A lo largo de 2022 se cumplirán cuatro años de Barcelonas en Catalunya Plural. Empecé por un deseo profundo de dejar de escribir sobre el Procés y hablar de cuestiones verdaderamente importantes, y la ciudad lo es en grado sumo. Por eso aquí opto por abordar cada entrega con transversalidad de temas. Quién sabe si pasaré toda la vida con esto, en realidad un poco es la idea para redescubrir la capital catalana y dar valor a todas las Barcelonas que ostenta.

Muchas de ellas no tenían Historia hasta el momento entre la desidia municipal y el triunfo del parque temático, aún no erradicado con la Pandemia, pues muchos de nuestros gobernantes, entre ellos muchos socialistas y exconvergentes, tienen tan poca altura de miras como para considerar sólo el modelo urbano lanzado en su momento por Oriol Bohigas y Pasqual Maragall, sin duda emblemático y clave para la proyección internacional de Barcelona, además de muy dañino para barrios donde no basta con chucherías cosméticas para enmendar tantos años de negligencia con los márgenes.

La semana pasada llené la crónica de sangre y accidentes. En esta ocasión, de ahí el prolegómeno, los acontecimientos parecen querer brillar por su ausencia, así como los datos.

Nos hallamos, como casi siempre, en una frontera, esta no tan invisible. Desde las pajaritas de Ramon Acín veo los bloques de la Meridiana comprendidos entre el 119 y el 129.

Las casas del 119 al 129 de la Meridiana vistas desde la calle de la Sèquia Comtal con la Meridiana | Jordi Corominas

El primero, más conocido como el número 2 del carrer Rogent, bien podía ser una puerta de entrada al Camp de l’Arpa, una identidad fortalecida tras la muerte de Franco, cuando la asociación de vecinos, hoy bastante sierva del Ayuntamiento, irrumpió, y con el nombre ya mostraba una diferencia.

Esto no fue así durante decenios, y no hablo de la dichosa separación con el Clot por los puentes de la avenida, sino más bien de cómo los ciudadanos enfocaban la materia. El 119 de la Meridiana, siempre tan impoluto, bello por su total ausencia de decoración, es del año 1920. A lo largo de esa década polémica y dictatorial, la más fundamental para la disparatada expansión de Barcelona, el 2 de Rogent era un 13 rue del Percebe, como atestiguan algunos anuncios. En 1925 se vende el hielo sano Joaquina; en 1927 el niño de siete años Joaquín Miralles se fracturó el radio izquierdo frente a su domicilio; en 1929 un chófer residente en el inmueble se ofrecía en los breves para ser contratado, quien sabe de su vecino, necesitado de un aprendiz de pastelero entre catorce y dieciséis años en 1931. Un año después, con la República en su tiernísima infancia, el inquilino del primero tercera, declaraba en el periódico tener carrera y querer casarse con señorita o una viuda distinguida.

Rogent 2: Meridiana 119 | Jordi Corominas

Es una lástima no conocer al autor de la finca, aunque el paso del tiempo, y así lo notificaremos, resolverá en algún instante la duda. El 121 y el 123 de la Meridiana, construidos en 1928, atesoran en su origen una barbaridad de hipótesis para dar con relato más o menos coherente, pero como las piezas no encajan les contaré sobre un tal Jaime Muns Sans, quien protestó en los años cincuenta por la reforma de esta vía rápida, con toda probabilidad por temor a ver perjudicadas sus propiedades.

No he podido averiguar casi nada del susodicho, si bien pudiera ser un niño con afición al baile de disfraces de la sala Novedades, travistiéndose de molusco en 1910 y de Juan de Austria en 1912. También podría ser un violador, perdonado por su víctima en 1930, y si me apuran un contratista de Calaf, reaparecido en la tinta impresa al adjudicarle la casa de los neumáticos, sita en Balmes 107, un juego de los mismos.

Jaume Muns quizá estuviera vinculado con una familia del mismo apellido, con tradición de negocio en los mercados de la Boquería y, más tarde, el Clot. Esta última hipótesis choca por los apellidos; la única certeza en nuestro haber es pensar sobre cómo Muns aún tenía una mentalidad de principio de siglo en lo relativo a vivienda, pues tanto el 121 y 123 aún beben de esa horizontalidad bajita, el último con tribuna, casi un anacronismo en los años veinte. El arquitecto responsable de esas rarezas, detectables en otros puntos más o menos próximos, fue Salvador Sellés, licenciado en 1900, uno de los debutantes en la admiración a Gaudí, crítico con el Modernismo demasiado ornamental y Jefe de la Agrupación de extensión y reforma del consistorio barcelonés.

Las Casas Jaume Muns de la Meridiana | Jordi Corominas

Aquí Sellés, con legado de notoriedad en Cadaqués, donde intervino una época al no poder firmar en Barcelona, cumplió con profesionalidad. Confieso mi desorientación durante muchos meses, siempre solventada con la investigación, a causa de la tribuna, como si fuera un grito de protesta contra las tendencias novecentistas, imponentes en el 127 y el 129, con el 125 entonces y ahora en una nebulosa de la nada, quien sabe si condicionado por algún requiebro del torrent del Bogatell.

Las dos verticalidades para cerrar este decálogo numérico se han coaligado con sus compañeras del entorno para dificultarnos la tarea. El dueño era Josep Paytubi Pou, de quien sólo podemos aportar una queja por un asunto del Matadero y el matrimonio de su hermana María Salomé con el abogado Seseras Batlle, víctima de un atentado pistolerista en julio de 1923 y comediógrafo con cierta resonancia en la posguerra.

Las casas Paytubi de la Meridiana | Jordi Corominas

Ambos bloques llevan la rúbrica de Joaquim Coderch i Mir, y claro, hoy la genealogía ha querido volarme la cabeza. Coderch es arquitectura en mayúsculas, aunque aquí nada apunta a una relación de parentesco con José Antonio, tan esencial en la edilicia barcelonesa de la segunda mitad del siglo XX.

El 127 y el 129 son muy estimulantes por su fecha, 1930, y altura, como si quisieran expresar un cambio de rumbo en contraposición con su vecindario de la Meridiana hacia Rogent.

Coderch tenía treinta y cinco años. En 1934 un número extra de la Gaceta Municipal lo cita como ayudante arquitectónico. Tras la guerra lo será en Hacienda, y en los años cincuenta nos regalará la casa Guitó del passeig de l’Exposició, una de mis anomalías favoritas por sus columnas torcidas de ladrillo, asimismo supervivientes en otras latitudes, como en torrent de les Flors o en el carrer de Rosalía de Castro, del Baix Guinardó, en su cruce con Castillejos. Las suyas son más relucientes al estar pintadas de verde.

Can Guitó, en el paseo de la Exposición | Jordi Corominas

La ausencia de informes en esta decena Meridiana aumenta más la incertidumbre hacia dónde ir. Su urbanización entre los años veinte y treinta obedece a unas coordinadas lógicas y comunes en toda Barcelona. Su excepción radica en el espacio, restos de un pasado ya muy lejano en esa confluencia entre el imperialismo del Eixample, la indefinición con el patito feo de Cerdà y las sendas de Sant Martí, Enamorats y Bofarull, aun inmiscuyéndose en la cuadrícula. Ante tanta agitación sólo se me ocurre ir más atrás, con la facilidad de mirar hacia una esquina mágica, donde durante años un pionero fotógrafo tuvo su estudio.

Share.
Leave A Reply