El Tribunal de Apelación de Sassari decidió suspender el proceso de extradición de Carles Puigdemont a España, accediendo así a la petición de la defensa. Hasta que el Tribunal Europeo no se pronuncie, Puigdemont seguirá viajando libremente por Europa.
Después de su último batacazo, alguien con dos dedos de frente pensaría que Llarena se ha dado cuenta de que debe reprimir sus impulsos de cowboy, pero a estas alturas no hay que descartar que el magistrado continúe con su inagotable tarea de sabotear la imagen de España en el exterior. Llarena es, sin ninguna duda, un aliado estratégico del independentismo. Que él lo sepa ya es harina de otro costal. Aunque en este caso en particular, la mención de honor al ridículo espantoso se la llevó la corte jurídica de VOX. Unos ultras con corbata que viajaron hasta Sasser con la intención de participar de la causa contra Puigdemont y que se quedaron a las puertas del juzgado comiendo pipas y con la mirada triste, como si fueran un grupo de adolescentes que no les han dejado entrar en la discoteca.
Puigdemont, entonces, sigue en el limbo. Una situación que incomoda tanto a sus enemigos como a sus (presuntamente) aliados. Puigdemont es una molestia para el gobierno de España. Siempre lo ha sido, tanto con el PP como con el PSOE, aunque por las razones inversas. Para los populares el exilio de Puigdemont supuso una humillación, pues consiguió burlarse de los dispositivos de seguimiento del ministerio de interior en su ya famosa escapada a Bélgica. Ahora le reclaman con el orgullo del señorito al que le han robado su presa, hecho que solo hace que poner de relieve su propia incapacidad.
Pero también para el PSOE la existencia de Puigdemont les incomoda. A diferencia de los populares lo que desean en Ferraz es que no vuelva nunca, que su figura se vaya difuminando lentamente hasta que solamente quede de él el recuerdo de lo que nunca pudo ser. Esto, de hecho, ya estaba sucediendo. Pero Llarena, además de su capacidad de provocar altas dosis de vergüenza ajena, también cuenta con habilidades de resurrección de políticos en decadencia. ¿Y en Catalunya? ¿Quién quiere a Puigdemont?
A excepción de sus allegados dentro de Junts per Catalunya, no mucha gente. Las CUP siguen hablando de Puigdemont como el “president legítim”, pero lo hacen más para mantener una coherencia interna en su tímida defensa del 1-O como un referéndum vinculante que por estima al ex-convergente. ERC ya no hace ni eso. A la evidente falta de sintonía con Oriol Junqueras, – su principal antagonista en la lucha por capturar el liderato simbólico del Procés -, se le suma la sempiterna competencia por el espacio electoral. ERC nunca ha querido dar alas a la “Casa per la República”, el intento de los puigdemontistes de generar un gobierno alternativo al exilio.
Así que Puigdemont seguirá por Europa, siendo una piedra en el zapato de muchos, seguramente hasta que el gobierno le conceda el indulto, lo cual no es nada probable que pase en el corto plazo.


