La Diada Nacional de Catalunya tiene, desde fuera, la apariencia de una manifestación. A vista de helicóptero, parece una como cualquier otra. Se reivindican unas cosas, la gente se acumula en un espacio concreto, se entonan cánticos y se enarbolan banderas. Vista de cerca, pero, la cosa cambia. La sincronía en el movimiento de los participantes despierta sospechas. La gente sabe demasiado bien qué tiene que hacer, sabe de dónde viene y dónde tiene que ir. La moderación es la virtud más destacada, y la uniformidad en la acción es tan perfecta que la sensación es más de performance que no de manifestación. Una gran obra teatral que este año se inspiraba en la “Batalla de Urquinaona”, en honor a las manifestaciones (éstas sí) contra la sentencia de los presos políticos de octubre del 2019.

En aquella ocasión, la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra reprimirían con balas de foam y gases lacrimógenos a la multitud indignada por la injusta sentencia. Esta es la lógica de toda manifestación: el pueblo contra la institución. Esto no pasa con la Diada, que tiene el apoyo del Govern desde hace una década. Son las instituciones y las asociaciones afines a los partidos políticos en el poder las que lo organizan y lideran. Y la de este año ha sido una Diada triste. El cansancio y el enfado eran visibles en los rostros de los participantes, que acudían más por convención social que no por convencimiento personal. Un enfado alimentado durante años de frustraciones e de incomprensión generalizada. Pero ya son nueve años consecutivos acudiendo a la cita, y está claro que si algo mueve el mundo más que la pasión, es sin duda la rutina. Pero la rutina sola, desvinculada de un objetivo real o desprovista de aquella fe ciega que acompaña a los creyentes más selectos, tampoco es suficiente. Y en los últimos tiempos, la fe, en Catalunya, cotiza a la baja.

“El cansancio y el enfado eran visibles en los rostros de los participantes, que acudían más por convención social que no por convencimiento personal.” | Pol Rius

Según las estimaciones de la Guardia Urbana, este año han sido 108.00 las personas que ha participado en la Diada. Según la Assamblea Nacional de Cataluña, la cifra se ha enfilado hasta las 400 personas. Cojan la cifra que quieran y compárenla con cualquier de las anteriores. Siempre se podrá argumentar que la pandemia de la covid19 ha impedido que se igualaran las gloriosas cifras del pasado. Sea como fuere, el descenso es notable. Aun así, todavía son muchos los que se han movilizado desde diferentes puntos del territorio para acudir a la capital catalana a reivindicar, de una forma más o menos abstracta, la independencia de Catalunya. Porque la Diada Nacional de Catalunya – a nadie cogerá por sorpresa – es desde hace una década la Diada Independentista. Solo (algunos) de quienes desean el advenimiento de la República Catalana la celebran. Estos, a la vez, contribuyen económicamente a financiarla mediante la adquisición de productos de merchandising, como por ejemplo camisetas, chapas, o banderas. Un modelo de economía cíclico, ya que será la misma Asamblea Nacional de Catalunya quién se encargue de vender los productos que servirán para costear, después, los buses que transporten a los manifestantes desde todos los rincones de la geografía catalana.

La Diada Nacional de Catalunya es una herramienta en manos de los partidos políticos y de las asociaciones afines que gobiernan el país de manera ininterrumpida desde el año 2010; herramienta que sirve para anunciar al mundo que los catalanes independentistas existen, que son muchos, y que son pacíficos. Pero esta herramienta no está muy afilada: el éxito de la Diada está directamente relacionado con la fuerza del movimiento de independencia, y este, hoy, vive inmerso en una crisis existencial (¿hacia dónde vamos?) promovida por el eterno conflicto partidista de la lucha por la hegemonía del espacio político. El problema del independentismo no es, por supuesto, la independencia. Esta es una causa legítima que se fundamenta encima de una causa todavía más legítima: el derecho a la autodeterminación de los pueblos. El problema del independentismo son las falsas promesas. Promesas efímeras, variantes, y que no disponen de una base sólida donde aferrarse.

“quienes desean el advenimiento de la República Catalana la celebran. Estos, a la vez, contribuyen económicamente a financiarla mediante la adquisición de productos de merchandising” | Pol Rius

Otro factor puede haber condicionado (a la baja) la participación es que ésta era la primera Diada con los presos fuera de la prisión. La causa de los “3000 represaliados”, por otro lado, es demasiado abstracta para empatizar del mismo modo que con la parte del gobierno que decidió no optar por el exilio. Todos estos factores han ido generando un cansancio acumulado y un fuerte sentimiento de rencor en el más fervoroso de los creyentes, que se pregunta qué tiene que hacer, si los partidos políticos van a lo suyo la Comunidad Internacional ignora sus plegarias. Pero lo cierto es que la Diada nunca ha sido la fiesta nacional de los catalanes y catalanas. Nunca ha sido una fiesta popular. Siempre han sido los políticos que la han intentado instrumentalizar, con menor o mayor éxito.

Antes del año 2005, cuando el presidente Maragall decidió encabezar la manifestación para reivindicar su proyecto de Estatuto de Autonomía, la Diada era dos cosas: un acto institucional tan sobrio como incómodo y, por el otro, la fecha fijada por la izquierda independentista (los únicos que pueden decir que ya eran independentistas antes de la era del Procés) para reivindicar la independencia de los Països Catalans desde la base del socialismo real. En aquellos tiempos, la idea de participar en la política institucional de la izquierda independentista era poco menos que una blasfemia a sus principios. Hoy, esta izquierda, sigue manteniendo cierta coherencia histórica al manifestarse apartada de la institución, tal como manda la ortodoxia. Pero hoy, la izquierda independentista forma parte de la institución, por lo cual la independencia real, en realidad, solo es relativa.

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