Hace mucho tiempo que buenos amigos me insisten a escribir en este blog sobre la realidad de la prostitución. Un tema controvertido al que he podido acercarme como educadora social y como investigadora en numerosas investigaciones. Encargos pedagógicos y académicos que me han dado la oportunidad de conocer a mujeres valientes y generosas: unas trabajadoras sexuales, otras educadoras que las acompañan a sus itinerarios vitales. Mujeres con gran capacidad de lucha, pasión por la vida y sentido de la sororidad. Después de muchas reflexiones sobre el acompañamiento y la pedagogía social, llega el momento de reconocer a todas en este espacio.
La prostitución realizada por mujeres es una realidad desconocida, especialmente, la que se ejerce como una vía de subsistencia en entornos desfavorecidos. Más allá de clichés y estereotipos que rodean a las personas que ejecutan esta actividad, no se conoce la complejidad del trabajo ni las vivencias que supone para cada mujer. La antropología, el feminismo y las ciencias jurídicas se han acercado en profundidad al trabajo sexual con conclusiones muy diferentes. Aproximaciones que muestran la complejidad del fenómeno y la controversia que genera en las sociedades contemporáneas, sólo hay que ver la falta de acuerdo entre las perspectivas abolicionista y pro-legalización. Sin embargo, el enfoque pedagógico y la tarea que realizan las profesionales de la educación es bastante desconocida, una pedagogía invisible que atraviesa los ambientes donde se ejerce la prostitución.
Cuando una educadora social se interesa por las necesidades de una trabajadora sexual y le ofrece recursos sanitarios, jurídicos o sociales, cumple sus funciones profesionales. Pero las educadoras no se limitan a dar información y evaluar necesidades con profesionalidad: escuchan la historia de las mujeres, se interesan por sus trayectos vitales y valoran las estrategias de supervivencia que han desarrollado en contextos de exclusión. Si, además, comparten puntos de encuentro y se comprometen en un itinerario pedagógico, se genera una alianza de reconocimiento que dejará una fuerte huella en cada una.
El trabajo pedagógico se inicia antes de que las mujeres lleguen a las instituciones, comienza en las calles donde se ejerce la prostitución. Una experiencia de proximidad que permite a las educadoras conocer a las trabajadoras sexuales, generar un clima de confianza y ofrecer los servicios de las instituciones. En muchas entidades sociales se desarrollan prácticas de educación de calle que permiten a las educadoras visitar parques, polígonos, pisos y clubes donde se ejerce la prostitución. No se trata de esperar que las mujeres lleguen a las ONG, sino de salir a su encuentro y compartir espacios de relación.
La pedagogía no se acerca a estos contextos para elaborar un análisis sociológico, una aproximación etnográfica ni un debate jurídico. Más allá de los discursos y de los diferentes planteamientos sobre la prostitución, la pedagogía se acerca al trabajo sexual para experimentar un encuentro respetuoso con cada mujer y invitarla a un trayecto formativo orientado al cuidado de sí misma y la autonomía. Una pedagogía de la calle que ofrece proximidad, pero que no depende de un solo día ni de un solo contacto. Las educadoras mantienen una rutina de relación y reconocimiento que se concreta en escuchar lo que cada mujer quiera compartir. Los primeros encuentros son más bien rápidos, las educadoras saludan las mujeres, mantienen breves intercambios y les ofrecen información de servicios sanitarios o de orientación. Momentos destinados a conocer la persona y invitarla al proyecto. El tiempo y la confianza permitirá una mayor familiaridad para profundizar en las historias, las necesidades y los sueños por cumplir. Un proceso lento que exige respetar el ritmo de cada mujer, evitar preguntas incómodas y no presionar cuando las mujeres no quieren hablar.
La pedagogía se acerca al trabajo sexual para experimentar un encuentro respetuoso con cada mujer y invitarla a un trayecto formativo orientado al cuidado de sí misma y la autonomía
Acercarse a los contextos de prostitución no responde a una lógica cuantitativa. Las educadoras no van a la calle para contactar con el mayor número de mujeres posible, sino para generar un vínculo de confianza con cada una. Para hacer esto visitan con periodicidad semanal las zonas de prostitución y realizan los mismos itinerarios. Respetan la actividad de las mujeres y evitan espantar posibles clientes. No se trata de invadir el espacio ni de cambiar las reglas de juego del entorno. Ganarse la confianza de las trabajadoras y de los gerentes de los locales requiere respetar los códigos de la zona, buscar estrategias sencillas de contacto y no generar falsas expectativas. Aun así, acercarse al medio permite a las profesionales observar las condiciones de trabajo y la situación de las mujeres en pisos y locales. Ante la sospecha de tráfico de personas se activan protocolos con entidades especializadas, las educadoras es necesario que se alejen de actitudes heroicas que pueden poner en peligro las mujeres y limitar la presencia cotidiana de las educadoras en el medio. Acercarse a los contextos de prostitución exige primero un compromiso de respeto y cordura pedagógico.
La proximidad no soluciona los problemas, pero es recibida por las mujeres como un espacio de afecto y confianza. Para algunas trabajadoras sexuales el contacto con la entidad social no pasará de este acercamiento en la calle, otras mujeres viven circunstancias tan complejas que tampoco se resuelven con la presencia y la proximidad de las educadoras. Sin embargo, las visitas semanales, la complicidad y la confianza se convierten en una vía de reconocimiento. Experiencias que permiten salir por unos momentos de la rutina de la prostitución y, si la mujer lo desea, iniciar un proceso de acompañamiento.
La pandemia ha golpeado a las mujeres en situación de prostitución en estos dos últimos años, tanto a nivel económico como de aislamiento personal. Un periodo que también ha afectado a la rutina de relación en la calle. Sin embargo, las educadoras han mantenido esta proximidad con llamadas telefónicas, videollamadas y visitando el medio cuando las condiciones sanitarias lo han permitido. El acompañamiento no se ha difuminado con la nueva realidad y la confianza tampoco se ha perdido en este periodo, más bien al contrario, los contactos se han multiplicado y las relaciones se han intensificado. Las educadoras han demostrado su capacidad de reinvención pedagógica para mantener un vínculo de dignidad tan necesario en tiempos de dificultad e incertidumbre.


