El 11-S de 2021 representa el final de un espejismo: aquel que, con gran ceguera y prepotencia, pregonaba que, con el fin del régimen comunista de la URSS, el mundo había capitulado ante el capitalismo y la hegemonía occidental liderada por los Estados Unidos de América.
Para un notable grupo de políticos e intelectuales, con la caída del muro de Berlín y el derrumbe inmediato del comunismo y de buena parte de las doctrinas marxistas, las teorías sobre «final de la historia» de Fukoyama -de matriz hegeliana – y otros muy similares, implicaban -según su opinión- el predominio de la cultura anglosajona capitalista que se extendería por toda la Humanidad y que ya nada podría detener un modelo asentado en la modernidad occidental y en la economía del mercado.
Sin duda, los 90 es la gran década del estallido de la globalización empujada por el desarrollo del libre comercio y las redes de comunicación electrónicas e internet, en el que emergerían este tipo de doctrinas a la espera de la caída de China, de Corea del norte y Cuba, que representaban los reductos que se resistían a la victoria preeminente occidental y, en especial, norteamericana.
Además, sin embargo, la globalización de los 90 representaba el triunfo del individualismo occidental desde una perspectiva cultural. En efecto, Peter L. Berger y Samuel Huntington, en un famoso libro sobre la globalización, apuntaban los cuatro vectores que la habían impulsado en todo el mundo: en primer lugar, «the Davos Culture», es decir, la cultura del gran capitalismo triunfante; el segundo factor, «the Faculty Club Culture», redes de profesores, ONGs, funcionarios internacionales, fundaciones, especializados en temas interculturales, género, derechos humanos, medio ambiente, sociedad de la información, entre otros temas específicos; en tercer lugar, «the McDonalds Culture», como sinónimo de la cultura popular que se extiende a través del entretenimiento de las mayores estadounidenses en todo el mundo, y, finalmente, otros tipos de movimientos populares y religiosos como el movimiento «evangelical Protestantism», de matriz pentecostalista.
Estos cuatro vectores, si tenían algo en común, era la individualización de las personas, el proceso de individualización de la segunda modernidad que, en palabras de Ulrich Beck, afirmaba que todos los sectores de la cultura global emergente abrazaban la independencia individual en contra la tradición y la colectividad.
Si bien a finales de los noventa ya parecía que la historia era mucho más compleja, cuando Huntington apuntaba a un choque de civilizaciones, cuando ya veíamos -Tiananmen- que China se resistiría a abrazar determinados aspectos del modelo occidental, cuando la religión islámica -a partir de la revolución iraní encabezada por Ayatolá Khomeini- iba cogiendo cada vez más protagonismo y poder en sus países de implantación en detrimento de los partidos laicos, cuando Rusia -de la mano de Putin- empezaba a despertarse después de su peor década, la irrupción repentina del atentado del 11-S representa, icónicamente, el momento en que se produce el derrumbe de la ilusión occidental y liberal.
Con el atentado de las Torres Gemelas, el once de septiembre de 2001, quedaron claras dos cosas: por un lado que ya nada sería lo mismo que antes y, por otro, que muy probablemente el mundo se encontraría inmerso en nuevos conflictos de dimensiones importantes.
Algunos analistas han afirmado que con este atentado se inicia verdaderamente el siglo XXI, al igual que con la caída del muro de Berlín acababa el siglo XX. Comparto con ellos el sentido y la orientación de ambas afirmaciones: con la caída del muro de Berlín se hundía un mundo rasgado en dos bloques y, además, comenzaba a desaparecer un sistema político que condicionó una buena parte del siglo pasado. Y también es cierto que con el gran atentado de Manhattan y la irrupción del terrorismo más radical también en el Primer Mundo, aparecen en nuestro horizonte más inmediato -y sin querer justificar en ningún caso este atentado- los síntomas evidentes de un mundo muy herido y enfermo; de un mundo que se fundamenta en un orden económico internacional profundamente desigual, donde alguien pensaba que era posible mantener grandes islas de riqueza rodeadas de miseria, hambre y pobreza; un mundo que vivía un malestar creciente consecuencia de una globalización económica y cultural que pretende homogeneizar culturas y bienes y desregular y liberalizar la economía y todos sus recursos.
Han pasado veinte años de este horroroso hecho. La respuesta americana y occidental fue invadir Afganistán gobernado por los talibanes y donde se refugiaba Bin Laden-, y posteriormente Bush, Blair y Aznar decidían entrar en guerra con Irak con el pretexto de que este país guardaba armas de destrucción masiva y que financiaba el terrorismo yihadista. Las dos intervenciones militares, recordemos que Bush las calificó como nuevas cruzadas, desestabilizaron todo Oriente Medio y intensificaron y agrandaron el sentimiento antioccidental de una buena parte de la población árabe y, de manera muy especial, la musulmana.
¿Cuáles son los aspectos más importantes que han cambiado durante estos veinte años?
1. Hemos pasado de un mundo dominado bajo la hegemonía de una gran potencia -la americana- a un mundo multipolar donde coexisten otras grandes potencias que limitan el poder, en este momento los Estados Unidos. Nuevos actores aparecen con mucha fuerza. Las dos nuevas grandes potencias: China, llamada a ser la primera potencia económica en pocos años, y Rusia, que ha retomado el protagonismo que había perdido tras la caída del Muro de Berlín. Luego, en un segundo nivel, la Unión Europea, debilitada por su falta de cohesión, y la India. A raíz del declive económico de EE.UU., de la errática política exterior de Trump y de la vergonzosa y precipitada salida de los países de la coalición occidental de Afganistán, se ha escrito mucho acerca de la decadencia de Occidente. En mi opinión, no se trata tanto de su declive, como la irrupción de nuevos centros de poder que, desde otros parámetros históricos y culturales, pretenden participar en la gobernanza global.
2. La derrota militar americana y europea en Afganistán, así como el caos generado en Irak y otros países árabes a consecuencia de la acción militar americana, han demostrado que las respuestas militares son limitadas y precarias y que muy probablemente no son las maneras más eficaces de responder a los conflictos que se están generando en el mundo de hoy. Con todo, y paradójicamente, ante la limitación que tienen las respuestas militares, es muy preocupante el aumento de los presupuestos en armamento en la gran mayoría de países importantes. Por otra parte, la derrota americana demuestra el fracaso de la respuesta militar y su manera de actuar contra la amenaza del desarrollo cada día mayor de un terrorismo internacional con diferentes fisonomías.
3. Se hace necesario que Occidente entienda la pluralidad de las diferentes civilizaciones de nuestro mundo y abandone la pretensión de imponer su civilización a las otras. Los occidentales creemos que nuestra civilización es la mejor, la auténtica, la más genuina en la evolución de la especie humana; pensamos que la modernidad, el liberalismo, la socialdemocracia, la secularización de los estados son el modelo a exportar al resto del mundo. ¿Nos hemos parado a pensar sobre el peso de la historia, de las tradiciones, religiones, filosofías que conforman, al menos, el 70% de la otra población que no ha penetrado, en diferentes niveles, en la cultura occidental? El mundo de mañana necesita más que nunca un diálogo entre iguales, desde el respeto y el entendimiento.
4. Ahora y hoy, Occidente representa el 10% de la población mundial, el 24% del PIB y el 75% del gasto social del mundo. El 90% restante de la población llama a la puerta para compartir el gasto social, la riqueza creada por todos los ciudadanos. Esta es la verdadera razón de la crisis de Occidente, esta es la razón de la crisis de nuestras clases medias, la razón también que genera el miedo que utilizan los partidos de extrema derecha europeos. Los siglos XIX y XX han sido los siglos de la expansión y dominación de Occidente alrededor de todo el mundo y esto explica estos porcentajes que tan simbólicamente describen las grandes diferencias mundiales. ¿Cuáles serán los escenarios del siglo XXI?
5. Ante la tentación de las grandes potencias de volver al hard power, medidas coercitivas y militares ante el contrario, el único camino posible en este mundo complejo y multipolar pasa por soft power, es decir, el diálogo y la cooperación. Un mundo multipolar representa también un mundo en competición permanente en diferentes ámbitos de la actividad económica y política. La capacidad de imposición desde una gran superpotencia queda, ahora y aquí, debilitada y el único camino posible es el del diálogo y la cooperación.
Después de veinte años vivimos un tiempo pandémico que refleja, de manera inequívoca, el mundo globalizado. Somos, como nunca, un solo mundo.


