JOHN WATERS, RED CARPET, 16/08/2007

El libro más divertido que he leído este verano ha sido Consejos de un sabelotodo, de John Waters, magníficamente editado por Caja Negra, que no para de publicar una perla tras otra (y esta vez, encima, con unas cubiertas lisas de color mandarina que no pueden ser más gustosas). ¡Forrad las paredes de vuestra habitación con libros de Caja Negra! Su catálogo está enseñando a pensar a toda una generación de millenials desesperados. Vivimos en el Desastre Perpetuo pero John Waters ha venido a salvarnos o, al menos, a hacernos pasar un buen rato con sus historias de vieja gloria del underground y sus lecciones completamente delirantes. Encontraréis de todo: monos pintores, yippies fumados (hay que reivindicar el fracaso de los yippies, bautizados por ABC News como los «Marxistas de Groucho»), glory holes, la invención del Odorama, el día que Divine se comió una mierda de perro (un clásico), viajes de LSD en la tercera edad y, por supuesto, popper a mansalva. El capítulo que Waters dedica a sus años de activismo se puede leer como un manual de desobediencia civil – hilarante, por cierto- que incluye cameos del Templo Satánico, latigazos al Papa de Roma y una utopía revolucionaria-sexual liderada por una guerrilla de militantes transgénero dispuesta a destruir todas las fronteras con sus uniformes de alta costura diseñados por Rei Kawakubo. «Supongo que, ya por aquel entonces, había comprendido que la revolución no iba a suceder», confiesa el gurú del Trash, «sin embargo la anarquía que rodeaba esa idea me resultaba realmente excitante». Si las CUP han dejado vuestra libido revolucionaria por los suelos, leed a John Waters, el Maquiavelo de los losers y los frikis.

En Consejos de un sabelotodo hay mucho cachondeo y mucha anécdota sobre el show bussiness, pero también momentos de escritura brillantes, como el emocionante monólogo que Waters dedica a Andy Warhol (donde destapa los amores y las envidias que rodearon la estrella de la Factory) o el capítulo donde desgrana sus gustos musicales, que empieza con una frase memorable, probablemente una de las frases más CIERTAS (en mayúsculas, sí) que he leído nunca: «Para salir adelante en la vida hay que tener muy buen gusto musical». Gracias, John, por descubrirme a los Barbarians y a Moulty, el batería que perdió una mano construyendo una bomba casera y que se atrevió a llevar el pelo largo cuando todavía no estaba de moda. De hecho, el director de Pink Flamingos tiene una lengua viperina y es un gran creador de eslóganes, tal y como se puede comprobar en This Filthy World (2006), el documental de Jeff Garlin sobre el genio de Baltimore, que, como todas las cosas buenas de este planeta, se puede encontrar en Filmin. Además de escribir unos libros fabulosos y hacer películas con argumentos imposibles y antisistema como Female Trouble (dedicada a un miembro de la familia Manson), Mondo trasho o Hairspray (que contiene la última aparición de Divine), a John Waters le encanta pasear su bigote lascivo por los teatros de Estados Unidos y pervertir la mente del personal con unos monólogos sonadísimos, donde suelta sentencias magistrales como esta: «Amo a las mujeres que odian a los hombres, y odio a los hombres que odian a las mujeres». ¡Viva Valerie Solanas! O: «Mi cine es políticamente correcto porque siempre ganan los raros y los desclasados». Y una de mis preferidas: «Para entender el mal gusto hay que tener muy buen gusto».

John Waters es uno de esos escasos artistas que, viniendo de abajo (el presupuesto de sus primeras películas no pasaba de los mil dólares), ha sido capaz de secuestrar el mainstream y no sucumbir a sus exigencias de normalidad. En el centro de sus historias siempre encontramos a personajes socialmente incomprendidos que, a través de la parodia y el humor, reafirman su lugar en el mundo y se niegan a cambiar de bando, como Cecil B. Demented, un director de serie B dispuesto a sembrar el terror por Hollywood con su grupo de cineastas maníacos, o el famoso Cry-Baby (uno de los primeros papeles de Johnny Deep), que encarna la lucha de la clase baja contra los ideales de orden y disciplina de unos pijos de pueblo (cuyo look, por cierto, recuerda sospechosamente al de los liberales repeinados del Instituto Ostrom). Y aunque el mainstream también ha sabido aprovecharse de las locuras de Waters y convertirlas en un reclamo (cosa que el director explica muy bien en Consejos de un sabelotodo), el de Baltimore ha logrado infiltrar sus mensajes de rebelión en el imaginario de la clase media sin perder la alegría y la potencia subversiva de sus inicios. Celebremos el mundo asqueroso (¡y maravilloso!) de John Waters y dejémonos guiar por sus consejos de vedette insensata.

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