Corre por Internet un meme de la previsión meteorológica de esta semana. Entre nubes, chubascos y rayos, brilla un sol enorme justo el día de Sant Jordi. Acompañando este augurio hay una fotografía de la virgen de Montserrat, que dice: “Nah, de nada”. Esta imagen resulta ilustrativa de la fiesta porque realmente el sol ha salido en Catalunya en medio de un mar de nubes, literal y figurado. Después de un Sant Jordi sesgado el 2020, celebrado en pleno confinamiento, en que nos regalamos libros que ya teníamos por casa y que confiamos a futuro los pedidos a aquellas librerías que no podían abrir, hoy hemos podido volver a salir a la calle.

Pero no nos engañamos. Ya dice el refrán que en tierra de ciegos, el tuerto es el rey. Igual que nos alegramos cuando se nos dan pocos centímetros más de libertad y podemos encontrarnos con seis personas en lugar de cuatro o nos dejan ir a la comarca del lado, este Sant Jordi nos ha dado la vida y nos ha regalado una brizna de esperanza. Pero ha sido aguado. Las calles no huelen a rosas y hemos encerrado los libros en recintos feriales, como si fueran jaulas. ¿Dónde están las mesas forradas de banderas de la señera presididas por estudiantes que abordan a los peatones para ofrecer rosas con las cuales pagarán los viajes de final de curso? ¿Dónde están las entidades, los fanzines imprimidos precariamente? En definitiva, ¿Dónde está el Sant Jordi que nos enamora?

¿Dónde están las mesas forradas de banderas de la señera presididas por estudiantes que abordan a los peatones para ofrecer rosas con las cuales pagarán los viajes de final de curso?

En Barcelona se han habilitado 11 “recintos feriales” que albergan paradas de editoriales. Solo de editoriales; estos espacios se han reservado exclusivamente por los miembros del gremio y quedan fuera otros colectivos que, años atrás, también hacían suyo el día de Sant Jordi. Igualmente pasa con las rosas: solo se ha permitido paradas a los floristas, obviando estudiantes, entidades o las mesas de jardín en medio de la calle, ocupadas por familias que regateaban el precio de las rosas y lo iban bajando a medida que avanzaba el día. El gremio de floristas de Catalunya cree que este Sant Jordi será el “más sostenible y sensato” porque solo podrán vender los profesionales del sector. Pero todas las personas que se han quedado fuera eran parte tanto -o más- de Sant Jordi.

Los recintos feriales se han rodeado de vallas del Ayuntamiento, con el acostumbrado gel hidroalcohólico en los accesos, que ya nos ponemos con la misma naturalidad con la cual nos equipamos la mascarilla. Para entrar hay colas. Más o menos largas dependiendo de la hora del día, pero estas colas han convertido los paseos de Sant Jordi en una cuenta atrás para poder acceder a un espacio pensado para el consumo. Pasear sin otro otro objetivo más allá del goce, de respirar la primavera incipiente y un ambiente precioso, se ha acabado. El caos ha dado paso al orden. Recorridos de sentido único nos guían por los recintos, de editorial en editorial.

Pocas personas salen del espacio con libros en la mano. La mayoría de los que acaban comprando ya van con un título en la cabeza “¿Tienes Aquitània?”, exclama una mujer, desde la distancia, a la vendedora de la primera parada que se encuentra después de entrar al recinto. “Premio Planeta”, añade, después de apreciar una pausa. Aquella mujer ha salido con el libro de Eva Garcia Saénz bajo el brazo, sin parar-se a mirar ninguna otra parada. “Estamos viendo que la gente no se lo piensa mucho. No nos preguntan demasiado sobre recomendaciones. La mayoría ya saben qué van buscando”, explica otra paradista, quien señala El hijo del chófer, de Jordi Amat. “Es el que más se está vendiendo, con diferencia”, asegura.

El de este año está siendo un Sant Jordi un poco pim-pam. Después de más de un año de pandemia, hemos recuperado un poco el espacio público, pero todavía no nos pertenece del todo. Hay quien todavía tiene miedo. Esta fiesta, que es la más larga de la historia, empezó miércoles, para espaciar los compradores y paseantes. Pero hoy, sin duda, es el día con más afluencia. Las tradiciones, que no nos las toquen. “Sant Jordi es hoy. Yo entiendo que hay gente que quizás está angustiado de ver muchas personas juntas, o que quiere ir con cuidado, pero por mí no tiene sentido venir a comprar libros otro día”, explica Gerard, un joven acompañado de su pareja.

Después de más de un año de pandemia, hemos recuperado un poco el espacio público, pero todavía no nos pertenece del todo

Él acaba saliendo del recinto del Arco de Triunfo con dos bolsas de libros muy llenas. “Hace días que no compraba ninguno y tenía una buena lista de pendientes”. Asegura que los leerá. Por su parte, Saray, la chica que lo acompaña, dice que ella no compra libros nunca por Sant Jordi. “No te equivoques, me encanta leer y venir a pasear durante la fiesta, pero parece que olvidamos que las librerías están abiertas cada día del año”, dice. “Los libros me los compro uno por uno, según aquello que me apetece en aquel momento”, explica. Para los dos está siendo una buena mañana de viernes. Él se ha cogido fiesta al trabajo para poder disfrutar de la fiesta. Ella es diseñadora freelance y se lo ha hecho venir bien para no trabajar hoy. Están contentos de haber podido recuperar en cierto modo esta jornada, pero ambos se vuelven a casa con un regusto agridulce. “No sé si me ha gustado”, dice ella. “Poco a poco”, le responde él. “Es mejor que el año pasado y ya volveremos a la normalidad”, añade.

Este Sant Jordi ha sido un poco como todas aquellas reconquistas que hemos logrado después de la Covid. Aguadas, pero que, en cierta medida, nos dan la vida. Recuperar retazos de la normalidad nos da un motivo más para continuar adelante, sabiendo que todo esto no es vano y recordando por qué lo hacemos y hacia donde vayamos. Todavía nos sentimos extraños relacionándonos con gente que no sabemos quién son y moviéndonos por la calle. “¿Se pueden coger para mirarlos?”, pregunta un hombre a una vendedora de libros. “¡Claro!”, exclama ella, riendo en parte por lo obvio de la pregunta y por cómo de extraña es, a la vez. Somos como niños pequeños cuando van a una escuela nueva: no sabemos qué se puede tocar, a quién se le puede hablar ni cómo funciona todo.

Pero hoy ha salido el sol. No sabemos cuánto rato brillará. De momento, para mañana se pronostican lluvias, pero nuestro mandato hoy es disfrutar del buen tiempo que nos ha regalado, por unas horas, la Virgen de Montserrat. Quizás no hace todo el calor que nos gustaría, ni han florecido todas las rosas que querríamos, pero cuando menos, hoy, por un rato, no se ven nubes en el horizonte.

Share.
Leave A Reply