Feridoom Ayrian fue, en su día, un joven periodista afgano que pudo documentar cómo la primera generación de niñas podía acudir a la escuela. Trabajó durante quince años para distintas organizaciones internacionales como periodista, pero con la retirada de las tropas americanas y europeas de Afganistán y la vuelta al poder de los talibanes tuvo que huir del país con su familia. No fue nada fácil, pero después de unas semanas de máxima tensión consiguió huir a Pakistán. De allí, España le concedió un salvoconducto para volar a Madrid. Hoy él y su familia viven en el CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), a la espera de que les concedan el estatus de refugiados políticos.
Muchas gracias por acceder a la entrevista. Hay muchas cosas que quiero preguntarle, pero me gustaría empezar por conocer sus orígenes.
Nací el uno de marzo de 1986 en Paquistán, cuándo mi familia se exilió por primera vez en Paquistán. Aunque mis padres son afganos, yo nací allí siendo una de las primeras familias que vivían en los campos de refugiados.
Cuénteme algún recuerdo de infancia creciendo en un campo de refugiados en Pakistán
Éramos una familia grande, vivíamos con los tíos y tías, sobrinos, sobrinas, etc. Éramos alrededor de cuarenta. Por parte de la familia de mi madre, pertenecemos a una familia de terratenientes y poseíamos muchos terrenos en Afganistán, así que en los primeros años en Pakistán puedo decir que vivíamos cómodamente. Teníamos coche, televisión, y la gente venía a nuestra casa, fuera a por comida o simplemente a pasar el rato. A pesar de esto, debido a nuestra condición de exilio, alguna gente nos llama “refugiados” de manera despectiva, y yo, de niño, no lidiaba muy bien con ello. Con el paso de los años, los ahorros que pudiéramos tener se fueron desvaneciendo. Pasamos de ser una familia que invitaba a quien lo necesitara a poder comer solamente una vez por día.

¿Qué hicieron entonces?
Mi padre decidió que nos teníamos que mudar a la ciudad, dónde sería más fácil poder encontrar un trabajo, también para mis hermanos. Al volver de la escuela, con 13 o 14 años, ayudaba a mi padre en el trabajo. Era una vida dura, pero aun así éramos unos afortunados, pues mi padre creía firmemente en proveernos de una educación. Él decía que con “la comida podemos pasar con poca, pero que la educación la teníamos que tener toda.” Poco a poco convenció a toda mi familia y a gente próxima de la necesidad de educarnos. Él merece mucho crédito por todo lo que hizo.
Era una vida dura, pero aun así éramos unos afortunados, pues mi padre creía firmemente en proveernos de una educación
Debido a la situación en la que creciste quiero preguntarle por el rol de las instituciones internacionales en el contexto de ayuda humanitaria: ¿recuerda verse rodeado por trabajadores internacionales? ¿Era algo presente en su vida?
No en el campo de refugiados, pero con el tiempo he ido recordando que parte de la ropa, del grano y del maíz que llegaban formaba parte de la ayuda humanitaria de los Estados Unidos. Eran los tiempos en los que Afganistán estaba bajo la batuta de la Unión Soviética, con un gobierno marioneta en el terreno. Al mismo tiempo fue una época de fuerte pujanza religiosa con la influencia proveniente de Arabia Saudita, de salafistas y wahabitas que contribuyeron a convertir en fanáticos a la nueva generación de jóvenes.
En parte también promovido por los Estados Unidos, que para combatir al ateísmo soviético…
Por supuesto, sí. Pasados los años, cuando empecé a leer sobre la historia me di cuenta que Zia-ul-Haq, el dictador que gobernó Pakistán durante una década (1976-1988), conjuntamente con los servicios de inteligencia británicos y americanos, construyeron alrededor de 20.000 Madrasas (escuelas religiosas) por todo el país. Nosotros porque económicamente nos podíamos sostener, pero mucha gente pobre no tenía otra alternativa que mandar a sus hijos en las Madrasas, donde muchos de ellos crecieron convirtiéndose en fanáticos religiosos. Esto cambió el modo pashtun de vivir. Antes de que ese cambio ocurriera los pashtun creían en la música, en vivir la vida felizmente, aunque fuera con poco.
¿En qué momento desarrolló su interés por el periodismo?
Con 16 o 17 muchos periodistas viajaban a los campos de refugiados para conocer la situación allí. Yo hablaba inglés, urdu, fashtian, pashto, y empecé a trabajar para alguno de ellos, y así empecé a generar un interés hacia el periodismo. Al acabar mis estudios, en el año 2006, volví a Afganistán, donde me gradué en periodismo y empecé a trabajar para distintas organizaciones.
Y desde el 2006 se queda ya en Afghanistan. ¿Qué me puede contar de aquellos primeros años en los que ya vive permanentemente en el país?
Crecí con resentimiento hacia los países del oeste. Esta era – y es – la psique general en Pakistán. Como le he explicado, hay un contexto religioso que también empuja hacia este odio o resentimiento. Cuando volví a Afganistán y empecé a trabajar con organizaciones occidentales mi mentalidad cambió un poco. Pero no hacia los militares. A menudo oímos las bombas caer en pueblos cercanos, y esta ha sido la ironía de la invasión, pues la democracia se limitó exclusivamente a las ciudades. Para las mujeres, hombres y niñas, pero de las ciudades. Este fue un pensamiento que fue cristalizando cuando entré a trabajar para las Naciones Unidas (UN-Habitat) como Communication Officer y estuve viajando por todo el país visitando escuelas y centros educativos, a cubrir sus historias e intentar exponer historias ilusionantes para nuestro futuro.
Crecí con resentimiento hacia los países del oeste. Esta era – y es – la psique general en Pakistán
¿Qué otras cosas aprendió en sus viajes hacia las zonas rurales?
Vi de primera mano cómo algunas familias, sí se acumulaban las sequías, tenían que vender a sus hijas para poder alimentarse. Vi a granjeros suicidarse. Entendí lo mucho que la gente de este país quiere a su tierra, y como muchos de ellos están dispuestos a morir por defenderla.
Antes de que entre a preguntarle por los acontecimientos de Agosto de este año con la retirada de las tropas americanas y europeas de Afganistán, quiero pedirle si me puede hacer un pequeño retrato de la composición social del país, pues considero que la información que tenemos al menos en España es poca y, a menudo, proviene de fuentes que desconocen la realidad del país.
Se tiene que comprender bien que entre los talibán y las fuerzas anti-gobierno hay que dividirlas en distintas categorías: por un lado aquellos que se mueven por el fervor religioso, que lucharán contra cualquier fuerza de ocupación, sean británicos, soviéticos, o americanos. También hay los oportunistas, que se venderán al mejor postor. Y luego hay gente pobre o muy pobre, que les ofrecen 300 o 400 dólares para que se unan a sus fuerzas. Y esta gente no tiene otra alternativa para alimentar a su familia. Luego hay gente que trabaja en su campo, que eran ajenas a todas estas políticas, y que iban subsistiendo. Mucha de esa gente murió en los bombardeos de los americanos. Padres, hijos, hijas que todavía se preguntan: ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? El último de los grupos sería la mafia internacional que, con conexiones en el país, el contexto caótico para traficar con drogas, con armas, con humanos, etc.

Entonces, el relato occidental de que la invasión militar habría contribuido a mejorar la condición de vida de los y las afganas…
Esa es la otra parte de la historia. A pesar de todo, los afganos estaremos eternamente agradecidos a los sacrificios como España y otros países occidentales, incluyendo los Estados Unidos, pues ciertamente el nivel educativo y el nivel sanitario mejoró, y mucha gente buena vino al país. Pero sobre todo ha habido mucho agradecimiento de parte de aquellas niñas que han podido crecer y ser médicos, profesoras, ingenieras, agentes de policía. Esto ha cambiado el país para bien. Pero lo que fue un error de cálculo fue que no se trabajó con todos los afganos y afganas. Se promocionaron algunas caras, a menudo con relación con las distintas embajadas, para que pudieran salir por las noticias. Pero la mayor parte de la gente que habitaba en las zonas rurales fueron ignoradas. ¿Por qué ésta gente tenía que creer en la democracia si ni sabían lo que era porque nadie se esforzó en explicárselo?
La doble moral…
Sí. Muy a menudo el dinero que entraba en Afganistán era reciclado de vuelta en forma de altos salarios, a través de la compra de materiales para occidente…eso fue parte del proyecto americano desde un inicio. Se cometieron muchos errores que todavía se cometen, porque el problema de Afganistán no es humanitario sino político.
el problema de Afganistán no es humanitario sino político
Todos los cambios que destaca como positivos…¿Dónde se encuentran ahora con la vuelta al poder de los talibanes?
Muchos de los cambios positivos están dando marcha atrás. Nadie vendía a sus hijas ni sus riñones hace quince años para poder comprar comida para su familia. Ahora vuelve a suceder. Las niñas no estaban encerradas en la prisión de su hogar. Después de un gasto que supera el trillion de dólares y de todos los sacrificios hechos, sienta como si hubiera sido para nada.
Hábleme de aquellos días de agosto cuando empezó la retirada de las tropas. ¿Cuándo tomó la decisión de irse del país con su familia?
Los talibanes llegaron a Kabul el 15 de agosto. Yo estaba en el trabajo, cuando vino el equipo de seguridad y nos mandó evacuar. Recuerdo estar conduciendo y ver a todo el mundo corriendo en todas direcciones. Era un caos absoluto, y supe inmediatamente que todo estaba perdido. Pensé en mi familia, en mis hijos: “¿Qué les pasará? ¿Vendrá alguien a sacarme del coche y me matará? ¿Hay gente dentro de mi casa?” Tenía mucho miedo. Solo quería llegar a casa y ver a mi familia. La red telefónica no funcionaba. Quería llamar a mi mujer para advertirle, pero no pude. En un momento decidí simplemente bajar del coche, y me puse a correr en dirección a casa. La carretera estaba saturada y no se podía avanzar. Cuando llegué a casa mi mujer estaba llorando y gritando y mi hijo Heraab me decía: “¿Papá, qué está pasando?” En ese momento se te pasan todos los escenarios posibles por la cabeza.
Después de un gasto que supera el trillion de dólares y de todos los sacrificios hechos, sienta como si hubiera sido para nada
¿Pudieron dormir aquella noche?
Fue la noche más larga de mi vida. Lo escribí en Facebook, y muchos de mis amigos respondieron que también lo era para ellos. La noche no acababa. Me pasé la noche andando dentro de casa, y mi hijo iba detrás mío. ¿Picarían a mi puerta en algún momento? ¿Me sacarían a rastras y se me llevarían? ¿Qué les pasaría a mis hijos? Todo eso y más se me pasaba por la cabeza. Los dos días siguientes me los pasé llamando a todos mis amigos y contactos, pensando ya en cómo salir del país. Todos tenían miedo pero me trataban de animar.

Las únicas imágenes que nos llegaron de aquellos días y los posteriores fueron las del aeropuerto colapsado
El 21 de agosto recibí la información de un amigo de que teníamos que dirigirnos al aeropuerto. Me dijo: “haced la maleta pero no os traigáis muchas cosas porque es un caos. Sólo lo esencial”. Me puse de rodillas, miré a mi hijo a los ojos y le dije: “vamos al aeropuerto, tenemos que irnos del país”. Y dijo: “No…¿Y qué pasa con el abuelo, los tíos…qué pasa con ellos? Le respondí que por ahora la vida de su papá y su mamá estaba en peligro. Que haríamos todo lo posible para ayudarles, pero que ahora teníamos que irnos.
…
Le dije que al llegar escucharía el ruido de las balas volando, que vería a gente lanzándonos gas lacrimógeno. Que posiblemente nos pegarían, pero que no tuviera miedo, que yo le protegería. Eso pensaba al menos, porque cuando llegamos allí fue totalmente distinto. Era extremadamente estresante, mucho peor de lo que me imaginé. Pasamos unas siete horas en el coche, pero no pudimos llegar al aeropuerto, así que volvimos a casa. Hacia las dos de la madrugada recibí una llamada de un amigo americano diciéndome que teníamos que volver al aeropuerto, que nos había conseguido un salvoconducto para irnos a través del campamento de Baran. Pero al llegar al aeropuerto un grupo de talibanes armados estaba impidiendo la entrada a cientos de personas. Nos quedamos a 300 metros de la puerta, sentados, esperando a entrar, mientras los talibanes nos pegaban con cables y nos gritaban: ¿dónde está vuestro amo ahora?
Era un caos absoluto, y supe inmediatamente que todo estaba perdido
Y con un hijo de dos años…
Sí, tuvimos que volver otra vez a casa. Mis hijos lloraban. Mi mujer no está bien de la espalda y la estaban golpeando. No podíamos alimentar al pequeño. Al volver a casa hablé con unos amigos y me dijeron que quemara todo documento o trabajo que hubiera hecho como periodista. Quemé todo registro, toda historia que acreditaba que había trabajado como periodista durante quince años. Miraba alguno de los reportajes que había hecho: sobre la arquitectura rural de mi país, un reportaje de las primeras niñas que fueron a la escuela… ya no podré decirle nunca a nadie: eh, mira eso que hice hace veinte años…!
Debe dejar una gran sensación de vacío.
Cuándo, ya en España, en la entrevista para pedir la condición de asilo con la Policía Nacional me decían: ¿Puede probar que ha trabajado de periodista durante estos años? A lo que yo les decía que no, que lo había quedado todo. “De acuerdo, pero necesitamos pruebas”, me respondían. Y yo pensaba: ¿Cómo puedo demostrarlo ahora? Tengo pruebas de cómo lo quemé todo, pero eso no vale…Pero también entiendo que es el procedimiento que tiene que hacer.

Cuénteme, entonces, cómo llegó a Pakistán antes de poder venir a España.
Probamos entrar al aeropuerto hasta tres veces, la tercera el 23 de agosto. El gobierno de España me hizo un documento para poder entrar al aeropuerto…
Disculpa que le interrumpa: ¿Por qué España y no otro país? ¿Quién le contactó?
Yo envié correos electrónicos a todo el mundo que conocía en distintos países: Estados Unidos, Francia, Alemania, Portugal…pero el salvoconducto de España llegó primero, y yo estoy muy feliz por eso. Me dijeron que al llegar al aeropuerto debía de llevar una bufanda de colores rojo y amarillo y zarandearla en el aire para que me vieran. Pero al llegar al aeropuerto fue imposible que me vieran. Había demasiada gente, y tuvimos que volver, otra vez. Al día siguiente lo intentamos. Nos dijeron que teníamos que subir a un bus que nos llevaría de nuevo al aeropuerto. Pero esta vez estábamos muy esperanzados y felices.
¿Qué pasó entonces?
Nos despedimos de toda la familia y no subimos al bus, que era de los finales de setenta, sin aire acondicionado, y lleno de gente. Pasamos alrededor de veintidós horas en el autobús sin forma de bajar. Al llegar allí, dos buses locales se habían adelantado y habían pagado dinero a los talibanes, pero al final no dejaron entrar a nadie y nos echaron de allí, estando otra vez a las puertas.
el salvoconducto de España llegó primero, y yo estoy muy feliz por eso
¿Qué le decían desde España?
Después de varias llamadas, pasadas unas horas, nos dijeron que volviéramos al aeropuerto. Así lo hicimos. Pero al cabo de poco tiempo recibimos noticias que ISIS estaba planeando un gran ataque al aeropuerto, a lo que los españoles nos dijeron que era mejor volver a casa. Después de más de un día en autobuses, sin agua y sin comida, volvimos a casa.
El siguiente intento no sería casi hasta un mes más tarde
Sí, el 18 de septiembre. Casi un mes sin salir de casa, mirando en cada esquina cuando lo hacía, dependiendo de amigos y familiares para que nos trajeran comida…

¿Los talibanes no le localizaron durante todo ese tiempo?
No, durante este tiempo los talibanes estaban demasiado ocupados saqueando y robando y gestionando sus conflictos internos. Pero eso no significa que no tuviera miedo cada día que pasó.
Entonces, el 18 de septiembre…
Unos amigos de Alemania, República Txeca e Italia consiguieron financiarnos un vuelo a Pakistán, que por aquel entonces costaba unas diez veces más del precio ordinario, unos 15.000 dólares por billete. Esta vez sí, conseguimos meternos dentro de un avión y salir del país.
Pero no era el final del trayecto.
Cuando llegamos a Pakistán los bancos habían colapsado. Yo llevaba 600 dólares conmigo, pero no había forma de sacar dinero. Había mucha tensión y no sabíamos cómo sobreviviríamos. Un amigo portugués me dijo que había conseguido ponernos en la lista de la embajada portuguesa para llevarnos a la península, pero los dos intentos que hice fueron un fracaso.
Luego, finalmente, fue la embajada española quién les abrió la puerta
Para mi suerte unos días después, Mónica Moya, una arquitecta española, me dijo que había un político catalán en Pakistán, Ruben Wagensberg, y que si podía debía ir a reunirme con él. Le dije que por supuesto, y así lo hice. Le conté mi historia y le conmovió. Empezó a hacer llamadas, entre otras a Laura Borrás, presidenta del Parlamento de Catalunya, pero también a la embajada española. Al cabo de dos días mi familia estaba en la embajada española en Afganistán, y nos tomaron las huellas dactilares para poder hacer los papeles. Le estaré eternamente agradecido a Rubén Wagensberg, que aparte de todas las gestiones empezó a recaudar fondos para que pudiéramos pagar el billete de avión a España. Cosa que al final no hizo falta, porque la embajada nos lo pudo facilitar.
Después de toda la odisea, de días de tensión extrema…llega a Madrid. ¿Qué les dice entonces a su hijo de siete años sobre la vida les espera de ahora en adelante?
Antes de coger el vuelo hacia Madrid, ya en el aeropuerto, mi hijo se puso a correr arriba y abajo. Estaba muy feliz. Nosotros nos podíamos relajar por primera vez en mucho tiempo, y creo que lo notaba en nuestras caras. Llegamos a Madrid y dormimos en un hotel.
Y de Madrid a Barcelona.
Hablamos con la gente de la embajada y les dijimos que queríamos ir a Barcelona, dónde teníamos algunos amigos. Éramos nuevos, no conocíamos el idioma, y necesitábamos apoyo emocional. Y otra vez Ruben vino a nuestro rescate, que nos facilitó el traslado.

Ahora vive en Barcelona, donde se hospeda en el CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) a la espera de la resolución de su condición de refugiado.¿Cómo está yendo el proceso?
No es fácil. El primer día nos dieron unas instrucciones a seguir para llegar al centro de acogida, pero tuvimos que preguntar a la gente de la calle. Estoy muy agradecido a la gente de Barcelona, que son extremadamente educados y nos ayudaron desinteresadamente. No lo digo por decir: he estado en otros países europeos y no es lo mismo. La gente cogía su móvil y nos guiaba por el camino.
¿Con qué otras trabas se ha ido encontrando?
He tenido que gastar poco del dinero que me quedaba de ahorros en taxis. Ir al médico también fue difícil. Mi hijo se puso enfermo, y sin hablar el idioma me costó mucho comunicarme con el doctor. Pero gradualmente nos vamos adaptando. Y los amigos que tenemos nos ayudan mucho.
Estoy muy agradecido a la gente de Barcelona, que son extremadamente educados y nos ayudaron desinteresadamente
Sin poder trabajar, ¿cómo puede costearse el día a día?
Aquí en el CEAR nos dan 150€ para pasar el mes, pero 40€ deben destinarse a transporte. No es suficiente para sustentar una familia ni mucho menos.
¿150€ al mes por persona o para los cuatro?
Para los cuatro.
Eso no es nada…
50€ para mí, 50€ para mi mujer, 20€ para mi hijo pequeño, 20€ para mi hijo mayor y los 40 restantes para el metro. Es muy complicado, pero entiendo que así es como funciona el sistema, que no es que solo sea nuestro caso sino miles de personas que pasamos por lo mismo. Y a pesar de esto, desde lo más profundo de mi corazón puedo decir que estoy muy agradecido. No solamente al sistema, a Catalunya y a su gente, sino también a todas y cada una de las personas que se desviaron del camino para ayudarnos. Mentalmente hemos sobrevivido gracias a gente como Sònia Calvó, que me invitó a ir con su pareja a ir a jugar al fútbol. O a Mònica, que nos llevó a ver por primera vez unos castellers. A Carolina, que nos llevó al Museu de la Ciència; a Jordi, que me invitó a ver una película al cine con él. Todo esto nos está ayudando.
¿Está en contacto con su gente en Afganistán y Pakistán?
Sí, por supuesto. Mi familia está todavía esperando en Pakistán. Hablo con jóvenes periodistas a los que formé, amigos que trabajaron conmigo. Algunos de ellos, al principio, me decían en broma: “Feridoom, nos has abandonado, pero estamos contentos por ti”. Ahora sin embargo me preguntan si puedo hacer algo para ayudarles. Yo les digo que puedo presionar, que puedo hacer exactamente esto que estoy haciendo…pero que soy un refugiado, no soy nadie. Pero lo voy a seguir intentando, pues aunque solo unos pocos de ellos pueden escapar gracias a mi, podré mantener la cabeza alta en un futuro.
Siendo periodista, sus amigos deben de estar altamente buscados por el régimen actual.
Tres cuartas partes de mis amigos han sido asesinados. Sacados de sus casas a punta de escopeta directamente. He visto videos de cómo torturaban y mataban a un joven periodista al que formé. Después de verlo no pude dormir ni comer en todo el día. Y me siento responsable de su muerte, pues yo le motivé a que se convirtiera en periodista.

¿Están recibiendo apoyo psicológico por parte del CEAR?
Sí, y nos está ayudando. Especialmente a mi, pues mi padre murió en un accidente, y ahora estoy aquí, pensando en mi familia. Mi mujer no quiere ir todavía.
Acabamos ya, y tengo que preguntarle por el futuro.
Últimamente me acuerdo de mi padre. Él era el director de una escuela, pero pasó muchas horas colocando tochos y cavando hoyos para construir baños para los nuevos centros. Un director que cavaba hoyos y colocaba tochos. Imaginé esto cuándo llegué aquí: “¿Quién me va a contratar aquí como periodista?
Yo tenía sueños, y también mi mujer. Ella fue la primera médico en graduarse después del colapso de los talibanes en 2001. ¿Qué va a ser de todos esos sueños? Tengo miedo de que queden destrozados. Pero espero que la gente se dé cuenta de nuestro potencial y que nos dé una oportunidad. Igual empezar con poco, pero recuperar esa sensación de estar persiguiendo los sueños. Pero sobre todo quiero que mi hijo deje de dibujar hombres muertos, bombas, fuego y gente disparando. Quiero que él también pueda soñar en convertirse en un médico, en un músico, en un casteller.


