Ya hace un año de aquel 13 de marzo que nos cambió la vida. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba el inicio del Estado de Alarma que, en principio, tenía que durar 15 días pero se acabó alargando hasta el 21 de junio. Tres meses durante los cuales la población española estuvo confinada en su casa, mientras la Covid nos dejaba cifras terribles. La pandemia no ha acabado todavía y, a pesar de que ya hemos dejado atrás el confinamiento, esta restricción se ha visto sustituida por otras medidas como el cierre perimetral o el toque de queda, que alejan la deseada ‘nueva normalidad’.

Esta vuelta al sol se centró en proteger la salud de los ciudadanos, enfocándose en la prevención al contagio del coronavirus. Durante los primeros meses hubo una avalancha de pacientes en los hospitales y centros de atención primaria que obligaron a reconvertir los centros sanitarios, transformando unidades, plantas y quirófanos en salas de UCI. Incluso se llegaron a construir hospitales nuevos y se adaptaron hoteles que, como el Plaza, habían quedado vacíos. La vida de todo el mundo estaba centrada en la Covid y parecía que su ausencia era sinónimo de bienestar. Pero otras enfermedades y patologías no entienden de pandemias y continúan afectando a los ciudadanos que, en una situación excepcional como aquella, no tenían a disposición los recursos sanitarios habituales.

Todas las energías se centraban en la Covid y parecía que su ausencia era sinónimo de bienestar; pero otras enfermedades y patologías no entienden de pandemias y continúan afectando la ciudadanía

“Buena parte de los profesionales sanitarios tuvieron que dedicarse a la Covid. Hubo una parada asistencial motivada por la carencia de recursos humanos y de espacio”, recuerda el Dr. Ernest Bragulat, jefe del servicio de urgencias del Hospital Clínic de Barcelona. A la carencia de especialistas disponibles se sumó la prohibición de salir de casa y la imagen casi apocalíptica de los hospitales, llenos y caóticos. Las urgencias de los hospitales se convirtieron en salas para atender y detectar positivos de Covid, hecho que provocó una bajada en las atenciones de urgencias no relacionadas con la pandemia. “La gente tenía miedo de contagiarse si venía a los hospitales y, además, había dificultades para mantener los circuitos habituales de diagnosis”, explica el Dr. Bragulat.

El miedo a ir a los hospitales hizo que mucha gente tardara más de la cuenta a ir al médico o que decidiera pasar su enfermedad en el espacio seguro de su casa. Esto explica el hecho de que aumentaran las defunciones en las casas particulares. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre los meses de marzo y mayo, murieron 100.000 personas por enfermedades no relacionadas con la Covid. Esta cifra es casi igual a la otros años, pero con la diferencia que las muertes en hospitales se redujeron en un 15%, mientras que las muertes en domicilio crecieron en un 24% y a las residencias en un 38%.

Menos detecciones no quiere decir más salud

Según el médico, “todo el día era lo mismo. Solo veíamos pacientes de Covid en urgencias”, relata. Así, en el Hospital Clínico, por ejemplo, las urgencias en traumatología llegaron a descender entre un 30 y un 35% en los meses de confinamiento. Esto, según Bragulat, tiene sentido, puesto que si la gente no se puede mover de casa no se cae al suelo, no tiene accidentes y no se lesiona. Ahora bien, “¿qué pasa con las apendicitis o los ictus?”, se pregunta el médico, quien añade que “vimos personas que venían a urgencias después de aguantar días con malestares que, después, resultaron ser infartos o ictus. Estas personas llegaron tarde y, en consecuencia, la opción de ofrecer tratamientos efectivos se reducía”, explica.

Los tratamientos que se pararon o alteraron no fueron solo los de las enfermedades nuevas que no se estaban detectando, sino que pacientes crónicos también tuvieron que esperar. Durante todo un mes no se pudieron hacer trasplantes porque no había salas de quirófano disponibles y, también, porque las donaciones se pararon en gran medida. En el conjunto de Catalunya, los trasplantes cayeron en un 80% durante marzo y abril. Ahora bien, según asegura el Dr Bragulat, las listas de espera para tratamientos e intervenciones “no han aumentado como cabría esperar”. Esto es debido al hecho que la gente, a pesar de que lo peor de la pandemia parece que ya ha pasado, continúa siendo reticente a ir al médico. Además de esto, desde el Hospital Clínic también hacen hincapié en la sobrecarga de trabajo que hay en los CAPs, que son la primera puerta de entrada de los ciudadanos al sistema sanitario.

Los CAPs son los servicios médicos más próximos a la ciudadanía y perderlos en la gestión del caos de la pandemia fue determinante a la hora de detectar enfermedades que actuaban en silencio

“Se han pasado la pandemia saturados. Al principio con los rastreadores, tenían que hacer el seguimiento de las personas confinadas y realizar las pruebas PCR. Durante una época estuvieron a cargo de la atención en residencias y ahora están con la vacunación. No se puede estar a todo. Hubo una época que teníamos 3.000 positivos diarios en Catalunya, que eran detectados por la Atención Primaria; no podíamos esperar que se dedicaran a nada más”, asegura el jefe del servicio de urgencias. Los CAPs son los servicios médicos más próximos a la ciudadanía y perderlos en la gestión del caos de la pandemia fue determinante a la hora de detectar enfermedades que actuaban en silencio.

Entrada del CAP Besós (28/09/2020) | Pol Rius

Sin Covid pero con peor calidad de vida

“Entramos en un modo de supervivencia”, recuerda el Dr. Bragulat. Las restricciones para contener el virus también han afectado a la gestión de los centros de salud. Y es que tener que mantener las distancias, cambiar los trajes EPI de los sanitarios o desinfectar las salas, hace que no pueda haber tantos pacientes en el centro como debería y esto lleva a poder hacer menos visitas. Algunas de estas se han sustituido por atenciones telefónicas o telemáticas, con las consecuentes carencias. “Si no te puedo poner la mano en la barriga, ¿cómo voy a saber que tienes, por ejemplo, un tumor?”, se pregunta el médico, quien asegura que “todavía no hemos visto las consecuencias de todo esto”.

En Inglaterra, las visitas a urgencias pediátricas han disminuido de media en un 50%; esto ha llevado a que el 32% de servicios observara atrasos en la diagnosis

El jefe de urgencias del Hospital Clínic asegura que “llegará una oleada de enfermedades no relacionadas con la Covid que menguarán la calidad de vida de la gente porque la diagnosis se hará tarde y el tratamiento no será tan efectivo”. Este pronóstico se corrobora con los datos extraídos de un estudio elaborado por la British Paediatric Surveillance Unit (BPSU). En Inglaterra, las visitas a urgencias pediátricas han disminuido de media en un 50%; esto ha llevado a que el 32% de servicios observara atrasos en la diagnosis, sobre todo en casos de diabetes, sepsis y patologías malignas. El estudio detectó nueve defunciones de niños, debido a una detección tardía. Estas nueve muertes fueron superiores a las que se registraron por Covid en pediatría durante el mismo periodo.

Otras patologías que se están detectando tarde son aquellas relacionadas con la salud mental. Según el Dr. Bragulat, del Hospital Clínic, se están registrando muchas más atenciones, sobre todo en la franja infanto-juvenil, por depresiones, agresividad, angustia o crisis. El confinamiento y todas las restricciones decretadas para prevenir del contagio de coronavirus están causando situaciones de crisis a muchas personas desde hace ya un año. Según el psicólogo y profesor de la UOC Enric Soler, “estamos normalizando el malestar psicológico porque el ser humano es muy resiliente. Hasta que explota: estamos viendo que todas las expectativas que teníamos se nos caen a trozos”, dice, también en referencia a la crisis socioeconómica derivada de la pandemia. “Las diagnosis psiquiátricas se pueden duplicar en un futuro próximo”, pronostica.

La salud mental también es salud

Enric Soler apunta que hay una tendencia a sobreponer la salud física a la mental. “Cuando alguien enferma, la persona y el contexto se movilizan para curar su cuerpo. Todo el mundo se preocupa de seguir vivo, muchas veces de la mano de tratamientos traumáticos y que dejan secuelas. No es hasta que nuestra vida no corre peligro que empieza la bajada emocional”, explica. El psicólogo considera que debe haber una intervención para cuidar de la salud mental desde el primer momento, para conseguir mejores resultados. “Cuando pedimos ayuda, normalmente solo podemos asistir a un centro donde lo máximo que nos ofrecen es una sesión de un cuarto temprano que acaba con una receta médica. No se trata de esto: la psicología siempre ha sido marginada y lo vemos ahora más que nunca, que deberíamos haber incorporado prevenciones de salud mental para superar las secuelas físicas y emocionales de la pandemia”, apunta.

Hay tendencia a sobreponer la salud biológica a la mental. Nos empecinamos en curar el cuerpo pero no es hasta que la vida deja de correr peligro que nos preocupamos del estado emocional

Esta prevención, según Soler, también se tendría que haber aplicado a los trabajadores sanitarios desde el principio, sabedores de las consecuencias que tendría atender la Covid. Y es que según un estudio publicado en la revista Psiquiatría y Salud Mental, el 45,7% de trabajadores sanitarios consultados sufría un trastorno mental derivado de la pandemia, el 14,5% de los cuales resultó discapacitante. A pesar de la atención que servicios como el de Prevención de Riesgos Laborales del Hospital Clínic ofrecieron sus trabajadores, “ha habido un número significativo de profesionales que han tenido que ser derivados a los servicios de psiquiatría para recibir atención y tratamientos especializados”, aseguran Laura Pujol, especialista en psicosociología y el Dr. Ricard Navinés, psiquiatra del Hospital Clínic.

UCI del Hospital Clínico y, concretamente, la primera que comenzó a recibir pacientes de Covidien-19, al ser la referente en el tratamiento de enfermedades altamente infecciosas | Pol Rius

Según estos dos especialistas, muchos de los trabajadores sanitarios presentan “trastornos de ansiedad con sensación de inquietud, dificultades para concentrarse, no poder descansar o desconectar. Muchos pacientes acaban presentando trastornos depresivos”, aseguran. Esta sensación de angustia generalizada y constante también está presente en el grueso de la ciudadanía que, en gran medida, siente que lucha contra un enemigo invisible. El miedo a ir al hospital, a coger el metro, a ir por la calle se suman al miedo a quedarse en casa, solo y aislado de los seres queridos. “La pandemia nos ha robado una parcela de libertad y nos ha obligado a encerrarnos en nosotros mismos. Esto nos ha hecho ver de manera más evidente la crisis social y que muchos proyectos vitales no tienen sentido”, apunta Enric Soler.

Si bien los niños son el colectivo que podría presentar más secuelas físicas no derivadas de la Covid, en la otra cara de la moneda están las personas mayores, que son quienes están sufriendo más las consecuencias psicológicas. “Son las que han pagado un precio más elevado: nacieron durante la guerra y mueren en pandemia. Es una biografía muy triste”, considera el psicólogo. Se han tenido que encerrar en casa para sobrevivir a un virus, pero el precio a pagar es alejarse de las personas que quieren. Las nuevas tecnologías, que han sido un gran aliado para mantener los vínculos emocionales, están fuera del alcance de muchas personas mayoresz.

Ahora bien, según Enric Soler, la tercera edad es uno de los colectivos más resilientes, con una “inteligencia cristalizada construida a base de afrontar todas las pérdidas que han vivido. Han perdido los dientes, la juventud, algunos amigos,…la vida es un entrenamiento constante para la pérdida más existencial, que es la propia muerte”, explica. Y es que, según el psicólogo, nos falta educación sobre la muerte. “Siempre hemos vivido pensando que somos inmortales, pero nos morimos a cada segundo”. La pandemia nos ha hecho conscientes de la muerte y del hecho que la seguridad total no existe. “Vivimos en una sociedad demasiada individualista y el virus nos ha hecho conscientes de que no estamos solos y de que lo que hacemos influye en los demás”, apunta. Así, hace falta resiliencia, resistencia y paciencia para superar esta pandemia que va para largo y que nos enseña que el peligro no se acaba solo esquivando la Covid

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