En el día en que caía finalmente el estado de alarma y se levantaba el toque de queda, Pere Aragonés le robaba el protagonismo a la actualidad con unas declaraciones que sacudían la política catalana: “Asumimos la responsabilidad de iniciar esta legislatura con un gobierno en solitario. Aceptamos la propuesta hecha por Junts de facilitar un gobierno de ERC en minoría”. Una propuesta -la de Junts por Catalunya – que, por cierto, se deberá confirmar en los próximos días. Por mucho que Aragonés diera por hecho que Junts accedería plácidamente a investir a sus máximos rivales electorales, la realidad, en política, es a menudo bastante más complicada. Ninguna fuerza política regala las instituciones, y menos cuando esto implica que un volumen sustancial de cargos políticos se quedarán sin sueldo de un día para otro. Sea como sea, setenta y ocho días después de las elecciones, y a falta de sólo dieciocho días para una nueva repetición electoral, algo se movía.

Y ahora, ¿qué pasará? Resumidamente, cuatro son las opciones posibles. La primera, que Junts facilite la investidura de un gobierno en minoría integrado exclusivamente por consejeros y consejeras de ERC. La segunda (opción por la que apuesta el secretario general de Junts por Catalunya Jordi Sánchez), que cuatro diputados de Junts faciliten un gobierno de coalición entre ERC, En Comú Podem, y la CUP. La tercera, que las palabras de Aragonés se las lleve el viento y acabe formando, de nuevo, un gobierno entre Juntos y ERC. ¿Y la cuarta? Que Junts por Catalunya no quiera ceder ante la presión de ERC y que, negándoles la investidura, aboquen a los catalanes a unas nuevas elecciones.

Independientemente de cómo evolucionen los acontecimientos, el paso hacia adelante de ERC es toda una declaración de intenciones para emanciparse de la hegemonía de CiU. No es poco, aunque hay un matiz: a estas alturas, es evidente que Junts por Catalunya no es CiU. Al menos se puede decir que Junts no es exactamente lo mismo que CiU, aunque una parte importante de sus dirigentes – como el mismo presidente de Junts, Carles Puigdemont – provengan de esta formación política. Y, aun así, Junts per Cat ha sido capaz durante los últimos años de ejercer un cierto poder místico sobre ERC, influyéndolos por encima de su poder real. ERC ha sido, hasta cierto punto, una fuerza subalterna a la agenda y discurso político posconvergente.

El discurso de Aragonés, en un cierto sentido, enterró ayer este acomplejamiento histórico de los republicanos respecto al mundo convergente. Hoy, Junts por Catalunya está inmersa en una crisis interna para decidir su identidad ideológica. En los últimos años han subsistido casi exclusivamente mostrándose como los principales portadores del deseo de independencia, pero se les está acabando el crédito. Y, sin esto, el espejismo de su poder decae.

En este sentido las declaraciones de Carles Puigdemont poco después de las palabras de Aragonés, dejaban una pista de la pérdida de la hegemonía cultural de su formación. Es la siguiente: “Junts por Catalunya está llamada a ser el gran espacio central del independentismo efectivo”. La clave está en la palabra “efectivo”.

Junts per Catalunya nunca ha tenido la capacidad transversal que tenía CiU de representar la catalanidad. Hoy, tampoco tiene la capacidad de erigirse en el partido central del independentismo, sino de una variante de éste, el independentismo “efectivo”. Ciertamente, la intención de adjetivar el significado de independencia como “efectivo” es la de mostrar que ERC representa un independentismo “no efectivo”. Pero el contexto actual no es el mismo que los tiempos inmediatamente posteriores en octubre de 2017, y los juegos retóricos ya no tienen tanto impacto.

Ayer Aragonés abrió una puerta. Ahora se le abren diferentes opciones. Entre ellas, la opción de un gobierno progresista y de izquierdas en Catalunya.

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