Si gastas mucha suela, podrás detectar antes las rarezas del camino. A la altura de Clot con Muntanya es como si desapareciera el primero, engullido por un tramo anómalo del carrer d’Aragó en otra prueba más de la impostura de las calles del Eixample en el viejo núcleo de Sant Martí de Provençals, algo por otra parte detectable en otras arterias como Mallorca, devoradora del desaparecido carrer de Núria, Rosselló o València, sólo por mencionar unas pocas.

Estupefacto ante el panorama, miro atrás un momento por puro vicio de no dejar cabos sueltos. En nuestro estudio sobre ese trecho muy concreto del carrer del Clot era muy fácil apreciar el salto de inmuebles de principios de siglo XX y los monstruos del pasado reciente.  La belleza se ve interrumpida en varias ocasiones, la última en el 143. Ahora los números 139 y 141 son un bloque horripilante, cuyos límites corresponden a los talleres Aragall y Compañía, un clásico del barrio con debut en el carrer de Soler i Rovirosa, trasladándose al del Clot en 1947 para proseguir con la instalación de gasógenos de diseño propio, reparar automóviles y realizar el mantenimiento de la flota de camiones de empresas de las cercanías, como Fibracolor o Gaseosas la Perfección. En 1949 pasaron a ser agencia Ford, y en los años cincuenta se introdujeron en competiciones automovilísticas.

MAPA DE LA ZONA 1935

Más tarde, en 1953, ampliaron miras al cumplir su gran sueño mediante la fabricación de una motocicleta, empuje para fundar la Mymsa, Motores y Motos S.A., legendaria para los amantes de las dos ruedas y establecida en Torres i Bages.

El carrer de Gabriel y Galán me fascina al ser una especie de figurante ninguneado hacia la Meridiana, y lo mismo ocurre con el carrer de la Muntanya, al menos en su sector de Clot hacia el patito feo de las salidas y entradas a Barcelona. Muntanya tiene una lógica lineal en Camp de l’Arpa, mientras aquí se nota demasiado cómo todo es supervivencia de la única isla auténtica situada en esta avenida en proceso de remodelación. Este oasis es de una indocumentación escandalosa, y uno a veces tiende a pensar si es por un deseo de cargárselo más hoy que mañana, pues figura en el PGM como parques y jardines para comunicar su futuro verde con la plaça del Doctor Serrat, en el lado montaña. Antes, el ágora y la iconoclastia de Muntanya se hilvanaban por uno de los tres puentes demenciales erigidos para cruzar la Meridiana, vigentes de 1964 a 1993.

Lo grave es esa frustración de romperse los sesos a la búsqueda de pistas sobre este espacio tan particular, adonde volveremos desde la obsesión. Sin embargo, creo haber subido demasiado, porque partimos de la anulación del carrer del Clot por culpa del carrer Aragó, hasta la Meridiana, donde todas las rutas convergen, disfrazado de una rambla sinsentido entre dos carriles a tope de circulación.

Algunos la llaman la rambleta del Clot, una obscenidad si se recuerda como durante el primer tercio del Novecientos hubo un paseo con este nombre desde el carrer de Joan I hasta el de la Sèquia Comtal, junto al tren y aniquilado por la Meridiana.

La pérgola de la rambleta del Clot. Al fondo, la calle del Clot hacia Valencia | Jordi Corominas

La rambleta destaca por la doble pareja de pajaritas de Ramón Acín, a mi parecer un alfa y omega donde no se ahonda mucho en su metáfora de defensa de los derechos humanos, y una pérgola de 1991, obra de Alfons Soldevila, en sintonía con otras aportaciones similares de la época pre-olímpica, pudiéndola comparar con la arboleda de Miralles en la avinguda Icària.

La pobre pérgola canta como una almeja, constituyéndose como un surrealismo más de esta encrucijada alucinante y, quizá alucinada. Nadie habló de ella cuando la inauguraron, y casi nadie la cita en documentos, exiliada de la modernidad pese a querer brindarla para realzar el Carrer Aragó. En realidad, no hacía ninguna falta, o sí, al ser consecuencia de enlaces ferroviarios y la estación del Clot, cuya cinta se cortó en 1992.

La pérgola del demonio ama juzgarse como una disimuladora de la fealdad de Aragó. Esta, en la década de los setenta se cargó el carrer de Marconi, bajada de la plaça de l’Església, en la actualidal de Canonge Rodó, hacia el carrer de les Escoles.

La pérgola de la rambleta del Clot desde la calle Muntanya | Jordi Corominas

El templo es nuestra meta de hoy. Para plantarme en su puerta opto por tomar el carrer del Ter, donde siempre me he fijado en su número 14, en esencia por anunciarme su fecha, 1886. A su vera triunfaron durante décadas los laboratorios Sokatarg, más catalanes que el pà amb tomàquet pese a ese aire noruego, invención de su dueño, Joan Gratacós, al invertir su apellido. Os recomiendo cotillear los carteles de sus productos, sensacionales.

Justo en medio del carrer del Ter giró a la izquierda y me adentro en el carrer de Puiggener, nombre del gran propietario del terreno, el marqués de Castellrius y Barón de Santa Pau y Orís. Esta callecita es una delicia de silencio y otra heterodoxa en este baile, tan corta como para carecer de sentido,  siempre la camino solo, en los aledaños de grandes vías como Aragón y Meridiana.

La explicación es elemental, querido Watson, y muestra como Barcelona no ha respetado la configuración urbanística de Sant Martí de Provençals, algo más demostrable en este caso al ubicarnos en el meollo de su centralidad. A vista de pájaro, no distamos nada del carrer del Clot, si bien lo importante es el templo. Agradezco, como siempre, a @Meridiana2021 el conspirar juntos en nuestras pesquisas, aquí coronadas con el nombre del arquitecto de la iglesia, Nil Tusquets de Cabirol, con un hermano fotógrafo rescatado hace poco más de un año en Els Encants. La parroquia data de 1943, pues su antecesora fue quemada durante la Guerra Civil, así como la estatua del Canonge Rodó, reverendo reconocido por su dedicación a niños y pobres.

Estatua del Canonge Rodó. Al fondo, la iglesia. | Jordi Corominas

Aquí casi podríamos afirmar asistir a la falsedad suprema porque nada es genuino al tener como función el reemplazo. La iglesia arrasada, donde según algunos testimonios los curas disparaban en julio de 1936, llevaba la firma de Pere Falqués, arquitecto municipal de Sant Martí, con Ca la Vila y el mercat del Clot en su haber, y no sólo.

De 1883 a 1902, los lugareños debieron vislumbrarla como su Sagrada Familia. En las fotos de entonces abruma por el vacío de los alrededores. La nueva no invita, medio escondida, y lo mismo acaece con el grupo escultórico del Canonge Rodó, de 1956 para sustituir la de 1919, ambas de Frederic Marés, sumo sacerdote en la posguerra de la segunda copia de estatuas barcelonesas.

L’església de Sant Martí del Clot des de la Meridiana | Jordi Corominas

La plaza antaño estaba cerrada, salvo por su enlace con el carrer de Marconi, más idónea para la comunicación. Es otra víctima de este choque de personalidades a través del imperialismo de Barcelona, omnipresente en esta parcela del recorrido.

La iglesia convivía, y por eso la manzana goza de tantas singularidades, con el Rec Comtal. La vista duda. Si desciendo hacia el carrer del Clot, retomaré una cuadrícula con un ADN no trastocado, mientras si asciendo, la Meridiana me separará de otro. Líneas rectas contra laberintos insinuados, duelos de la confusión, al menos solventada con estos pequeños apuntes.

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