Las distancias son enormes, incomparables, hay pocos hospitales, escasean las neveras ultra frías y las bajas temperaturas son un peligro para las vacunas. A pesar de todos los obstáculos, Alaska, uno de los estados menos desarrollado de los Estados Unidos, ha logrado administrar el 46% de su población la primera dosis y al 39% la segunda.

Además, gracias a los hidroaviones, barcos y motos de nieve, sus 229 tribus soberanas organizadas en comunidades rurales disfrutan de un porcentaje de vacunación igual o superior a la ciudadanía concentrada en entornos urbanos.

Las imágenes de aviones cargados de vacunas sobrevolando el territorio y aterrizando en aeródromos improvisados ​​se han vuelto familiares. Además, las radios locales también se movilizan para difundir la noticia de la llegada de una clínica de vacunación en el pueblo.

Jacqueline Bergstrom, directora de salud de la ONG Tanana Chief, una organización de nativos de Alaska que se ocupa de 42 tribus, explica cómo cada vez que visita una población es recibida con gran emoción:

“Ayer fui a un pueblo y al llegar, una persona mayor nos habló de cómo la gripe española había matado a la mitad de sus habitantes. Nos dijo que si visitáramos el cementerio veríamos una multitud de tumbas con fecha de 1918, 1919 y 1920… Hoy en día, aunque queda poca gente que viviera aquella epidemia, la cultura de transmisión oral existente, hace que sea un recuerdo muy presente”.

Un sistema de salud más centralizado

La planificación de necesidades, la gestión logística de las vacunas y su aprovisionamiento, almacenamiento y distribución son tareas necesarias para garantizar el acceso a las vacunas de la población en un momento preciso. El Estado de Alaska se ha beneficiado de un sistema más centralizado que el resto de Estados Unidos. Este hecho ha permitido garantizar una gestión eficiente de los recursos disponibles y facilitar el proceso de vacunación.

Por el contrario, en otras partes del país, las vacunas son enviadas directamente a las farmacias o los médicos. “Nosotros no hemos parado de distribuir vacunas”, explica Anne Zink, jefe del servicio médico de Alaska. “Muchos de nuestros habitantes viven en áreas donde ni siquiera llega el correo, entonces nos encargamos nosotros. Poder usar estas redes logísticas nos ayuda a responder con más eficiencia. No podemos olvidar las frecuentes tormentas de nieve que obligan a tener siempre un plan B listo”.

En definitiva, añade Zink, lo importante es tener un sistema de salud efectivo. “Así, cuando nos toca vacunarnos, podemos hacerlo rápidamente. Si el sistema funciona bien no habrá tantas discusiones sobre quién debe vacunarse primero”.

Aun así, se han generado algunas tensiones. A finales de enero, cuando las tribus comenzaron a extender la vacunación a miembros de la comunidad sin vulnerabilidades particulares y a una minoría de trabajadores no nativos, un artículo en un periódico local se hizo eco de la frustración de los profesores y personas no indígenas de riesgo. El artículo generó mucha polémica por no hacer referencia a que la población nativa de Alaska se infectó tres veces más del Covid y sufrió una mortalidad dos veces mayor, ni recontextualizar las razones históricas por las que las tribus de Alaska se han podido beneficiar de un sistema de distribución de vacunas diferente, adecuado a su realidad territorial.

La importancia de los tratados de soberanía

Las relaciones entre los Estados Unidos y las tribus están organizadas por tratados a través de los cuales el gobierno federal tiene la obligación de proveer determinados servicios, como el acceso a la salud. Desde los años noventa, las 574 tribus de los Estados Unidos, actualmente 2,6 millones de personas, se rigen por el Servicio de Salud Indígena. Frente al Covid, siguiendo los tratados establecidos, se dio a las tribus la opción de recibir la vacuna directamente. Esta oportunidad fue bienvenida por muchas comunidades, que acumulan falta de confianza y resentimiento hacia el gobierno federal.

Otra característica interesante de este proceso de vacunación es la incorporación de la participación ciudadana en la toma de decisiones. Por ejemplo, el estado de Alaska ha dejado a las comunidades indígenas establecer quién es prioritario. Además de las personas mayores, algunas comunidades han priorizado vacunar a locutores de lenguas en peligro de extinción como el Gwich’in que sólo cuenta con 800 hablantes. Según Aila Hoss, profesora ayudante de Derecho especializada en la Ley Indígena y Salud, es en este tipo de decisiones que se reconoce la importancia de la soberanía de los pueblos indígenas: “La conexión con la cultura y la comunidad son un aspecto protector de cara a las enfermedades. Por el contrario, la pérdida de la cultura es un factor de riesgo para la salud”, destaca Hoss.

Los sistemas de salud tribales son únicos en el conocimiento de sus comunidades. En este sentido, contar con más vías de comunicación con las personas, ha permitido acelerar el proceso de vacunación. “Preservar la cultura es una clave para conseguir la prevención de salud pública. El objetivo de la soberanía política es la soberanía cultural”.

Anne Zink se muestra totalmente a favor del sistema de vacunación, dando prioridad a los pueblos indígenas. “Me siento muy agradecida de que tengamos la habilidad de dejar a los nativos de Alaska elegir que quieren vacunar primero. Creo que [esta decisión] tendrá un impacto en su cultura histórica para los próximos cien años. Una decisión clave para sanar [las relaciones entre nativos y no-nativos] en nuestro estado”.

La ONG Tanana chief aprecia el apoyo, pero se muestran más combativos: “Ahora mismo tenemos trece pueblos sin agua corriente ni alcantarillado, necesidades básicas en la vida humana. Necesidades también básicas en la lucha contra la pandemia”.

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