“Arsalan, Zhara, Violet y Shaky no os olvidaremos”, son los cuatro nombres que se dibujan en una pancarta de color rojo tumbada en el suelo en una de las esquinas de la plaza Tetuan de Barcelona.
Transcurridos unos días del fuego, aún con el regusto de resaca, de aquellas que todavía hoy piensas cuál fue el peor mal, ya son unos cuantos que se han acercado al portal número 20 para hacer ofrenda a la madre Violet, el padre Shaky, Arsalan de tres años, y la más pequeña, un bebé de meses, Zahara. Ramos de flores, peluches, una pelota de fútbol, velas y cera quemada, mucha cera quemada; dibujos y pancartas visten uno de los árboles de a pie.
“Entre todos no hacemos nada, es increíble que ocurran estas cosas… Han venido en el último momento y así no se hacen las cosas”, explicaba, sobresaltada, una de las vecinas del bloque número 20.
Alrededor de las cinco de la madrugada de este pasado martes una humareda de color negro inundó todo lo que rodeaba la antigua sucursal bancaria de EvoBank: los pisos, la panadería a mano izquierda, la escuela Sagrat Cor, e incluso el Departament de Interior de la Generalitat, ubicado a 50 metros de los hechos, pudieron oler el olor del incendio.
“De camino se nos avisa que es un local ocupado de una entidad bancaria y que vive gente (…), en el momento en que una vecina me dice que hay una familia con dos criaturas arriba, dejo las tareas de extinción y búsqueda, informo y me cambio la botella para ponerme a disposición”, narra uno de los bomberos en activo ese día. “Era como ir a tientas, estaba lleno de humo, fuimos derechos y empezamos las cuatro maniobras a la vez. Lo intentamos todo, pero estaban demasiado intoxicados”, prosigue el bombero.

Formado por tres pisos, la sucursal, o ahora lo que queda de ella, se divide en una parte inferior, donde estaba el sótano, la zona intermedia, y el altillo, donde aparentemente vivía la familia. En el resto convivían los otros cuatro hombres, intoxicados y en fase de recuperación por sobre inhalación de humo. “Cuando salimos estaban los cuatro cuerpos envueltos en plástico, y uno de los chicos temblaba mientras hablaba con alguien”, explica una vecina del tercero.
“Un inframundo, así es como le decimos nosotros”, relata el bombero, que prefiere guarda el anonimato. En estos momentos no hay demasiada información en relación con las causas directas del incidente; algunos hablan de peleas constantes a pocos minutos antes del incendio, otros de un accidente, pero lo que está claro, es la situación de vulnerabilidad extrema que vivían las ocho personas.
El movimiento social, Alianza Contra la Pobreza Energética (APE) apunta a un caso más de la situación de emergencia residencial que vive la ciudad de Barcelona desde hace unos años. La portavoz, Maria Campuzano, ha pedido en entrevista a las administraciones “intervención preventiva inmediata” de las familias vulnerables para evitar que se ocupen locales vacíos, y ha matizado que el empleo de una entidad financiera de una familia con criaturas tan pequeñas, y en estas condiciones no es por la “acción sino por necesidad”.
En 2017 Bombers de Barcelona y bombers de la Generalitat, junto con la APE, firmaron una propuesta para reducir los riesgos en espacios privados e interiores, de acuerdo con los informes que iban recogiendo ambos cuerpos de cada caso, con el fin de llevar a cabo medidas preventivas, y evitar situaciones en el límite, como ha sido el caso del incendio de la sucursal del banco. En Barcelona se aplica. Sin embargo, la APE ya ha pedido en reiteradas ocasiones la puesta en marcha por parte de la Generalitat.
“Si se marcan cualquiera de las casillas, ya sea carencia de suministros básicos: agua y luz; tema basura y butano, y si se considera un problema de pobreza energética automáticamente se aplica el protocolo y el caso pasa a servicios sociales, que aquí ya no sé muy bien que ocurre”, dice el bombero.
Si nos fijamos en los datos, según ha anunciado la Fundació Arrels de Barcelona, entidad que trabaja para la atención de las personas sin hogar, alrededor de 700 personas viven en locales ocupados en la ciudad, espacios no acondicionados por la vivienda. Unos 208 son menores. Según el Observatori de Drets Socials, se han detectado 86 asentamientos, algunos surgidos de locales ocupados y otros improvisados, donde residen hasta más de 860 personas. Un dato que hay que sumarle el millar de personas que viven directamente al raso, una cifra indeterminada, pero que va al alza, así como la temporalidad de la situación. La cifra no es exacta, pero supera ya las 3.000 personas afectadas, apunta la Fundació.

“Camas calientes”
Desde la interseccionalidad, Campuzano ha hecho inciso en un problema que se agrava entre la población migrada, colectivo en una situación de mayor vulnerabilidad debido a una ley de extranjería que arrincona y dificulta la situación de regularidad legal, lo que precariza, y aumenta la pobreza energética, y por último, aísla.
“Hay muchas personas que viven en estas condiciones en Barcelona, las camas calientes, que le decimos nosotros, y que sean personas migrantes es un patrón que se repite”, puntualiza el agente del cuerpo de bomberos, que recalca la dificultad de afrontar estos casos. “Todos salimos bastante tocados de este servicio, tuvieron que venir dos psicólogos porque estábamos en estado de choque”, prosigue.
En esta línea, el consistorio ha hecho latente un sistema fallido y la voluntad para reformar la ley de extranjería, como un paso decisivo para facilitar la residencia y el arraigo de las personas. Un reclamo necesario para dar respuesta a una vida digna, pero que viene de lejos en la labor de gestión y responsabilidades.
A estas alturas, los alrededores de la plaza Tetuán número 20 todavía se respira olor a humo. El clima es desolador. Cintas policiales acordonan la zona. Hay quien pasa y se va, otros que se detienen y toman fotografías con el móvil, y aquellos que levantan la vista, y miran de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, la fachada quemada, mientras pisan la gravilla que se expande por la calle.
A lo largo de esta semana entidades como CCOO, la PAH, la Taula del Tercer Sector, la APE, y otros colectivos en defensa de la vivienda, han gritado por la vida de estas cuatro personas, y la de miles que sobreviven en situaciones de infravivienda, en el clamor “No son muertes, son asesinatos, es una guerra contra los pobres que mata”.




1 comentari
Muy duro la pérdida de estos niños en una situación tan injusta. Sin ningún tipo de protección ni oportunidad para salvarse. Niños completamente a la deriva de la pobreza extrema, de la ignorancia, la negligencia, la indiferencia institucional por no considerar que necesitaban estar mejor…
Soy vecina del barrio donde esta el local, ahora calcinado, y estamos profundamente afectados como comunidad por la situación e injusticia que hemos vivido, hemos visto de frente la cara de la desidia humana e indiferencia institucional y a lo que puede llegar.
Nuestros niños han tenido que vivir muy pronto una lección dura de la realidad de esta sociedad excluyente y clasista.
Esperemos que sean una generación distinta y mas lúcida de los derechos humanos fundamentales y su defensa ante todo.
Que esto también sirva para poner presión y se activen los mecanismos para ayudar a los otros 200 niños que viven en la ciudad de Barcelona expuestos a violencia, maltratos y la muerte.