Mi interés por la política viene de lejos. De pequeño jugaba a votar con las papeletas que llegaban a casa. También guardaba la propaganda electoral de los partidos políticos -y todavía guardo trípticos de las elecciones autonómicas gallegas de 1997 y 2001, con las caras de Beiras y Fraga-. Cuando era un niño todo ello era un poco extraño, pero visto con perspectiva aquella curiosidad inocente ha crecido a lo largo de los años.
Un día planteé una cuestión compleja a mi madre. Le pregunté si podía llegar a ser Rey de España -y, en caso afirmativo, como se tendría que hacer para alcanzar tal posición-. Yo no quería ser artista como Concha Velasco, pero mi ambición iba más allá. Mi madre podría haberme dicho que me hubiera tenido que elegir Franco como sucesor, pero simplemente me dijo que, si la gente me votaba, podría ser Presidente del Gobierno. Pero no; no se podía ser monarca: era algo reservado a los miembros de una sola familia. No recuerdo si lo entendí mucho, pero confié, resignado, en la palabra de mi madre. No fueron más allá mis pretensiones a la Corona. Afortunadamente.
Sospecho, eso sí, que aquel pequeño Silvio no quería hacer de comisionista, matar elefantes o tener cuentas bancarias opacas en Suiza. Simplemente se sentía atraído por la figura de aquellas personas que, formalmente, encabezaban el marco institucional del Estado con el apoyo de la buena prensa del régimen. Las campechanadas, presuntamente, fueron en detrimento del bolsillo del contribuyente.
El relato mágico de la Transición dibujaba a un Juan Carlos decidido a construir una democracia europea capaz de huir del viejo franquismo. A pesar de la distancia entre esta fantasía y la más cruda realidad, el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 sirvió para que el Borbón consolidara su rol del lado de la democracia a ojos de una gran mayoría de ciudadanos. Cualquier sistema monárquico -como el británico, el danés o el belga- se basa en un criterio de sucesión automática y hereditaria entre los miembros de una misma familia. En el caso español, se trata de los Borbones. Y el mito fundacional de Juan Carlos tenía fecha de caducidad, puesto que algún día reinaría su hijo Felipe.
Los monárquicos y el cuarto poder se pusieron manos a la obra, en los 80 y 90, para generar un nuevo mensaje sobre la monarquía. El heredero a la Corona sería el mejor preparado de la historia de España. El Preparao. Con formación superior, estudios en el extranjero e incluso carrera militar. Ciertamente, no hay ninguno de sus antecesores que pueda exhibir un currículum similar. Y es que los borbones del siglo XX se especializaron en ser torpes y en escoger siempre el interés personal ante el interés ciudadano. El ejemplo más contundente es el de Alfonso XIII, que después de tener que exiliarse fuera de España el año 1931, no volvió al Escorial hasta 1980. Casi 40 años después de morir. No es inverosímil pensar que las pesadillas de Juan Carlos, en su habitación de hotel en los Emiratos, tengan esta inspiración alfonsina.

Felipe VI tenía que ser un monarca del siglo XXI, sensible a las reivindicaciones populares, a las diferentes realidades culturales y capaz de servir al conjunto de los ciudadanos. El discurso televisado del 3 de octubre de 2017 confirmó que renunciaba a su supuesta neutralidad política, ofreciéndose como un obstáculo adicional para la búsqueda de soluciones en la cuestión catalana. Durante el otoño de 2017 el monarca fue más allá, llamando personalmente a los representantes de Volkswagen para instarlos a que abandonaran Cataluña. Todo un estadista; seguro que esto no se lo enseñaron en Georgetown.
Más recientemente, leíamos a La Última Hora una noticia ciertamente preocupante. En primer lugar, porque no he sabido encontrarla en ninguno otro medio. Dice el titular: “Felipe VI exigió a la cúpula de TVE el despido de dos trabajadores por el rótulo sobre la princesa Leonor”. Hay que recordar que el rótulo al que hace referencia acompaña una información sobre el futuro académico de la princesa: “Leonor se va de España, como su abuelo”. Y es que cursará el Bachillerato en Gales, en un internado de lujo. La preparada 2.0.
¿Decía alguna mentira el rótulo? El jefe de Estado no tiene entre sus funciones la de presionar a los medios de comunicación con el objetivo de proteger sus intereses. El sometimiento de la monarquía a la Constitución ha de implicar un respeto reforzado a la libertad de información y a la neutralidad institucional de la Corona. Pero claro, yo te entiendo, Felipe; tantos escándalos ponen en cuestión tu posición. Hay que perseguir periodistas, aplastar minorías y apoyar al establishment. Por si acaso.
Mi interés por la monarquía, como veis, sigue intacto. Ahora, eso sí, ya no quiero ser rey. Todo lo contrario, me gustaría vivir en un país capaz de elegir democráticamente a su jefe de Estado. Sería divertido ver a Felipe haciendo campaña.


