es su nieta quien hace la compra, va a la farmacia y hace los encargos. A pesar de que está sano, el abuelo de Cinta friega el centenar de años -de hecho, fue el votante más viejo de nuestra mesa electoral- y, sólo por eso, ya es una persona de alto riesgo ante la Covid. “Yo me confinaré 10 días en casa de una amiga para no exponerlo. Pero, ¿quién estará por él durante este tiempo?”, se pregunta.
Cinta, cuando oye historias como las de Aïda, sabe que es por culpa de estas alegaciones sin cimiento que ella no recibió respuesta. “Sé que ni siquiera llegaron a ver mi caso, porque negar que la mía es una situación de riesgo, es no tener ningún tipo de sentido común”, se queja la joven. Yo recibí la carta tres semanas antes de los comicios. Tres semanas durante las cuales más de una persona al día me decía que me escaqueara. “Haz ver que estás enferma el día antes”. “Di que trabajas”. “Explica que tienes que ir a cuidar de tu abuela, que es dependiente”. La imaginación de la gente no tiene límites, pero no intenté escabullirme. Yo no soy persona de riesgo, ni convivo con nadie que lo sea. Puedo teletrabajar y alguien tenía que estar en la mesa.

Épicamente aburridas
La jornada electoral fue bastante más aburrida de lo que me había imaginado cuando asumí que me tocaría ser parte de una mesa. Fue aburrida por ser igual que todas las otras en las cuales he participado (Sí, soy repetidora): los mismos procedimientos, las mismas directrices… La única diferencia es que llevábamos guantes de vinilo y que nos dieron dos mascarillas quirúrgicas y una (¡una!) FPP2 para toda la jornada. Sin duda, la expectativa generada las semanas antes de las elecciones no estuvo a la altura. Las mesas se constituyeron sin que hubiera ningún drama y no hizo falta que ningún votante mañanero anciano nonagenario fuera reclutado a las 9 de la mañana como si tuviera que ir a la guerra.
Todo ello fue bastante aburrido, no mentiré. En nuestra mesa tuvimos 262 votos presenciales (42 nos llegaron por correo). Esto quiere decir 21 votos cada hora. Un votante cada tres minutos. Sobre un censo de 531 personas. Ni siquiera vino nadie cuando tocaba votar a las personas contagiadas y confinadas. Bien, miento: sí que vino un hombre, pero nos confesó que no tenía Covid, sino que venía entonces porque se había “empanado”.
El abstencionismo histórico de estas elecciones se relaciona mucho con la pandemia, pero puedo decir que los votantes más veteranos no faltaron a la cita
El abstencionismo histórico de estas elecciones se relaciona mucho con la pandemia, pero puedo decir que los votantes más veteranos no faltaron a la cita. Además de un par de personas que, a pesar de figurar en el censo, sabíamos muertas, todos los votantes de más de 80 años se personaron en el colegio (esto lo explico porque, en una de las largas esperas sin nada a hacer, me dediqué a la estadística electoral, censo en mano). Fueron los jóvenes quienes más fallaron y esto no se explica tanto por el miedo al coronavirus, sino por la desafección política.

Otro virus
De la jornada electoral extraigo algunas reflexiones y aprendizajes. El primero es que llevar un EPI durante más de una hora tendría que ser obligado para cualquier ciudadano. Ahora no diré nada que ningún trabajador sanitario no sepa, pero no, no se ve ni se puede respirar. Sudas como un cerdo a pesar de estar en un colegio electoral con las ventanas abiertas en uno de los días más fríos de lo que llevamos de año. Se empañan las gafas y la pantalla protectora. No te puedes mover y la cara queda llena de marcas. Vivir esta angustia, durante un ratito, tendría que ser obligatorio para empatizar con los y las trabajadoras sanitarias. Porque con un poco más de empatía no estaríamos como estamos, estoy segura.
Esto me lleva a la siguiente reflexión: criticar o echar pelotas fuera es extremadamente cómodo y fácil. Creo que nunca me han dado tanto las gracias como durante las 12 horas que estuve en la mesa. Todo el mundo sabe que para que se celebren unas elecciones hace falta gente que esté contando los votos. Pero que sea otro. Si quieres ir a comprar, hace falta que alguien esté en la caja. Pero otro. Alguien tiene que limpiar y desinfectar los espacios que usamos. Pero otro. Gran parte del país puso el grito al cielo por la celebración de las elecciones en plena pandemia, incluyendo quienes convocaron los comicios pero después decidieron aplazarlos.
Yo no sé si me he contagiado de coronavirus. Lo que sí sé es que mi Parlamento sí que está enfermo, porque ya hay fascistas y los hemos dejado pasar entre todos y todas
Evidentemente que celebrar unas elecciones en pandemia es arriesgado. Posiblemente innecesario y determinado por cuestiones partidistas que poco o nada tienen que ver con los contagios. Pero así es todo, siempre, en política, que parece que hayamos nacido ayer. Celebrar las elecciones fue un riesgo, sí, pero el riesgo de contagiarse está siempre. Y cada día. Obviamente no se paran los contagios porque se tenga que ir a votar, pero tampoco se paran enl metro o en la calle y bien que estamos. Yo, ayer, estuve en riesgo. Igual que las personas que trabajan en un hospital o cogen el transporte público cada día. Y, cuando hablamos de esto, hace falta no olvidar que, mientras el Govern se lamentaba por la decisión del TSJC de no aplazar los comicios, anunciaba relajaciones en las restricciones. No se puede en misa y repicando.
Y la última reflexión que me llevo de ayer es que nos preocupamos mucho de la Covid, pero nos olvidamos de otra pandemia que se nos acercaba. Nos agenciamos EPIs y litros de gel hidroalcohólico, desinfectamos mesas y urnas, pero no tomamos ninguna precaución para dejar fuera a la extrema derecha de nuestras instituciones. Yo no sé si me he contagiado de coronavirus o no durante las horas que estuve en el colegio electoral. Lo que sí sé es que mi Parlamento, ahora, hoy, sí que está enfermo, porque ya hay fascistas y los hemos dejado pasar entre todos y todas.

