Los acontecimientos que se han ido produciendo estos días en diferentes ciudades del Estado, y con especial intensidad en Cataluña – las manifestaciones pacíficas y no tan pacíficas, el exceso del uso de la fuerza por parte de las fuerzas policiales que se han cobrado otro ojo, el de una chica de diecinueve años de edad, las escenas de pillaje de algunas personas en diferentes establecimientos comerciales – llegan en el momento en que se cumple aproximadamente un año desde el inicio “oficial” de la pandemia.

Un año de sufrimiento y de agotamiento psicológico. Un año de impotencia ante un fenómeno absolutamente nuevo para todo el mundo; una impotencia que se ha visto incrementada por la frustración de ver que las instituciones no nos podían dar todas las respuestas, ni tampoco hacerlo a la velocidad que hubiéramos deseado. El 2020 tenía que ser un año de esperanza y de crecimiento económico. Ha sido todo el contrario. Pero la obligación moral de cuidarnos los unos a los otros ha sofocado la rabia acumulada.

Se puede decir que todos estos fenómenos son independientes del caso concreto de Pablo Hásel, a pesar de formar parte de las brasas que lo alimentan. Ahora bien: las cosas no pasan si no hay personas que lo fuerzan. Las personas son, obviamente, el único elemento realmente necesario para toda acción. ¿Y quiénes son estas personas que día tras día han decidido manifestarse, montar barricadas, y enfrentarse a la policía? Pues los jóvenes. Muchos de ellos recientes mayores de edad.

Algunos de estos jóvenes estarán especialmente motivados por los ideales revolucionarios de la extrema izquierda. Pero ni son la mayoría, ni este hecho es lo más relevante para explicar porque se exponen a ser sancionados con una multa que no podrán pagar, o, en el peor de los casos, por un ojo que no podrán recuperar. Un dato importante: El paro juvenil en España es el más elevado de todo Europa, superando el 40% de la población. Ser un joven catalán implica no poder mirar al futuro con optimismo. A la vez, – y esto es propio de las generaciones nuevas – los jóvenes de hoy ya han incorporado las victorias de ayer. Si alguien ha aceptado dócilmente durante estos últimos años la imposición de leyes que coartan la libertad de expresión que permiten enchironar por unas letras o por unos tuits a cualquier persona, no son ellos.

Los más concretos de los elementos que han contribuido a la tormenta tienen varios nombres y apellidos. Por ejemplo: Ley de Seguridad Ciudadana, “Ley Mordaza”. O Artículo 490.3 de la Ley Orgánica 10/1995 del Código penal, “Injurias en la Corona”. Delito de rebelión. Delito de sedición. Etc.

Porque todos estos fenómenos – crisis económica, pandemia, pérdida en fe en las instituciones, etc. – no habrían provocado el fuego si la chispa no hubiera sido posible. Sin la existencia de unas leyes que coartan la libertad de expresión y erosionan los derechos fundamentales, hoy, Pablo Hasél, no estaría en prisión. El gobierno de Pedro Sánchez tiene que liderar una reforma significativa del Código Penal. Sin duda hay una mayoría parlamentaria suficiente para hacerlo: la misma que lo llevó al poder.

¿Que más le faltaba, a esta tormenta, para ser perfecto? Pues un contexto político como el actual.

Las elecciones del 14 – F han abierto, de nuevo, las puertas a un escenario de ingobernabilidad en Cataluña. O lo que es peor, la posibilidad de la reedición de un govern que ha desistido en alto grado de sus funciones durante esta última legislatura. El Conseller de Interior en funciones, Miquel Sàmper,  actúa como ha actuado, sistemáticamente, el último govern: Diciendo una cosa, la contraria, y no haciendo ninguna de las dos.

Mientras anuncia investigaciones por las actuaciones “desproporcionadas” de los Mossos, niega a la vez que estos produjeran heridos en las cargas policiales en el barrio de Gracia de Barcelona del último viernes. Decenas de imágenes y videos lo contradicen. Una estrategia – la de Sàmper y Junts por Catalunya – que solo tienen una explicación: el miedo a perder apoyo electoral en unas hipotéticas nuevas elecciones electorales.

Mientras tanto, los Mossos d’Esquadra pierden la paciencia porque no tienen un Conseller que les apoye, y amenazan con ir a la huelga. También la pierden los manifestantes – y la gente que los apoya –, muchos de ellos independentistas, que se preguntan cómo puede ser que un govern que les quiere llevar a la República no puedan ni gestionar correctamente un cuerpo – el de los Mossos d’Esquadra – sobre el que tienen plena autonomía.Y todo esto mientras los partidos tienen que ponerse de acuerdo para conformar un nuevo gobierno. Ahora, el apoyo de la CUP a la reedición del pacto Junts – ERC será algo más difícil.

Al final, como de costumbre, quien sufre más es quien menos tiene a decir: la joven estudiante frustrada que tiene que correr de la policía solo para querer un futuro más digno, el tendero a quien le han roto el escaparate, la vecina que no saldrá de casa por miedo que le pase algo.

Pablo Hasél ha desencadenado la tormenta perfecta. Pero él no tiene la culpa; el problema viene de lejos.

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