La semana pasada Pilar Rahola se tiraba de los pelos en la tertulia de RAC 1 al comentar las variadas decisiones políticas de los países europeos sobre las vacunas de AstraZeneca y Johnson&Johnson. Añadía las ruedas de prensa de los consejeros autonómicos y del ministerio de sanidad y pedía que se frenaran en la avalancha de información que vierten sobre la ciudadanía a través de los medios de comunicación. Remataba la intervención diciendo que todo esto le generaba inseguridad y miedo, mucho miedo.

El caso de Rahola es grave, por la responsabilidad que tienen las personas que acceden a un micrófono de un medio de comunicación. Seguro que hay muchos ciudadanos que tienen emociones similares, pero la solución no es ir tirando gasolina al fuego gritando que tienes miedo. La avalancha de información es muy potente y lo que se necesita es sangre fría para digerirlo.

De hecho, estamos viendo de forma acelerada un proceso contradictorio de resolución de una problemática que afecta a toda la humanidad. La experiencia es única y revela fortalezas como la de la comunidad científica en hacer frente al problema y debilidades como las de muchos ciudadanos que se saltan las recomendaciones para no esparcir el virus o que directamente niegan la existencia de la enfermedad.

Es una prueba a escala gigante que los problemas que nos plantea la realidad cada día no tienen una solución única, que siempre hay enfoques diversos y que las decisiones sobre la aplicación de las soluciones también pueden ser plurales. Esto no quiere decir que unas sean acertadas y las otras equivocadas. Quizás unas se pasarán de escrupulosas y otros de ligeras, esto lo acabaremos viendo el final.

Es lo mismo que ocurre cuando uno tiene un problema médico y escucha la opinión de dos médicos. O cuando uno va al juzgado y su problema tiene una sentencia u otra dependiendo del juez. O cuando un alumno va a clase y atiende un profesor que puede dar una versión diferente de la que se da en el aula de al lado. O cuando se consume información y se comprueba como una tele la da de una manera y la otra lo hace diferente. La vida es así y no vale llorar para volver a la infancia, cuando las cosas eran de una sola forma, aquel tiempo en que el poder estaba siempre en las mismas manos. La vida adulta requiere una actitud adulta, no rabietas como las de Rahola.

Ante el alud informativo en momentos determinados se pueden tomar actitudes diferentes según el tipo de consumidor de información que seamos. Los consumidores avanzados pueden continuar con su dieta informativa habitual afinando aún más su espíritu crítico para quedarse con lo más importante y relativizar las informaciones que puedan estar sesgadas por el propio medio o por los protagonistas de la información. Los consumidores menos avanzados pueden optar por rebajar la ingesta de información diaria y quedarse con un nivel que no les genere tanto estrés. Se trataría, por ejemplo, de evitar seguir las ruedas de prensa que dan cada día las televisiones y radios con Miquel Argimon o Fernando Simón. Reducir también la cantidad de programas informativos, como los matinales de las radios o los telediarios, para dejar el consumo en uno solo al final del día. Evitar Twitter por la alta toxicidad de las opiniones que se vierten. No hacer caso de los fragmentos de información sesgada que llegan por whatsapp. Ir a buscar la información en el medio digital de confianza o, aún, comprar el diario de cabecera en el quiosco. Sangre fría y actitud crítica, todavía nos quedan unos meses de pandemia y podemos salir, también, vacunados contra el virus de la desinformación.

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