Este verano he leído el libro del historiador italiano Loris Zanatta, profesor de la Universidad de Bolonia especializado en América Latina, Fidel Castro: el último rey católico, editado magníficamente -marca de la casa- por Edhasa. Este libro me ha recordado otro, que probé de leer hace ocho años y que no pude terminar, del historiador catalán Josep Fontana, titulado Por el bien del imperio. El libro de Zanatta parte de un cierto “fundamentalismo liberal” que en ciertos aspectos recuerda Fukuyama cuando afirmaba que la historia se terminó con la victoria del capitalismo después de la caída del Muro de Berlín. En cambio, el libro de Fontana está escrito desde una óptica “antiimperialista” y, por supuesto, antiamericana. Ambos comparten una cosa: interpretan en exceso -desde sus ideologías pertinentes- hasta el punto de que la explicación no sólo puede llegar a falsear los hechos, sino que, además, puede convertirse en una diatriba contra determinadas personas y eventos.
E.H. Carr afirma que la Historia es “un proceso continuado de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado”. Y, a propósito de su función añade: “El pasado nos resulta inteligible a la luz del presente y sólo podemos comprender plenamente el presente a la luz del pasado. Hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad del presente; tal es la doble función de la historia”. Cuando la función del historiador es más interpretativa -desde sus legítimas convicciones ideológicas- algo tambalea en estas obras. Esto me pasó con el libro de Fontana, eso mismo me ha pasado con el libro de Zanatta.
Vaya por delante que mi adhesión por Fidel Castro fue crítica de joven y que actualmente es nula. Vaya por delante que el castrismo, y su derivada que es el chavismo, forman parte del grupo de amenazas importantes que se están viviendo en América Latina y que, junto con los populismos, el neoliberalismo y la corrupción, forman los cuatro tumores del subcontinente. A ojos de hoy, es fácil ser anticastrista y criticar las derivas del régimen fallido, pero no se puede caer en el simplismo de defenestrar el legado de Fidel Castro -y su persona- identificándolo como un producto de los jesuitas de la isla del Caribe, más cercano al peronismo o, incluso, al franquismo, sin contextualizar la situación del subcontinente americano tras la II Guerra Mundial.
Para Zanatta, la Cuba anterior a la revolución castrista era uno de los países más desarrollados del Caribe y de América Latina, con un régimen liberal que cayó con la dictadura de Batista y que permitió una cierta legitimidad de la revuelta de Castro. Una Cuba dividida entre La Habana y la Sierra (el campo), y Fidel representa el amotinamiento de la parte rural. Entra en un estudio detallado de su familia acomodada de origen gallego, de su formación en los jesuitas, de su carácter autoritario que se convertiría posteriormente en despótico y arbitrario. Explica cómo abraza el marxismo-leninismo como una necesidad para hacer frente a los Estados Unidos, pero su marxismo no dejaba de ser un velo que encubría un católico nacionalista más cercano al antiliberalismo católico preconciliar -por eso el título del libro- y que progresivamente se convertiría en un ególatra, criminal y homicida.
Para Zanatta existe una línea de continuidad entre la Iglesia Católica -y en especial los jesuitas- y la conversión al marxismo-leninismo de miles jóvenes que optarían por la lucha armada. Esta conversión se haría por la hostilidad y animosidad de la Iglesia al liberalismo de matriz protestante y no por las profundas injusticias que vivía el subcontinente. Castro, Che Guevara y tantos y tantos otros se decantarían más por esta rencor y enemistad que por la situación de pobreza e injusticia. En buena medida, los males de América Latina se producen como consecuencia de una Iglesia muy influenciada por el nacional-catolicismo español imperante en aquella época.
He echado en falta un esfuerzo de objetividad para situar el libro en el contexto de la Guerra Fría, en el papel de la oposición castrista y los intentos de la administración estadounidense de poner fin al régimen. He echado de menos un análisis más a fondo sobre la situación real de Cuba y del subcontinente, con los índices pertinentes de pobreza y alfabetización, del papel de las élites, de la dependencia con Estados Unidos, en las tensiones entre muchos países de América Latina y los Estados Unidos por su política ultraliberal y expoliadora. He echado de menos el análisis de las repercusiones por las inmensas dificultades del bloqueo y sanciones estadounidenses, durante décadas, en Cuba.
Sabemos que, ahora y hoy, Cuba es una dictadura a ultranza donde los ciudadanos están privados de las libertades políticas, con altos niveles de represión y, además, un país cada día más pobre como consecuencia de un modelo económico -heredero del comunismo- incapaz, improductivo e inútil, y que se sostiene por las élites del partido que lo controlan. Sin embargo, no podemos ocultar que Fidel Castro ha sido un icono del siglo XX que sacudió -aunque algunos quieran hoy disimular serlo- la izquierda europea y sudamericana. ¿Estaban todos tan equivocados?
Los hechos históricos deben saber situarse en los contextos correspondientes. Y a pesar de la bibliografía detallada y sólida, la falta de contexto hace que este libro de Zanatta no deje de ser una hilarante y grotesca biografía en que la ideología del autor desmerece el estudio. Un ejemplo que, desgraciadamente, no es inhabitual.


