En la historia del socialismo y de la socialdemocracia europea, el Congreso de Bad-Godesberg del SPD alemán de 1959 ha sido decisivo. Representó el inicio de cambios de gran profundidad que afectarían progresivamente al conjunto del movimiento socialista europeo y fue la base del gran pacto con la Democracia Cristiana europea para la construcción del estado del bienestar en nuestro continente.
Si según la definición del estado del bienestar habían sido centrales las propuestas económicas de Keynes y el famoso Informe Beberidge de reforma de las políticas públicas para combatir la desigualdad y pobreza en el Reino Unido (que intentaría implantar el gobierno del laborista de Clement Attlee), el congreso del SPD (Partido de la Socialdemocracia de Alemania) representaría el inicio de un cambio paradigmático del socialismo europeo y su identificación con el proyecto de estado del bienestar.
Bad Godesberg representa la victoria póstuma de Eduard Bernstein (1850-1932), político y teórico del SPD, autor del libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), que fue uno de los primeros teóricos que criticar parte de los postulados de Marx y Engels que sostenían la base esencial del proyecto socialista.
En su revisionismo, Bernstein cuestiona diferentes aspectos centrales de las teorías marxianas y, en especial, el marxismo-leninista que se convertiría, después de la Revolución de Octubre en Rusia, en la esencia estratégica de los partidos comunistas. Para él, el socialismo democrático que defendía pasaba para identificar el movimiento socialista como el partido del proletariado y en ningún caso como el partido de la «dictadura del proletariado», en referencia a Lenin; el camino del socialismo pasaba por el gradualismo, la profundización democrática con elecciones libres y plurales y el sindicalismo. Asimismo, cuestionaba aspectos de la lucha de clases y partes del mismo materialismo dialéctico como comprensión filosófico-histórica de la realidad.
Estas bases epistemológicas del revisionismo de Bernstein triunfan en Bad Gobesgerd. El SPD aprobó cambiar las bases marxistas por las de un socialismo ético, humanista, democrático, pragmático y reformista. Abandonaba formalmente la idea marxista de la supresión del capitalismo y la nacionalización de las empresas en favor de la regulación del mercado al servicio del bien común. Siguiendo los postulados económicos de Keynes (intervención del Estado en la economía, pleno empleo, endeudamiento del Estado, política fiscal redistributiva), el proyecto socialista se convertiría, a partir de Bad Gobesberg, en el estado del bienestar.
Esta renovación del socialismo se iría extendiendo a otros partidos socialistas europeos de manera lenta, conflictiva y progresiva durante las décadas de los años 70 y 80. En cuanto a España, recordamos el famoso Congreso extraordinario del PSOE de 1979 que significó el retorno de Felipe González a la secretaría general después de haber impuesto la renuncia del marxismo como ideología oficial del partido. Este cambio supuso un cambio estratégico del partido que le abrió las puertas a la histórica victoria de 1982.
Con Bad Godesberg, el socialismo europeo forjaría un gran pacto con la democracia cristiana -asentada en el liberalismo social y el humanismo cristiano- que permitieron desplegar tres grandes décadas de progreso y justicia social, con la Unión Europea como catalizador y vector principal.
Desde Bad Godesberg, el socialismo europeo ha pasado por diferentes etapas y avatares, especialmente durante los últimos treinta años: «la tercera vía» de Tony Blair, abriendo quizás excesivamente el Partido Laborista hacia posiciones liberales, abandonando sus bases populares en las zonas industriales de Gran Bretaña; las tensiones permanentes de las diferentes almas del Partido Socialista francés que la ha llevado a una disgregación importante, como ya había ocurrido en otros momentos históricos de su turbulenta vida; la misma socialdemocracia alemana cuando, en la etapa Gerhard Schröder, siguió en parte los postulados de la «tercera vía» con la Neue Mitte, y, ya mucho más conocido, la agitada vida también del PSOE y del PSC después de 1996 con el último gobierno de Felipe González.
Creo que podemos afirmar que el socialismo democrático heredero de Bad Godesberg vive un período de inestabilidad, desconcierto e, incluso, desorientación, por contradicciones y tensiones de carácter ideológico, político, social y cultural. ¿Cuáles han sido esas principales tensiones?
En primer lugar, la difícil respuesta socialista a las diferentes oleadas liberalizadoras y privatizadoras derivadas de las políticas ultraliberales de Tatcher y Reagan de los años 80 y el inicio del gran proceso de globalización -con la revolución tecnológica a la cabeza- de la década de los 90. Una parte del socialismo europeo abrazó, a veces de manera entusiasta, este proceso de liberalización y -¡atención! – de desregulación de los mercados, sin darse cuenta de que se producía al mismo tiempo -como muy bien recordó Lionel Jospin- una transmisión de los valores del capitalismo dentro de la misma sociedad.
En segundo lugar, un progresivo descrédito ético como consecuencia de numerosos casos de corrupción que afectarían a la mayoría de los partidos socialistas. La corrupción, verdadero cáncer de la democracia, afecta a la gran mayoría de partidos políticos, pero los votantes de izquierda son mucho más exigentes con los partidos que se fundamentan en valores éticos y humanistas. El descrédito ha comportado una cierta deslegitimación del mismo proyecto socialista.
En tercer lugar, la globalización. Sectores amplios del socialismo europeo han abrazado también con un excesivo entusiasmo la globalización, sin guardar una indispensable distancia para saber gestionar las repercusiones negativas que se producían en el continente y fuera. Si bien el proceso de globalización es un camino prácticamente imparable, el socialismo europeo no encontró instrumentos para orientarlo y tratar de gobernarlo. El problema migratorio europeo y el deterioro progresivo del estado del bienestar son una consecuencia directa de esta incapacidad.
Cuarto, la dificultad para identificarse y trabar sus sectores sociales de referencia. Si en los inicios del siglo XX se podía identificar claramente el socialismo como el partido de referencia del proletariado, ahora, en los inicios del siglo XXI, la cuestión es mucho más compleja. Con la emergencia de las clases medias en los años 70 y su consolidación posterior, con la transformación de las estructuras productivas, la revolución postindustrial y la emergencia del sector servicios, podríamos afirmar que ya no existe más el «proletariado» como un cuerpo identificable a representar. ¿A quién representa y defiende el socialismo del siglo XXI?
Y, en quinto lugar, la adhesión de muchos socialistas en el main stream del individualismo utilitarista e, incluso, relativista, de la globalización cultural hegemónica. La tradición y la ética socialista conlleva una mirada más comunitaria de las relaciones sociales, donde la sociedad no es una suma de individuos que se soportan como pueden en permanente competición. Para el socialismo, el ‘otro’ forma parte de nuestro ‘yo’. El socialismo representa compartir una concepción de la vida social más comunitaria y arraigada, buscando caminos conjuntos de convivencia. El individualismo utilitarista, así como determinadas éticas utilitaristas que también están muy de moda, se encuentran en las antípodas de los valores socialistas.
Estos cinco aspectos, más la problemática de la gestión incoherente de los flujos migratorios, son los aspectos principales que cuestionan, aquí y ahora, el proyecto socialista en Europa. En el siguiente artículo trataré sobre aspectos de futuro.


