Con Quirke a Sant Sebastià, la editorial Bromera continúa adelante con la serie de aventuras de Quirke, el forense irlandés que protagoniza las novelas de género que el autor John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) firma con el seudónimo de Benjamin Black. Hoy en día cuesta mucho encontrar personajes especiales y diferentes que protagonicen este género y que consigan introducir un punto de novedad a sus argumentos. Se ha intentado con los rasgos físicos, con la edad y con la profesión. Sin duda, un forense se encuentra lo suficientemente cerca del crimen como para ser creíble y al mismo tiempo lo suficientemente lejos como para introducir este elemento de distanciamiento que le da mucha más libertad. Un investigador privado o un policía deben pasar por el aro del molde que impone el género. Un forense, no.

Dicho esto, esta novela presenta un elemento innovador más, sin duda el más interesante de la propuesta. Aprovechando elementos de una novela anterior que no mencionaremos porque la editorial tampoco lo hace, Banville tensa personajes y situaciones para colocarlos en otro punto de atracción. Y esto con la novedad de que, a diferencia de otras novelas del género, el protagonista no aparece mucho más de un treinta por ciento de la narración. Digamos que hace de catalizador argumental. Está de vacaciones y por casualidad, le parece descubrir una persona que ya conocía y que, bajo ningún concepto, podía encontrarse donde él la ve. A partir de aquí seguimos una trama que va avanzando en paralelo, por la acción de diversos personajes. Secretos del pasado, corrupción política, crímenes escondidos, todo en la pacífica Irlanda que, de las manos de Banville, tanto se parece a los estereotipos que nos han llegado desde su odiada / amada Inglaterra.

Por suerte, en Quirke a Sant Sebastià, más que la trama argumental en sí, es muy interesante la construcción y desarrollo de los personajes principales. Por ejemplo, la aproximación a la personalidad del asesino ( “A Terry Tice le gustaba matar gente…”, empieza la novela). La acción pasa curiosamente en un San Sebastián supuestamente de los años cincuenta (Banville no ayuda mucho a situarlo) que es escrutado por Quirke y su mujer como si fuera una especie de zoo humano, desde fuera y con prejuicios. Prejuicios por su parte y de todos los irlandeses que van apareciendo en la novela y pasan por la ciudad: Todos esperan encontrarse el País Vasco como si fuera Andalucía. Supongo que nos pasaría igual si fuéramos de vacaciones a Irlanda: Hablaríamos de estereotipos y haríamos cuatro comentarios intrascendentes sobre que extraño que es el idioma irlandés.

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