Si durante estos últimos seis meses ha salido de casa, o si tiene alguna forma de acceso a internet, seguramente a estas alturas habréis notado algo extraño: el anime tiene cogidas por la garganta la mayoría de tendencias no alternativas de la generación Z. Ya hace rato que el contenido sobre el tema campa libremente por plataformas como Tiktok, conquistando hasta los espacios más “normies” de nuestros jóvenes, pero este verano el trend ha superado las pantallas hasta llegar incluso a los colgadores del Bershka (¿y qué hay más mainstream que los millones de Amancio Ortega?). Hemos visto pasar colecciones de Sailor Moon, de Sakura, de Evangelion y de Naruto, dos veces. Además, durante los últimos meses las perchas se han llenado de estampados con motivos prácticamente orientalistas: caracteres en chino, tigres, dragones, flores de cerezo… Pero este neo-orientalismo de tejidos sintéticos y dudosa ética no debería sorprendernos, y es que nada de lo que pasa en Inditex es casualidad.

En el 2020, el consumo de anime en Netflix aumentó un 50% respecto al año anterior, i actualmente el hashtag “anime” en Tiktok tiene más de 520 billones de visitas. ¿Cómo ha pasado de ser un tema de frikis y marginados a pasar a considerarse “guay”? El algoritmo de la aplicación opera de una manera que no sólo busca adaptarse a tus gustos sino que te puede terminar modelando. Si cree que tu perfil encaja con una nueva obsesión, te hará llegar. Y es que ahora ya no necesitas ir a los rincones más turbios de tumblr, reddit o deviantart para toparte de narices con memes, bromas internas o montajes seductores de un “fandom” aleatorio. Te lo encontrarás, un día cualquiera, entre un vídeo de perritos y el anuncio del McMenú de Aitana. Y así, el hype se sirve solo. ¿Cuántos de nosotros hemos empezado a ver Squid Game, la nueva serie distópica surcoreana, no por encontrarla en Neflix sino por las bromas sobre el pica-pared que nos salían en las redes?

Hoy, las series, el ocio y el entretenimiento son seguramente la expresión más comercial de una cultura, por lo que termina siendo difícil separarlos de ésta. ¿Recuerdas cuando salió Narcos y hasta el último “pijo” del Eixample pasaba el día repitiendo “plomo o plata” con un acento aterrador? Con el gusto por el anime o el k-pop, tarde o temprano acaba llegando también esta curiosidad de vivir como lo hacen los personajes que seguimos en las series. Queremos comer pastelitos del Doraemon aunque no sean rellenos de chocolate, y, sí, también queremos tener la piel radiante como las chicas de Blackpink. Y cuando hay un posible mercado detrás, es cuestión de tiempo que la cultura, cualquiera que sea, se convierta en un “lifestyle” perfectamente empaquetado.

Desde hace unos años empezamos a encontrar personalidades de internet que para gustar más a los fans del mundo de los videojuegos y anime, acaban modificando su aspecto para parecer de origen japonés, utilizando el maquillaje o incluso la cirugía plástica para conseguir unos ojos más rasgados o una nariz menos europea. Un ejemplo es la “streammer” Belle Delphine, a quien se ha criticado no sólo por “disfrazarse de una etnia” sino por hacerlo asociando este aspecto a la sexualización y la infantilización, todo junto. Y es que no sólo se ha fabricado un personaje basado en el estereotipo de la colegiala japonesa, prominente en el anime y el porno, sino que saca dinero a través de las diferentes plataformas donde sube contenido, enriqueciéndose así a costa de un estereotipo que en muchos casos encar refuerza los prejuicios, violencia y encasillamiento contra las mujeres asiáticas.

Y es que el problema llega cuando el producto a vender acaba siendo la manera de vivir, y, por tanto, una identidad fabricada. En un internet que se ha convertido en industria de clicks, views y me gusta, ser tú mismo no siempre es suficiente. Y en un mercado de personalidades tan saturado, muchos “influencers” acaban optando por aferrarse a las tendencias más extremas de su nicho de mercado, a toda costa. Porque tiene un precio. Tras el triunfo del clan Kardashian estableciendo los cánones de belleza de 2010, ellas mismas han ejemplificado con la menor, Kylie Jenner, que aquellos cánones, y todos los otros que vendrán, siempre se podrán comprar. En menos de cinco años se ha creado toda una industria de belleza paralela, tratando los rasgos faciales como camisetas del Bershka: de moda por no más de un par de semanas y cada vez más aparentemente asequibles para todos. Con una pinchazo y unos 300 $ puedes dejar de sentirte mal cada vez que abras Instagram. Pero, al igual que ocurre con las camisetas de anime que hay hoy en Inditex, internet ha ido transformando la belleza en algo que no debe durar, pensada para que nunca te quede bien del todo después de la compra. Nosotros engordamos nuestro aburrimiento con el algoritmo, pero el algoritmo se alimentará siempre de nuestra insatisfacción.

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