Mientras Ylenia trabaja en el estand informativo que el Servicio de Inclusión Laboral de ECOM tiene dentro del Salón de la Ocupación de Barcelona, de repente, un hombre vestido de camisa y pantalones tejanos se le acerca para increparla. Ylenia, por un momento, queda fuera de juego.
“Fueron tres minutos. Los tres minutos que mi compañera estaba en el baño. Nunca había vivido una situación tan extraña y desagradable en mi lugar de trabajo, y en un espacio tan público”, recuerda Ylenia perpleja todavía por los hechos.
Según uno de los últimos informes en materia de género y trabajo, impulsado en 2021 por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género y CC.OO, El acoso por razón de sexo en el ámbito laboral español, el 40,4% de las mujeres que residen en el Estado ha recibido acoso en su lugar de trabajo al menos una vez en la vida. Si nos fijamos en el colectivo de la discapacidad, este factor es patente en cualquier entorno social, desde la educación al ámbito laboral. “Para mí las peores barreras sin duda son las sociales, que afectan a todo lo demás”, puntualiza Ylenia.
La discriminación en el entorno laboral es un hecho que se sucede y que sufren las mujeres con discapacidad. El 63,1% de personas con discapacidad está en paro, es decir 2 de 3 personas con discapacidad. Por género, las mujeres con discapacidad presentan una tasa inferior de actividad a la de los hombres del mismo colectivo (un 35,2% ante un 38,4%). Y la brecha salarial es de 2.000 euros menos que los hombres anualmente.
“Desde la interseccionalidad, el colectivo de mujeres con discapacidad, no lo tiene nada fácil dentro del mercado laboral: las tasas de paro son altas y la discriminación se agudiza por motivos de accesibilidad, condiciones, dificultad para acceder a categorías profesionales superiores y lugares de dirección, y un largo etcétera”, explica la psicóloga y especialista en violencia machista Laura Martí Martorell.
En los últimos dos años, a pesar de su formación en realización de televisión, Ylenia ha tenido que rechazar tres trabajos dentro del sector audiovisual, por falta de accesibilidad Por su lado, Esther, actual compañera de trabajo, y ahora también amiga, critica sentirse discriminada dentro del mundo del modelaje. “Mi diabetes es visible, llevo una bomba de insulina, un sensor y un catéter. En algunos castings me han llegado a decir que me lo esconda”. Además, la han presionado para abrirse otra cuenta de Instagram, espacio donde trabaja por la sensibilización de la diabetes, y que no hiciera mención a la enfermedad. “Me negué y me han acabado despidiendo”, continúa Esther.
Por otro lado, la activista veterana para la defensa de los derechos de las personas con discapacidad Carmen Garrido, apunta que el 80% de las mujeres con algún tipo de discapacidad han sufrido cualquier tipo de violencia y/o abuso. El 40% viene de parte de cuidadores y el entorno familiar: “Yo he sufrido esta violencia y actualmente sigue pasando. Escucho a las compañeras más jóvenes y veo que las discriminaciones se perpetúan, y esto no se puede consentir”, expresa Garrido.

“Está mal hecha”, comentaba el personal sanitario sobre el cuerpo de Mireya mientras se encontraba estirada a la cama de la UCI a raíz de una complicación pulmonar por la Covid-19. Ylenia hoy en día no puede acceder a la litera del centro de salud de su pueblo porque esta no es eléctrica, “es denigrante que alguien me tenga que ayudar porque no está adaptado para personas que tienen movilidad reducida”, dice.
En diciembre de 2020, la Administración prohibió la esterilización forzada al colectivo de las mujeres con discapacidad. Aun así los obstáculos dentro y fuera de consulta persisten. Hoy en día, el 90% de las mujeres con parálisis cerebral no se pueden hacer mamografías, citologías o ecografías, puesto que las sillas eléctricas de estas mujeres requieren que la puerta tenga una anchura de 82 cm.
Para Mireya es importante una normalización de la salud reproductiva y sexual de las mujeres con discapacidad, “me han tenido que operar 8 veces de los brazos a causa de un accidente laboral ahora hace cinco años, no tengo nada de fuerza, pero esto no quiere decir que no pueda ser madre y que pueda cuidar de los demás. Si hace falta cogeré mi hijo con los dientes, ya encontraré la manera”, sentencia Mireya.
Todo viene de lejos. Si nos fijamos en la legislación vigente, la Convención de los derechos de las personas con discapacidad (2006) reconoce expresamente el derecho a la educación inclusiva como modelo indispensable para que todo el alumnado reciba una educación de calidad y garantizar así la no-discriminación. Por todo esto, hacen falta recursos técnicos y humanos que lo faciliten, y de facto no se dan. “Cuando llegué al instituto me hacían entrar por la puerta trasera, en aquel momento lo agradecía, ahora me doy cuenta que es una discriminación, porque ir al instituto es un derecho que tengo y por tanto debo poder hacerlo cómo todo el mundo”, explica Ylenia.
Las salidas escolares, excursiones y colonias, son otro lucha. Tanto Ylenia como Esther se les prohibió estas salidas. “Ni yo ni mis padres hemos callado nunca, sabíamos que hay una ley de dependencia que nos podemos acoger”, remarca Ylenia. El ocio es un derecho intrínseco en la vida de los niños, y por tanto todas las salidas escolares. “El problema es la falta de acceso a la información, que hace que no luches por tus derechos. El problema es decir vale”, continúa Ylenia.
Hoy en día, los datos de mujeres con discapacidad en las aulas de educación superior, continúan siendo sesgados, el género y la discapacidad suponen un doble grado de discriminación que hace que muchas mujeres no puedan llegar a cursar formación superior: tan solo una cuarta parte de la población activa con discapacidad ha logrado estudios superiores (25,4%), en contraste con el 45,1% de la población sin discapacidad. “El primer cambio se debe dar en la educación, tanto en el ámbito social como individual, y esto tiene que ir acompañado de legislaciones más estrictas”, puntualiza la psicóloga Laura Martí Martorell.
DAV, una mirada al cambio
Todas las testimonios que han dado voz a este reportaje forman parte del equipo Dona Alça el Vol (DAV), un proyecto anual en materia de empoderamiento y visibilidad impulsado por la Federación ECOM de Barcelona, con el objetivo de promover e impulsar cambios en la mirada y el comportamiento de la sociedad, “cuando una persona ve la discapacidad entonces su mirada cambia”, dice Mireya.
Entre la edición de este año se encuentran varias acciones con el fin de normalizar la diversidad física y mostrar que cualquier cuerpo es apto por toda clase de trabajo, desde las profesiones más cualificadas y lugares de poder a la publicidad y la televisión, y que formen así parte de nuestro imaginario colectivo como sociedad.
A lo largo del curso, la participación ha sido una pieza central de trabajo, donde mujeres con discapacidad han podido expresar situaciones de discriminación por su condición. “Entre las historias que más me impactaron fueron aquellas que venían de las más mayores, eran situaciones muy crudas, incluso de esconderlas en el trabajo”, explica Ylenia.
La sororidad es un término que hemos oído mucho a hablar en los últimos años. Una palabra clave entre el movimiento feminista, que hace vínculos en los contextos más adversos. Las protagonistas de este reportaje entelan al compañerismo y las curas como valores vehiculares en todo este proceso, donde el grado de conciencia está, y a menudo, marca la diferencia entre el mundo de las personas con discapacidad y el resto de la sociedad.


