Muchas de estas columnas las encabezo con referencias audiovisuales. Debo reconocer que es una manera de acercarme a un público general, mientras a la vez trato temas de actualidad política. Aún así, cualquier pieza de opinión propone un tema con un enfoque particular; ligado en muchas ocasiones a las circunstancias del autor. Y el contexto de todos, desde un tiempo a esta parte, es el de una pandemia que aún nos acompañará por un tiempo.
En junio de 2020, un ministro del inefable gobierno de Jeanine Áñez en Bolivia comparó, en una declaración pública, al coronavirus con el villano de Marvel Thanos. Según el ministro, Thanos “nos está ganando” y los ciudadanos debemos sacar lo mejor de nosotros mismos y tomar partido del lado de los Vengadores. La infantilización del discurso político y lo surrealista de la comparación no merece demasiados comentarios.
Sí es cierto que la situación socioeconómica parece no haberse recuperado del chasquido del antagonista de Marvel. La eclosión de la pandemia y las restricciones de movimiento y a la apertura de negocios han tenido consecuencias inmediatas de dimensiones que aún están por calcular. No es extraño que amplias capas sociales muestren su descontento en las calles, desprovistos de un futuro a largo plazo y de una vida normal a corto. De mi generación, de los millenials, se decía que nos habíamos acostumbrado a la precariedad y a la incerteza y que preferimos un buen viaje en verano que ahorrar para acometer la imposible tarea de comprar una vivienda. Ahora no hay viajes ni certezas.
Para sobrellevar el impacto emocional de este tiempo de desasosiego, un pequeño grupo de amigos comemos juntos semanal o quincenalmente -en función de las restricciones-. No es una decisión cualquiera, ya que al escoger a este grupo formamos parte de nuestra burbuja ampliada. Colectivamente llegamos a la conclusión de que nos era necesario un espacio de encuentro donde olvidarnos del teletrabajo, las obligaciones y el techo del hogar que en ocasiones se nos echa encima. Con la cautela y las medidas necesarias, nos juntamos periódicamente en un restaurante gallego del Raval barcelonés, que agradece nuestra presencia incondicional tratándonos como si fuéramos clientes VIP.
El otro día me dirigía a una de estas comidas, atravesando la calle Portaferrissa de Barcelona. Cualquiera que haya callejeado alguna vez por las calles colindantes a la Rambla sabrá de la gran cantidad de personas que acostumbran a pasear por esta zona de la ciudad. Lo cierto es que se sigue observando a muchas personas paseando, pero hay que fijarse un poco más para entender el alcance del desastre. Encuentro a mi paso una multitud de locales en alquiler o traspaso, donde antes había tiendas de todo tipo -especialmente de calzado y textil-, mientras las multinacionales aún resisten a duras penas, con mucho menos personal en sus establecimientos. ¿Qué pasará cuando se acaben los ERTEs? Ese pensamiento me atraviesa y me inquieta.
Mientras aligero el paso -acostumbro a llegar ligeramente tarde- me doy cuenta de que estoy escuchando una canción de Los Chikos del Maíz. Un grupo de rap de marcado carácter de izquierdas, no os digo más; con la que está cayendo. Me fijo en un cartel de una tienda abierta que anuncia un apocalíptico “Liquidación Total”. Unos pasos más allá, el mismo rótulo de cada semana “Segundas rebajas”. Sospecho que esas palabras están pegadas en el escaparate de ese establecimiento desde marzo de 2020.
No sé si fue Thanos o un virus extraño, pero, inconscientemente o no, nos hemos resignado a esta situación de incierta pausa vital. Individualmente, solo podemos refugiarnos en nuestra gente y en nuestras convicciones. Este segundo punto es central: la prioridad de esta etapa política debe estar presidida por la exigencia a los poderes públicos. No queremos ver eternos carteles de “segundas rebajas” en nuestras calles, debemos poner el foco en las personas y en la crisis económica que se avecina.
La verdadera vacuna contra el populismo de derecha implica que los gobiernos propongan medidas de rescate social de amplio espectro. La política de parches practicada hasta ahora deberá finalizar llegado el momento y cabe esperar altura política y valentía. Personalmente, siempre he considerado que es un buen momento para estudiar la posibilidad de implantar una renta básica universal. Aunque tal vez, lo desconozco, existan otras propuestas capaces de reconfigurar el mercado de trabajo y de garantizar una existencia digna a toda la ciudadanía. En cualquier caso, la vida debe volver al centro.
Por el momento, los chupitos de licor café de la sobremesa dan calor a la incerteza. Se desvanecen los pensamientos negativos por un tiempo, aunque secretamente piense: ¿y si el próximo en quedarse en la calle soy yo? No sería ni una novedad ni tampoco algo extraño; como tampoco lo es que esa zapatería ofrezca descuentos desde hace un año. Hasta que tenga que cerrar, claro.

